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NOTAS PARA UNA EXÉGESIS NUMEROLÓGICA (Hechos 10,40-43)

 

¿Qué aporta la consideración numerológica de un texto? Aparte de resaltar la dimensión estética del mismo, nos ayuda a profundizar en cómo la realidad de las cosas se refleja en los signos que componen el lenguaje, abriendo así un nuevo campo de investigación: el del contenido que el simbolismo numérico incorpora al sentido literal.

 

De este modo, mediante la clave abajo expuesta, cabe añadir a cada uno de los vocablos que componen un texto un suplemento de sentido derivado del número de orden de las letras que lo forman, de la suma de los mismos y del resto de su división por 9. Por ejemplo, el término “Dios”, que traduce al griego ο θεος, tiene como valor el número 354, que, reducido a 9, da 3. Y, según la clave en cuestión, 3 se lee “cuerpo del espíritu del espíritu”, pues, dentro del novenario del “espíritu”, constituye el nivel más complejo del primer ternario.

 

Llegaremos así a asignar a cada texto o pasaje un contenido basado en la mayor o menor complejidad de su valor numérico, lo que equivale a su mayor o menor alejamiento de la unidad (el puro “espíritu”) y, por tanto, del “principio”.

 

Observamos cómo el primer novenario es el del “espíritu”; el segundo, el del “alma”; y el tercero, el del “cuerpo”. A su vez, dentro de cada uno de los novenarios, el primer ternario es el más “espiritual”; el segundo, el más “psíquico”; y el tercero, el más “corpóreo”. Por último, dentro de cada ternario ocurre algo análogo: el primer nivel representa el “espíritu” en su propio ámbito, en tanto que al segundo corresponderá el “alma”; y al tercero, el “cuerpo”.

 

Evidentemente, “espíritu” es sinónimo de “principio” y de “simplicidad”, en tanto que “cuerpo” lo es de “fin”, “término”, “complejidad”, mientras que “alma” ocupa una posición “intermedia” entre “principio” y “término”, “simplicidad” y “complejidad”.

 

Sin embargo, no podemos pasar por alto una pregunta fundamental: ¿Pueden los niveles “ontológicos” de las palabras, basados en su valor numérico, determinar el nivel ontológico de la realidad que designan? No, puesto que realidades muy dispares poseen idéntico valor númerico.

 

No obstante, a la vista de la riqueza de las lenguas más originarias (las ideográficas), resulta imposible sostener la arbitrariedad del signo lingüístico. Por ello parece razonable la hipótesis de que exista una analogía entre el nivel ontológico derivado del sentido literal de un vocablo y el conectado con su valor numérico.

 

40 Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara,

τουτον 1190(2) ο 70(7) θεος 284(5) ηγειρεν 181(1) τη 308 (2) τριτη 718 (7)ημερα 154(1) και 31(4) εδωκεν 884 (2)αυτον 821(2) εμφανη 604(1) γενεσθαι 283(4)…Suma de restos a 9 (38). Y, en último extremo, 2, número del contraste o del conflicto. Ahora bien,  el número 2 pertenece al 1º ternario del 1º novenario, el del “espíritu”, y se leerá: aee, es decir, “alma del espíritu del espíritu”.

 

 

41 no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección.

ου 470 (2)παντι 441(9) τω 1100(2) λαω 831(3) αλλα 62 (8)μαρτυσιν 1101(3) τοις 580(4) προκεχειροτονημενοις 1863(9) υπο 550(1) του 770(5) θεου 484(7) ημιν 108(9) οιτινες 645(6) συνεφαγομεν 1324(1) και 31 (4)συνεπιομεν 910(1) αυτω 1501(7) μετα 346(4) το 370 (1)αναστηναι 621(9) αυτον 821(2) εκ 25(7) νεκρων 1025(8)…Suma de reducciones :112, que, reducido a su vez, da 4. De acuerdo con la clave abajo expuesta, pertenece al 2º ternario del novenario del “espíritu” y se lee: eae, o sea, “espíritu del alma del espíritu”.

 

42 Y nos envió a predicar al pueblo, y atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos.

και 31(4) παρηγγειλεν 295(7) ημιν 108(9) κηρυξαι 599(5) τω 1100(2) λαω 831(3) και 31(4) διαμαρτυρασθαι 1177(7) οτι 380(2) αυτος 971(8) εστιν 565(7) ο 70(7) ωρισμενος 1475(8) υπο 550(1) του 770(5) θεου 484(7) κριτης 638(8) ζωντων 2007(9) και 31(4) νεκρων 1025(8)…Suma de reducciones:115. Y el resto es 7, número que pertenece al 3º ternario del novenario del “espíritu” y se lee: ece, “espíritu del cuerpo del espíritu”.

 

 

43 Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre».

 

τουτω 1870(7) παντες 636(6) οι 80(8) προφηται 1069 (7)μαρτυρουσιν 1671(6) αφεσιν 766(1) αμαρτιων 1302 (6)λαβειν 98(8) δια 15(6) του 770(5) ονοματος 801 (9)αυτου 1171(1) παντα 432 (9)τον 420(6) πιστευοντα 1416(3) εις 215(8) αυτον 821(2)….Suma de reducciones (98). En cuanto al resto, se trata del número 8, que nos recuerda la “eternidad” del 8º día. Y el total del pasaje Hech 10, 40-43 tiene por resto el número 21, que, a su vez, se reduce a 3. Número que pertenece al 1º ternario del novenario del “espíritu” y se lee cee, a saber, “cuerpo del espíritu del espíritu”.

 

Clave

(Ojo! Esta clave sólo se aplicaría íntegramente a la reducción del texto hebreo; para el griego sólo valdría el 1º novenario)

 

 

Novenario del “espíritu”

 

    1………..eee

2………..aee  1º ternario(“espíritu del espíritu”)

3…………..cee

 

4……….eae

5……….aae  2º ternario (“alma del espíritu”)

6……….cae

 

7……….ece

8……….ace  3º ternario (“cuerpo del espíritu”)

9……….cce

 

Novenario del “alma”

 

10……..eea

11……..aea  1º ternario(“espíritu del alma”)

12……..cea

 

13……..eaa

14……..aaa  2º ternario (“alma del alma”)

15……..caa

 

16……..eca

17……..aca  3º ternario (“cuerpo del alma”)

18……..cca

 

Novenario del “cuerpo”

 

19………eec

20………aec  1º ternario(“espíritu del cuerpo”)

21………cec

 

22………eac

23………aac  2º ternario (“alma del cuerpo”)

24………cac

 

25………ecc

26………acc  3º ternario (“cuerpo del cuerpo”)

27………ccc

 

 

*Abreviaturas: e…“espíritu”/a… “alma”/c… “cuerpo”.

 

* Para el castellano, nos servimos de la traducción de la Librería Editrice Vaticana. Para el cálculo de los valores numéricos mayores del texto griego, hemos utilizado el programa “Numerical Bible”, de Joseph Aréchiga.

 

LA FENOMENOLOGÍA DE LA PERCEPCIÓN EN RAYMOND ABELLIO

 

 
Introducción

No obstante haber puesto de relieve el enorme alcance de la revolución husserliana y llevado a sus últimas consecuencias el método fenomenológico, la figura de Raymond Abellio(1) no ha hallado todavía suficiente reconocimiento en una época en la que, agotados casi en su totalidad los recursos del pensamiento moderno, resulta indispensable abrir nuevos caminos más allá del marasmo esteticista o postmoderno.
Para R.Abellio, Husserl aparece justamente en el momento en que las categorías lineales de la ciencia «cartesiana» entran en crisis. En efecto, en Husserl tiene lugar algo así como una inversión de Descartes: a la vez que mantiene, como él, el proyecto de una fundamentación radical de la ciencia, reintroduce el mundo en la conciencia. El Yo trascendental, a diferencia del ego banal, no es una especie de afirmación distraída del yo, sino la toma de conciencia de la conciencia misma, un poder vivido, cuya asunción exige una ascesis intelectual peculiar, algo que ciertos fenomenólogos ya hicieron constar en su momento y que desemboca en una vía en la que la intuición reemplaza y supera a la demostración. De ahí que, en un sujeto dado, la emergencia de dicho poder tenga poco que ver con el saber científico acumulado: para utilizar la terminología heideggeriana, pertenecería al orden de lo ontológico, no de lo óntico.
Consciente de ello, Abellio pretende desarrollar los postulados fenomenológicos, llevando a sus últimas consecuencias el desideratum husserliano, a saber, el de una plena, íntegra y universal toma de conciencia de sí mismo, monádica primero, intermonádica después. Ello requiere
la puesta en marcha de una fenomenología genética(a la que, por lo demás, alude Husserl en algunos pasajes, sin llegar a tematizarla debidamente), cuyo primer hito es el análisis de la percepción.
I.Aproximación a la fenomenología genética: el proceso de la percepción
1.Más allá de la relación: el desvelamiento de la proporción
En el intervalo entre el momento de la concepción y el del nacimiento, yo no soy aún ser-en-el-mundo, sino ser-antes-del-mundo, formo parte de lo que llamaríamos la «indiferenciación» premundana. ¿Cuál es el yo que habla aquí y qué tiene de común con el que era antes del mundo?. R.Abellio pone de relieve la ilusión de toda explicación genética, que jamás puede ser radical, pues se apoya siempre sobre el saber actual de aquello que la génesis debería explicar. El yo que habla dirige su mirada objetivante sobre el embrión que fue y, por consiguiente, sólo podemos aceptar su visión con reservas. Una visión imperfecta y doblemente ingenua: objetivamente, porque contempla «mi» embrión desde fuera; subjetivamente, porque adopta una perspectiva localizada y, en cualquier caso, limitada de este embrión. Todo discurso radical sobre mi génesis, es decir, sobre la plena constitución en mí del tiempo y de la historia no puede ser sino una tentativa de superación de la visión ingenua. Y la necesidad insoslayable que tenemos de establecer por doquier estructuras invariantes no hace sino expresar mi confianza en la posibilidad de semejante superación.
El aparecer en el mundo, el nacimiento, constituye la segunda etapa de esta génesis. Se crea entonces la primera distancia, el primer ser-con, aunque yo no sea todavía consciente de él: una trascendencia se ha abierto a los ojos de todos, una trascendencia que «me» constituye en ser autónomo sin yo saberlo.
Será a lo largo de la infancia cuando el poder distanciador de mis sentidos alejará paulatinamente al mundo de mí o, para decirlo con más exactitud, intensificará esta trascendencia.Y llamaremos «bautismo» al instante en que me hago cargo, por así decirlo, de mis sentidos y percibo conscientemente una relación entre el mundo y yo. En ese mismo momento, yo llego a ser sujeto y él aparece como mundo de objetos.
Queda todavía otra etapa, que denominaremos «comunión» y que es una intensificación del «bautismo». Accedemos a ella cuando alcanzamos la conciencia de ser sujetos en un mundo de sujetos(2).
Abellio se adelanta aquí a una posible objeción:¿no estaremos simplificando demasiado las cosas al sustituir el «bautismo» y la «comunión» efectivamente vividos por una descripción fenomenológica de los mismos? La objeción sería válida si hablásemos del «bautismo en sí» y de la «comunión en sí» aisladamente. Pero lo que nos importa captar aquí es la relación entre ambos, el movimiento vital de flujo y reflujo que va de uno a otro.
Para nuestro autor, el «bautismo» es el umbral previamente al cual vivimos en estado de dualidad prerreflexiva con el mundo. Ahora bien, toda dualidad, de cualquier índole que sea, es siempre un estadio dialéctico inestable o, mejor, pseudo-estable, que implica una génesis y reclama una superación: entre dos polos jamás puede existir un equilibrio propiamente dicho. Una relación no es más que la emergencia visible de una «proporción», es decir, de un ciclo de relaciones que comporta la multiplicación, intensificación y trasmutación de los polos en presencia.
Todo el problema está en comprender bien el sentido de este doble tránsito: del término a la relación como «emparejamiento de términos», y de la relación a la proporción como «acoplamiento de relaciones». Llegamos así al primer «teorema» de la fenomenología genética: «La percepción de relaciones pertenece al modo de visión de la conciencia «empírica», mientras que la percepción de proporciones forma parte del modo de visión de la conciencia «trascendental»»(3).
Ahora bien, la demostración de este teorema exige la previa definición o, al menos, la ilustración de una serie de nociones, como aparecerá con claridad en el análisis de la percepción.
En la visión natural o empírica, yo me veo en estado de dualidad simple: el objeto está frente a mí, yo lo percibo.Pero si procedemos a «percibir esta percepción», como diría Husserl, veríamos cómo el objeto percibido se eleva sobre un fondo que no cae bajo una percepción efectiva, pero que, sin embargo, hace posible toda percepción. Y lo mismo ocurre del lado del percipiente: en la medida en que mis ojos, por ejemplo, perciben el objeto, se levantan sobre otro «fondo», el de la totalidad de mi cuerpo, que permanece pasiva y, no obstante, posibilita la visión.
El objeto considerado y mis ojos no son, pues, sino emergencias locales de una realidad global en la que se arraigan.Nos encontramos, por tanto, con la proporción:
objeto:mundo::sentido:cuerpo

Pero ésta es una visión sincrónica. ¿Cómo introducir aquí la diacronía? Para Abellio, la cuestión de si lo primordial es el mundo o el cuerpo carece de sentido dentro del «sistema» de la interdependencia universal. Así, por ejemplo, podemos ver las cosas como si, en un primer momento, el mundo, por esencia activo(+), activase para mí un objeto hasta entonces pasivo(-); en un segundo momento, el objeto activado(+) se impone a uno de los órganos de los sentidos, que entonces aparecerá como pasivo(-); el tercer momento asiste a la activación de este órgano(+), que actúa sobre la totalidad del cuerpo, hasta ahora pasivo(-), y lo «impresiona»; finalmente, en el cuarto momento, el cuerpo a su vez activado(+) se vuelve hacia el mundo, que ahora es pasivo(-), cerrando así el ciclo. O bien, podemos considerar que el punto de origen está en la globalidad de mi cuerpo, que se muestra activo(+) y se vuelve hacia el mundo, por el momento pasivo(-), iniciando así su particular ciclo perceptivo.Lo importante es percatarse del carácter circular de la proporción en su despliegue diacrónico.
A través de su poder diferenciador, mis sentidos reducen o diferencian los objetos a partir de la globalidad del mundo, en tanto que mi cuerpo, por su poder integrador, posee la facultad de reintegrar en él los objetos separados, abriéndose así a un nuevo modo del mundo. Por tanto, si, desde una perspectiva, el mundo se encarna en nosotros, desde otra somos nosotros quienes espiritualizamos o transfiguramos el mundo.
El proceso puede representarse gráficamente mediante una esfera, cuyo ecuador asiste al afrontamiento yo-mundo, figurado por dos diámetros que se cortan, determinando cuatro polos(los de la proporción), que, en sus relaciones, engendran dos sentidos de giro inversos(del mundo al yo y viceversa); y cuyos hemisferios representan el doble movimiento(«encarnación» y «espiritualización») derivado del encuentro yo-mundo. Es el modelo universal de la «estructura absoluta», susceptible, según Abellio, de ser aplicado a otros niveles: el de las intuiciones eidéticas, el de la emergencia del Yo trascendental, etc.
En cuanto a los cuatro «umbrales» que aparecen en el proceso de la percepción, Abellio los denomina de la siguiente manera: el tránsito del mundo activo al objeto aún pasivo es la «concepción» de mi percepción, de la que, en rigor, yo estoy «ausente»; el paso del objeto activo a mis ojos aún pasivos es el «nacimiento» de mi percepción: yo todavía estoy «ausente», pero, a través de la apertura de mis ojos, yo vengo al mundo a los ojos del mundo; al movimiento que va de mis ojos activos a mi cuerpo pasivo, que empieza a despertar para reconocer el objeto percibido y transformarlo en «instrumento» que acrecienta su poder, lo denominamos «bautismo» y, a través de él, yo hago finalmente «acto de presencia»; por último, el tránsito de mi cuerpo activo al mundo pasivo comporta la utilización del «instrumento» con vistas a una nueva relación con el mundo(lo que equivale a una universalización del mismo): es lo que llamamos «comunión» de mi percepción(4).
Si consideramos los cuatro «umbrales»(opuestos dos a dos y que se sitúan en el ecuador de la esfera que nos sirve de representación gráfica) y las dos direcciones polares(la ascendente y la descendente), tendremos seis direcciones anisótropas, que, junto con el centro, en donde todo confluye, determinan el «senario-septenario» de la «estructura absoluta», un modelo capaz de superar, en opinión de nuestro autor, toda visión lineal o puramente empírica. En efecto, sólo la visión de la proporción subyacente a toda relación hace posible la perspectiva «esférica», la única totalizadora. De lo cual se sigue que la llamada ciencia objetiva, que sólo estudia relaciones entre objetos, permanece, en este sentido, «prebautismal» e instrumentalizadora, pues no rebasa la alienación inherente a la noción de «relación».
Lejos de destruir la relación, la proporción la integra. Si representamos la primera por la superposición de dos signos literales o numéricos, por ejemplo, a/b, observamos que la relación no es simplemente dual, sino trina: la línea que une o separa a ambos signos no es otra cosa que el símbolo del intelecto que los contempla, en su doble función disociadora y reintegradora. La separación, reducción o disociación crea distancia en el mundo, o, dicho en términos lógicos, amplitud o «extensión», de índole cuantitativa. En cuanto a la segunda función, integradora, retoma esta amplitud y la trasciende o la suprime, introduciendo así la cualidad en el mundo. Si digo, por ejemplo, A es mayor que B, establezco una relación entre ambos términos, pero la aproximación instaurada entre ellos agrega a la totalidad que forman un valor cualitativo que ninguno de ellos poseía antes. La relación citada oculta así la proporción «A es a B como la grandeza es a la pequeñez».¿No pertenecerá esta segunda relación,»La grandeza es a la pequeñez». Lo esencial aquí es reconocer que el descubrimiento de la proporción oculta o implícita en toda relación viene a intensificar esta misma relación. Por eso, si la amplitud, ligada a la separación, a la reducción, era de esencia cuantitativa, la intensidad, vinculada a la integración, a la reunificación, es de índole cualitativa.La primera tiende a abrir el espacio, la segunda es indisociable de la abolición del tiempo(5).
2.Más allá de la intencionalidad husserliana: la experiencia de la intensidad
Para nuestro autor, los conceptos de amplitud e intensidad no pueden concebirse separadamente. Así, en el ámbito de la fisiología, como también en el de la psicología, la antigua hipótesis asociacionista se inscribe en una concepción ingenua que otorga a la amplitud(artificialmente abstraída de la intensidad) un papel exclusivo. Al igual que, en psicología, la asociación de ideas presupone el juicio en lugar de constituirlo, en la fisiología de los reflejos y de las primeras adaptaciones adquiridas, el «transfert asociativo» no es más que un momento artificialmente abstraído y separado del acto de acomodación-asimilación, que procede por reducción de un esquema anterior e integración de elementos nuevos en este esquema, dos «fases» que en modo alguno cabe separar en el tiempo y entre las cuales se da una interacción recíproca. Pues, de la misma manera que no hay inducción pura, tampoco se da la acomodación pura, siempre viene dirigida por un juego de esquemas. Una vez «creado el espacio» mediante la acomodación diferenciadora, se hace necesario «llenar el tiempo» por medio de la intensificación correlativa de la asimilación(6).
Ahora bien, en la esfera que nos ocupa, ¿tiene la asimilación un límite absoluto? ¿Existe una intensidad pura, una intensidad infinita a través de la cual el mundo deviene absolutamente transparente para el sujeto? En otros términos, la fenomenología genética(un proyecto husserliano que Abellio considera irrenunciable), tras haber seguido la ascensión de la conciencia, ¿desemboca en una fenomenología estática a la que pertenezca con propiedad la conciencia «absoluta»?
En fenomenología genética, las nociones de «intensidad» e «intensificación» son homólogas de las «intención» e «intencionalidad» que Husserl utiliza en su fenomenología y que toma de Brentano. Es sabido que la intencionalidad de la conciencia, es decir, su peculiaridad de ser siempre «conciencia de algo», constituye para Husserl una propiedad fundamental. Pero hay que ir más lejos. En efecto, decir que toda conciencia es conciencia de algo sin especificar este algo es hablar de la conciencia en general, pero no de la conciencia universal(si existe), pues ésta debe privilegiar sus objetos y, menos todavía, de la conciencia «absoluta», que desembocaría en la transparencia acabada de la Totalidad.La intencionalidad es una propiedad abstracta y, por consiguiente, no sirve para determinar la «cualidad» de una conciencia particular.
Por el contrario, el poder de intensificación es un poder concreto, en el sentido de que un cierto ser puede hablar de la intensidad de tal estado de su conciencia en un momento dado. Es la in-tensión de la conciencia, su tensión interna, lo que la abre a lo otro que ella, pero es su in-tensidad lo que la colma. No es lo mismo querer que poder, no basta con tener una intención para que ésta sea colmada o satisfecha.De ahí la relevancia de la noción de intensidad.
La intencionalidad husserliana sólo puede fundar, por tanto, una fenomenología en donde la conciencia es considerada como una forma independiente de sus contenidos, algo así como la conciencia del «hombre en general». Pero el «hombre en sí», que nos plantea esta reducción «universitaria», ¿existe acaso en algún lugar? Semejante fenomenología ¿no adolece de presentarse ante todo como objeto de «enseñanza» más que de «evocación»? ¿No se ve forzada a someterse a un lenguaje lineal, «demostrativo», válido indistintamente para todos los hombres, rechazando quizá ciertos «contenidos» cuya asimilación exige unas capacidades singulares?
Así, pues, en la medida en que se ocupa de describir el «Yo» individual más genérico y no el «Nosotros» universal; en la medida en que se refiere al hombre en abstracto y le atribuye, además de la conciencia «natural», una conciencia «trascendental», la fenomenología husserliana desemboca en un callejón sin salida.
Según Abellio, vivimos en el intervalo entre la fenomenología estática del principio(puramente formal) y la del fin, el límite hacia el que la primera necesariamente tiende. Y entre ambas, la instancia mediadora es justamente la fenomenología genética, que no puede sino culminar en la plena «constitución» del tiempo y el acceso a la visión sincrónica radical.

¿Cómo entender entonces el proceso de la intensificación? Nuestro autor insiste en que la revolución husserliana implica ante todo la superación de cualquier tipo de «conciencia posicional del mundo y no posicional de sí»(por emplear la terminología sartriana) mediante la conciencia de conciencia, la conciencia «trascendental». Cuando tomo por objeto de mi conciencia no ya este jardín que veo(sin tener conciencia de ver), sino el acto mismo de percibir, ¿no ocurre nada en mi conciencia? La percepción de la percepción altera radicalmente el estado primitivo. Aquí está todo el problema de la autopresencia de la conciencia:la distancia «reflexiva» de la conciencia a su objeto queda abolida y una espontaneidad segunda reemplaza a la primera, de modo que la cosa se «transfigura», por así decirlo, en «sobre-cosa».

Lo que aquí está en juego es una intensidad de conciencia capaz de hacer patente la transfiguración en el curso de una experiencia directa y personal del fenomenólogo, una experiencia que le abre a un nuevo mundo del que la «naturaleza» nos tiene desterrados. Aquí es donde se percibe con claridad la distancia entre Descartes y Husserl. Si, para el primero, el lugar de la apodicticidad radical es el yo atento que se aprehende a sí mismo como sum, la índole de la épojé husserliana es de otro orden: más allá de toda conciencia «residual» independiente del mundo, nos compromete profundamente con él y nos conduce a una modificación del yo y a una «transfiguración» del mundo, por más que Husserl no llegue a utilizar la palabra. De este modo, si la atención realiza la coincidencia de la conciencia consigo misma, la intención opera la coincidencia de la conciencia consigo misma y con el mundo. Y el yo deviene así una experiencia vivida que hace de la fenomenología no sólo una teoría o una simple forma gramatical, sino una praxis. Una experiencia que, por consiguiente, no está al alcance de cualquiera en cualquier momento.

Para nuestro autor, la visión empírica o «natural» se mueve en el ámbito de la entropía, es decir, del proceso de uniformización o nivelación de los estados, que opera cuantitativamente o en amplitud. La visión trascendental, en cambio, es personal y específica, y pertenece a la esfera de la gnosis, a saber, al proceso de diferenciación y personalización de los estados, que actúa cualitativamente y se manifiesta como intensidad. Sólo este último modo de visión es real; por el contrario, la amplitud no es más que una proyección imaginaria y convencional de la intensidad, su reducción utilitaria, su banalización.
Toda crisis del hombre comporta una saturación de la exterioridad situada frente a él en modo de amplitud y su trasmutación en una interioridad nueva fundada en modo de intensidad. Y es a partir del «bautismo» cuando la multiplicación de las relaciones se hace a plena luz y asistimos conscientemente, por primera vez, a los intercambios dialécticos de la amplitud y la intensidad.

No obstante, es en el estadio denominado «comunión» cuando el Yo no se limita a verse a sí mismo como sujeto y al mundo como objeto, sino que comienza a percibir el mundo como sujeto.Por eso la «comunión» marca en el orden de las estructuras ontológicas la transfiguración última. Entre el «bautismo» y la «comunión» hay la misma distancia que entre la «presentificación» y la «presencia».

De ahí que la «comunión» sea indisociable de la percepción de una proporción. No en vano, en el simbolismo matemático, la proporción se representa mediante el signo = colocado entre dos relaciones: a/b = c/d. Un simbolismo de asombrosa riqueza, pues los dos trazos horizontales superpuestos del signo = no son sino los dos trazos que figuran en las dos relaciones. Ahora bien, en virtud de tal superposición, la lectura sucesiva de las relaciones viene reemplazada por una lectura simultánea, que indica, en primer lugar, la permanencia del existente en medio de ambas relaciones. Y, en segundo término, por el hecho de superponer un trazo a otro, la permanencia viene completada por una intensificación que, en apariencia, la contradice y que está ligada a la integración de la primera relación en la segunda.

Así, la proporción aparece(7) como un mundo completo cuya constitución es senaria, pues, además de los cuatro términos(dos de la relación inicial y dos de la final), comporta un signo dual que representa al observador y que conecta las relaciones en ambos sentidos. Por consiguiente, el trazo dual que separa las relaciones simboliza el simple hecho de que el observador mismo es doble y pasa, en toda proporción, de un estado «natural», que es el del yo ordinario, al estado «trascendental».
3.Un invariante:la inversión intensificadora de inversión
Si examinamos las sucesivas etapas de la génesis del yo(8), observaremos que, por la concepción, el germen es puesto dentro de la madre, en tanto que, por el nacimiento, el nuevo ser sale al exterior y, al mismo tiempo, se sitúa dentro del mundo. Así, pues, se constata una oscilación, una inversión entre lo interno y lo externo: los términos de la pareja germen/madre se comportan entre sí como lo interno y lo externo, mientras que la pareja bebé/madre supone una exteriorización o independización del primero respecto de la segunda. Por otra parte, de un estadio a otro se aprecia una intensificación de los términos: la relación embrión/madre se ha transformado en esta otra:recién nacido/mundo. Se puede decir, por tanto, que la dialéctica de la pareja concepción/nacimiento es doble. Retrospectivamente aparece como inversión de sentido; prospectivamente, como confirmación e intensificación de sentido. Ahora bien, tal intensificación coloca a la nueva relación(recién nacido/mundo) en perfecta homología con la antigua(germen/madre),invirtiendo así la inversión. Lo cual viene a cerrar la estructura sobre sí misma, de manera que el nacimiento aparecerá como la inversión intensificadora de inversión respecto de la concepción.

Las dos etapas siguientes, el bautismo y la comunión confirman este modo de ver las cosas. El primero es inversión intensificadora de inversión respecto del nacimiento. En efecto, si lo contemplamos retrospectivamente, es inversión simple: mientras que por el nacimiento el recién nacido era puesto en o dentro del mundo, por el bautismo viene separado del mundo y colocado frente a él. Pero, al mismo tiempo, el bautismo nos sumerge en un modo más intenso de este mismo mundo, el mundo de los sujetos, aunque todavía no seamos conscientes de él. Y así «toda percepción, todo acto, todo momento son a la vez salida conciencial de un modo antiguo del mundo e inmersión matricial en un modo nuevo de este mismo mundo»(9).

Por consiguiente, podemos decir que la conciencia de conciencia nace de la estupefacción ante el mundo y la disipa.Re-crea el mundo y nos otorga la orientación justa. Por eso la conciencia no es simplemente separativa, a la manera del «para-sí» sartriano; no sólo instaura la distancia frente al objeto, sino que, en su calidad de conciencia de conciencia, comporta la abolición de esa distancia y, por tanto, la comunión con el objeto.
II.En diálogo con Abellio

Sin entrar en una discusión detallada de las tesis de R.Abellio sobre la percepción y, en general, sobre la fenomenología genética, sí destacaremos algunos puntos básicos.

Uno de ellos es, sin duda, la diferencia entre las actitudes cartesiana y husserliana frente al tema de la conciencia. Nuestro autor hace notar cómo la novedad introducida por Husserl radica en lo siguiente: la toma de conciencia de sí es indisociable del acto de re-tomar el mundo. Un punto en el que convendría insistir si es que nos proponemos entender y superar el dualismo que está en la base de buena parte del pensamiento moderno. Y es que el afán de autocercioramiento que caracteriza a la modernidad proviene de una hipertrofia del yo casi nunca reconocida y siempre subrepticia.

Es verdad que muchos planteamientos decimonónicos ponen de relieve la crisis de la razón cartesiana y moderna, señalando los límites de la subjetividad. Pero, a nuestro entender, casi siempre apuntan al reconocimiento de la realidad «objetiva» como una terra incognita definida por oposición a aquella subjetividad que se funda o se autocerciora al margen del mundo. Con lo cual las tentativas de fundamentación de la objetividad fácilmente desembocan en un panegírico de la «irracionalidad » o de la «vida», o bien en una reivindicación de los fueros de la razón empírica, que tendría ante sí una esfera «científica» perfectamente legitimada al margen de toda consideración filosófica. En este sentido, las críticas de Husserl al psicologismo, recogidas por Abellio, posibilitan la constitución de una razón integral, a la vez que nos presentan bajo una nueva luz los supuestos más originarios de la percepción.

Por lo demás, resulta imposible ignorar el desplazamiento «existencial» del pensar que arranca en el XIX y que ha ido confirmándose a lo largo del presente siglo. En tal sentido, el reconocimiento de la irreductibilidad del mundo al sujeto puramente cartesiano es insoslayable y plantea graves cuestiones a un pensar que, como el fenomenológico, se muestra, por definición, abierto a «las cosas mismas». Aquí, como en otros puntos, no podemos sino asentir a las observaciones de Husserl y Abellio a propósito de la inercia en que nos tiene sumidos la razón «natural». Por ejemplo, la noción de «escándalo» aducida por Abellio en orden a explicar el proceso de la percepción y el surgimiento de la intuición(una «reconstitución» del viejo tema del «asombro» como raíz del filosofar) parece especialmente pertinente.

Otra dirección en la que el diálogo resultaría interesante es la que plantea el binomio ciencia-conocimiento, en donde hay que destacar el carácter integrador de la visión abelliana: la dimensión «instrumental», «científica» del hemisferio inferior de la «estructura absoluta» es indisociable de la emergencia de la conciencia «trascendental», es decir, la visión «empírica» es algo así como el «reverso» de la visión «trascendental» y, por consiguiente, carece de sentido concebirla aisladamente.

Otras cuestiones se plantean ya en el ámbito intra-fenomenológico y surgen a propósito de las críticas de Abellio a Husserl. ¿Se puede hablar, como hace nuestro autor, de un cierto «formalismo» husserliano? El término resulta un tanto exagerado, aunque algunos análisis de Husserl adolezcan de una cierta generalidad. Es lo que, a primera vista, ocurre con el concepto de intencionalidad, una propiedad abstracta que, según Abellio, habría que precisar, refiriéndola a una intensidad de conciencia particular. Pero si examinamos las cosas con más atención, observaremos que, en cada análisis fenomenológico, la intencionalidad husserliana aparece en conexión con un determinado contexto, por más que Husserl, condicionado quizá por la enorme amplitud del campo que se propone explorar, no llegue a establecer una estructura universal que dé razón de la intencionalidad.

Todo ello no invalida completamente las críticas de Abellio, pero introduce algunas matizaciones. En la medida en que Husserl pone en marcha un procedimiento que «cualquiera»(o sea, todo aquél que haya rebasado los planteamientos psicologistas) puede utilizar, el nuevo método queda liberado de adherencias doctrinarias. Y si ello le otorga una cierta indeterminación, ésta se asemeja más a la de un «arte» que a la un «lenguaje demostrativo accesible a todos».

No obstante, las críticas de Abellio al «estatismo» husserliano resultan enriquecedoras, pues se mueven en un ámbito decisivo: allí donde el «arte» se transforma en «ciencia», entendiendo el término en el sentido muy amplio, más próximo al de «evocación» que al de «enseñanza niveladora».

Por eso Abellio se centra en el análisis del proceso de «intensificación», de la tensión entre el estatismo fenomenológico «inicial» y el «final», y llega a concebir la percepción de una manera peculiar, que se concreta en el esquema esférico de la «estructura absoluta». En él, la noción de «intensidad» adquiere un papel clave, indispensable para comprender el acto de intuir.

Se trata, en definitiva, de extraer todas las consecuencias de la conciencia de conciencia, un punto en el que conviene insistir, pues, dejando a un lado la enumeración de los «umbrales» o «estadios» de la conciencia señalados por nuestro autor, lo decisivo radica en el doble movimiento de ésta, a saber, su «distanciamiento» del mundo y su «comunión» con él. La conciencia trascendental nada tiene que ver con el «regressus in infinitum» que Sartre critica a propósito del método fenomenológico. En efecto, la sucesión de los «umbrales» no implica únicamente una proliferación indefinida de los mismos, a saber, un proceso de diferenciación sin fin, (semejante visión sería puramente cuantitativa),sino también
una integración de la serie a través de un «paso al límite», de su intensificación última. Por eso, aceptada la tesis abelliana de la proporción como «quantum» mínimo de comprensión trascendental o estructura básica, el problema que se plantea no es otro que el correcto encadenamiento de proporciones cada vez más amplias e integradoras que, sin dejar al margen la dimensión «instrumental» del saber, le restituyan al propio tiempo su alcance trascendental.

NOTAS

1)Como introducción a la figura y la obra de R.Abellio, cf. Cahier de l’Herne «Raymond Abellio», París,1979, con abundante bibliografía; de Brosses,M.T.,Entretiens avec Raymond Abellio, París,1966, éd.Pierre Belfond.
2)La structure absolue,37-38; cf. también su obra La fin de l’ésotérisme,París,1973,Flammarion,81-87.
3)La structure absolue, 43(La traducción es nuestra);cf. asimismo «Le postulat de l’interdépendance universelle», Cahier de l’Herne,23-28.Sobre esta temática, cf. también Lombard,J.P.»Considérations théoriques sur la phénoménologie d’Abellio»,Ibidem,111-117; Hirsch,Ch.,»Préambule à la logique de la double contradiction»,ibid.,271-275.
4)La structure absolue,43-48.
5)Op.cit.,51-52.
6) Ibid., 53-57.

7) Ibid., 67-72.

8) Ibid., 74.

9) Ibid., 75.

* Publicado en «Axis mundi», 1995, 5, 17-28.
Tags: objeto, mundo, percepcion, descartes, inversion, yo, cuerpo, proporcion, relacion, epoje, intencionalidad, ciencia, genetica, amplitud, conciencia, intensidad, sujeto, sartre, entropia, empirico, trascendental, sentido, abellio, husserl .

DENOMINACIÓN DE LOS 27 NIVELES

DENOMINACIÓN DE LOS 27 NIVELES

NOVENARIO del «espíritu»

Alef-1….eee
Beth-2….aee TERNARIO «espíritu del espíritu»
Guímel-3..cee

Dálet-4…eae
He-5……aae TERNARIO «alma del espíritu»
Vau-6…..cae

Záyin-7…ece
Jeth-8….ace TERNARIO «cuerpo del espíritu»
Teth-9….cce

NOVENARIO del «alma»

Iod-10….eea
Kaf-11….aea TERNARIO «espíritu del alma»
Lámed-12..cea

Mem-13….eaa
Nun-14….aaa TERNARIO «alma del alma»
Sámek-15..caa

`Ayin-16..eca
Phe-17….aca TERNARIO «cuerpo del alma»
Tsáde-18..cca

NOVENARIO del «cuerpo»

Qof-19….eec
Resch-20..aec TERNARIO «espíritu del cuerpo»
Schin-21..cec

Táu-22….eac
K.f.-23…aac TERNARIO «alma del cuerpo

M.f.-24-cac

N.f.-25…ecc
Ph.f.-26..acc TERNARIO «cuerpo del cuerpo»
Ts.f.-27..ccc

Abreviaturas:
e……..espíritu
a……..alma
c……..cuerpo

NOTAS PARA UNA EXÉGESIS NUMEROLÓGICA DE HECHOS 10, 40-43

¿Qué aporta la consideración numerológica de un texto? Aparte de resaltar la dimensión estética del mismo, nos ayuda a profundizar en cómo la realidad de las cosas se refleja en los signos que componen el lenguaje, abriendo así un nuevo campo de investigación: el del contenido que el simbolismo numérico incorpora al sentido literal.

 

De este modo, mediante la clave abajo expuesta, cabe añadir a cada uno de los vocablos que componen un texto un suplemento de sentido derivado del número de orden de las letras que lo forman, de la suma de los mismos y del resto de su división por 9. Por ejemplo, el término «Dios», que traduce al griego ο θεος, tiene como valor el número 354, que, reducido a 9, da 3. Y, según la clave en cuestión, 3 se lee «cuerpo del espíritu del espíritu», pues, dentro del novenario del «espíritu», constituye el nivel más complejo del primer ternario.

 

Llegaremos así a asignar a cada texto o pasaje un contenido basado en la mayor o menor complejidad de su valor numérico, lo que equivale a su mayor o menor alejamiento de la unidad (el puro «espíritu») y, por tanto, del «principio».

 

Observamos cómo el primer novenario es el del «espíritu»; el segundo, el del «alma»; y el tercero, el del «cuerpo». A su vez, dentro de cada uno de los novenarios, el primer ternario es el más «espiritual»; el segundo, el más «psíquico»; y el tercero, el más «corpóreo». Por último, dentro de cada ternario ocurre algo análogo: el primer nivel representa el «espíritu» en su propio ámbito, en tanto que al segundo corresponderá el «alma»; y al tercero, el «cuerpo».

 

Evidentemente, «espíritu» es sinónimo de «principio» y de «simplicidad», en tanto que «cuerpo» lo es de «fin», «término», «complejidad», mientras que «alma» ocupa una posición «intermedia» entre «principio» y «término», «simplicidad» y «complejidad».

 

Sin embargo, no podemos pasar por alto una pregunta fundamental: ¿Pueden los niveles «ontológicos» de las palabras, basados en su valor numérico, determinar el nivel ontológico de la realidad que designan? No, puesto que realidades muy dispares poseen idéntico valor númerico.

 

No obstante, a la vista de la riqueza de las lenguas más originarias (las ideográficas), resulta imposible sostener la arbitrariedad del signo lingüístico. Por ello parece razonable la hipótesis de que exista una analogía entre el nivel ontológico derivado del sentido literal de un vocablo y el conectado con su valor numérico.

 

40 Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara,

τουτον 1190(2) ο 70(7) θεος 284(5) ηγειρεν 181(1) τη 308 (2) τριτη 718 (7)ημερα 154(1) και 31(4) εδωκεν 884 (2)αυτον 821(2) εμφανη 604(1) γενεσθαι 283(4)…Suma de restos a 9 (38). Y, en último extremo, 2, número del contraste o del conflicto. Ahora bien,  el número 2 pertenece al 1º ternario del 1º novenario, el del «espíritu», y se leerá: aee, es decir, «alma del espíritu del espíritu».

 

 

41 no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección.

ου 470 (2)παντι 441(9) τω 1100(2) λαω 831(3) αλλα 62 (8)μαρτυσιν 1101(3) τοις 580(4) προκεχειροτονημενοις 1863(9) υπο 550(1) του 770(5) θεου 484(7) ημιν 108(9) οιτινες 645(6) συνεφαγομεν 1324(1) και 31 (4)συνεπιομεν 910(1) αυτω 1501(7) μετα 346(4) το 370 (1)αναστηναι 621(9) αυτον 821(2) εκ 25(7) νεκρων 1025(8)…Suma de reducciones :112, que, reducido a su vez, da 4. De acuerdo con la clave abajo expuesta, pertenece al 2º ternario del novenario del «espíritu» y se lee: eae, o sea, «espíritu del alma del espíritu».

 

42 Y nos envió a predicar al pueblo, y atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos.

και 31(4) παρηγγειλεν 295(7) ημιν 108(9) κηρυξαι 599(5) τω 1100(2) λαω 831(3) και 31(4) διαμαρτυρασθαι 1177(7) οτι 380(2) αυτος 971(8) εστιν 565(7) ο 70(7) ωρισμενος 1475(8) υπο 550(1) του 770(5) θεου 484(7) κριτης 638(8) ζωντων 2007(9) και 31(4) νεκρων 1025(8)…Suma de reducciones:115. Y el resto es 7, número que pertenece al 3º ternario del novenario del «espíritu» y se lee: ece, «espíritu del cuerpo del espíritu».

 

 

43 Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre».

 

τουτω 1870(7) παντες 636(6) οι 80(8) προφηται 1069 (7)μαρτυρουσιν 1671(6) αφεσιν 766(1) αμαρτιων 1302 (6)λαβειν 98(8) δια 15(6) του 770(5) ονοματος 801 (9)αυτου 1171(1) παντα 432 (9)τον 420(6) πιστευοντα 1416(3) εις 215(8) αυτον 821(2)….Suma de reducciones (98). En cuanto al resto, se trata del número 8, que nos recuerda la «eternidad» del 8º día. Y el total del pasaje Hech 10, 40-43 tiene por resto el número 21, que, a su vez, se reduce a 3. Número que pertenece al 1º ternario del novenario del «espíritu» y se lee cee, a saber, «cuerpo del espíritu del espíritu».

 

Clave

 

Novenario del «espíritu»

 

 

1………..eee

2………..aee  1º ternario(«espíritu del espíritu»)

3……….cee

 

4……….eae

5……….aae  2º ternario («alma del espíritu»)

6……….cae

 

7……….ece

8……….ace  3º ternario («cuerpo del espíritu»)

9……….cce

 

Novenario del «alma»

 

10……..eea

11……..aea  1º ternario(«espíritu del alma»)

12……..cea

 

13……..eaa

14……..aaa  2º ternario («alma del alma»)

15……..caa

 

16……..eca

17……..aca  3º ternario («cuerpo del alma»)

18……..cca

 

Novenario del «cuerpo»

 

19………eec

20………aec  1º ternario(«espíritu del cuerpo»)

21………cec

 

22………eac

23………aac  2º ternario («alma del cuerpo»)

24………cac

 

25………ecc

26………acc  3º ternario («cuerpo del cuerpo»)

27………ccc                    

 

 

*Abreviaturas: e…»espíritu»/a… «alma»/c… «cuerpo».

 

* Para el castellano, nos servimos de la traducción de la Librería Editrice Vaticana. Para el cálculo de los valores numéricos del texto griego, hemos utilizado el programa «Numerical Bible», de J.Aréchiga.

INCLINACIONES ASTRALES Y FIN DE LOS TIEMPOS

-Es un hecho fundamental que «los astros inclinan», en el sentido de que el cuerpo muestra hacia ellos una gran pasividad. Y, evidentemente, en virtud de su unión con el cuerpo, el espíritu puede ser influido indirectamente por éste.

 

-Conforme se acerca el «fin de los tiempos», la necesidad de decidir deviene cada vez más apremiante, de manera que la opción definitiva separa de un modo siempre más claro a los extremos del bien y del mal.

 

-¿Por cuál de ellos optará la humanidad? Resultan iluminadoras al respecto las palabras de Cristo: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe sobre la tierra?» No parece que haya dificultad para interpretarla: Cristo afirma que su venida coincidirá con la «gran apostasía». De lo único que podemos dudar es de la mayor o menor extensión de la misma.

 

-Eso quiere decir que el género humano, falto de fe, se inclinará masivamente en la dirección marcada por los astros, ya sea «armónica» o «inarmónica».

 

-Ahora bien, al faltar la fe, incluso las inclinaciones armónicas del cuerpo redundarán en perjuicio del espíritu.

 

-Por tanto, el criterio para la interpretación de un tema astral es atenerse a lo puramente material, eso sí orientado preferentemente hacia el mal moral.

 

-Las palabras de Cristo no parecen dejar muchos resquicios para una interpretación optimista de la época terminal que estamos viviendo.

 

-No obstante, la frase en cuestión abre la posibilidad de que, a pesar de todo, quede alguna fe sobre la tierra. Lo que significa que la interpretación astrológica no tiene por qué ser irremediablemente negativa como para excluir toda esperanza. Y es que la gracia de Cristo está ahí para ser otorgada a quien con sinceridad se haga consciente de su situación casi desesperada  y solicite el auxilio que viene de lo Alto.

 

-Fuera de esta actitud carece, pues, de sentido interpretar un tema astral en sentido positivo y «optimista».

 

-Es verdad que en todas las épocas la hermenéutica astral hubo de contar con la situación del hombre «caído y redimido». Sin embargo, al aproximarse el «fin de los tiempos», la opción definitiva se hace apremiante. Y así cobran máxima actualidad aquellas palabras del Salmo: «El auxilio me viene del Señor…»

UNIVERSAL, PARTICULAR, PREDICCIÓN (y II)

 La dialéctica esencia-existencia

 En la lógica tradicional y en conexión con la índole de los conceptos se habla de la oposición­ entre «extensión» y «comprehen­sión»: a mayor extensión, menor comprehensión (o definición) y vi­ceversa. Por ejemplo, la noción «ser», la más extensa que con­cebirse pueda, es también la que menos «notas» incluye. Por su parte, cualquier «cosa», cualquier ente indi­vi­dual se ca­rac­te­riza por el máximo número de «notas». A ma­yor extensión, mayor proximi­dad a la unidad (re­pre­sentada por el «ser»); a menor extensión, mayor alejamiento de la misma. En este senti­do, cualquier individuo se sitúa en la multipli­ci­dad, aunque haya grados dentro de la misma.

Entre el extremo esencial, significado por el «ser», y el existencial, representado por el «ente individual», media, pues, la máxima distancia. De ahí que resulte tan difícil co­nocer la existencia individual desde la abstracción esencial. Sin embargo, puesto que «lo que está arriba es como lo que está abajo», ¿cabe llegar al conocimiento de lo singular?

 

En principio, sí, siempre que apliquemos la analogía que ca­racteriza al símbolo. ¿Qué sentido tiene decir que el «ente individual» es «como el ser», cuando lo único que sabemos has­ta ahora es que se distingue radi­calmente de él? En efecto, cualquiera que sea la perspectiva que utilicemos, se diferen­cian entre sí como un máximo y un mínimo, un abstracto y un concreto, la unidad y la multiplicidad, a saber, como dos con­trarios. Si la analogía afirma que «uno es como el otro», ha­brá que añadir, «pero al revés». De esta manera, el conoci­miento del polo esencial nos llevará al del existencial y vi­ceversa. Aplicar esto al análisis y la síntesis, el conoci­mi­ento de la historia y el de las esencias intemporales, el del espacio y el del tiempo, etc.

Así, Saturno como esencia es inverso de Saturno como e­xistencia: si el primero significa la «estabilidad» o «perma­nen­cia» una, al margen de las circunstancias concretas, el segundo denota la encarnación misma de aquella «estabilidad» o «perma­nencia», su multiplicación.

 

Una ilustración: los símbolos astrológicos

 

Zodíaco

Cuerpo del macrocosmos, factor inmóvil en el que cada signo representa una parte o un miembro.

Tierra

Factor móvil que recorre el cuerpo macrocósmico y punto de referen­cia de cualquier ente en su desenvolvimiento temporal, pero también en su esencia intemporal.

Planetas

Factores móviles ligados a los signos. Representan los diver­sos planos de la esencia y de la existencia universales.

 

¿Cabe referir los planetas a otros tantos «cuerpos»? Sí. ¿Cómo denominarlos? Quizá lo más sencillo sea utilizar los nombres de los planetas y hablar de los cuerpos «lunar», «mer­curiano», «jupiteriano», etc. Tales cuerpos se manifestarán de distinta manera según la casa en la que se sitúen o con la que estén conectados. Y es que el tema astral con sus diferentes sectores representa el cuerpo «terrestre» propiamente dicho, es decir, el cuerpo en que se encarna el yo solar. De igual modo, si tomásemos como punto de referencia la órbita de Mar­te­ en torno al Sol, el tema astral resultante figu­raría el cuerpo «marciano» en que se encarnaría el yo solar.

Ahora bien, si tomamos como referencia el Zodíaco, es decir, el cuerpo del macrocosmos visto desde la Tierra, cada uno de los planetas constituirá el componente dinámico de un signo (él mismo factor estático). Y el tema astral nos dirá como los diferentes planetas se integran en las distintas par­tes del microcosmos.

¿Qué correspondencias se establecen entre el cuerpo del macrocosmos y el del microcosmos? Puesto que el desplazamiento del Sol en las casas sigue un camino inverso al de los signos, las correspondencias serán las siguientes:

Aries….de ASC a cúsp. de XII//Tauro….de cúsp. de XII a cúsp. de XI//Géminis….de cúsp. de XI a MC//Cáncer….de MC a cúspide de IX//Leo….de cúsp. de IX a cúsp. de VIII//Vir­go….de cúsp. de VIII a DSC//Libra….de DSC a cúsp. de VI/­/Escorpión….de cúsp. de VI a cúsp. de V//Sagitario….de cúsp. de V a FC//Capricornio….de FC a cúsp. de III//Acua­rio….de cúsp. de III a cúsp. de II//Piscis….de cúsp. de II a ASC.

Otra cosa es si consideramos el tema como estático: en ese caso las correspondencias serían: Aries….I///Tau­ro….II///Géminis….III, etc.

 

Tiempos de revolución planetarios y su simbolismo

 

Cuanto mayor es el tiempo de revolución de un planeta, más amplia será su esfera de influencia y, por lo tanto, mayor será el número de individuos sometidos a él. Así, Júpiter po­seerá un campo de influencia más amplio que el de Marte; Sa­turno rebasará a Júpiter; y Plutón los superará a todos. De manera que, en virtud de la «ley del espejo», las caracterís­ticas de éste último planeta afectarán a los ni­veles más glo­bales de la esencia y a los más primarios de la existencia: algo así como la dialéctica entre «ser» y «ente». Y, del mismo modo que cabe distinguir 4 niveles existen­ciales(materia, vi­da, conciencia y autoconciencia), habrá 4 niveles esenciales: el que abarca a todos los entes materiales será el más amplio; seguirá el que engloba a los entes vivos; algo más restringido será el de los entes conscientes; y el de menor extensión abarcará únicamente a los entes dotados de autoconcien­cia. En esta hipótesis, Plutón estará referido a la materia; Neptuno, a la vida; Urano, a la conciencia; y Saturno, a la autocon­ciencia. A mayor extensión, menor comprehensión o intensión.

Según eso y ampliando el número de niveles (la anterior enumeración era sólo un ejemplo), Plutón figuraría la máxima extensión y mínima comprehensión; la Luna, en cambio, la míni­ma extensión y la máxima comprehensión; de ahí el carácter individua­lizador de la misma, sólo superado por el del ASC. Es claro, pues, que, cuanto mayor es el período de revolución de un planeta, mayor es su capacidad para moverse en los ámbitos supraindividuales(o esenciales) o infraindividuales (constitu­tivos mínimos existencia­les). No olvidar, de todos modos, que el tiempo es respiración: si el ASC tarda 4′ aprox. en reco­rrer un grado zodiacal, empleará unos 4» en recorrer un minu­to zodiacal(muy próximo al «rega» bíblico, 3 1/3 segundos;véase el post «En torno a la división del tiempo en la Biblia»).

 

CATÁSTROFES Y «JUSTICIA DIVINA» (y II)

 

¿Cómo relacionar más en concreto dichas catástrofes con el libre albedrío humano? Por un lado, las características físicas de cada lugar de la Tierra vienen marcadas por las configuraciones astrales del tema natal del planeta. Un tema que, indudablemente, existe, aunque nos sea desconocido, como nos es desconocido el momento en que la Tierra empezó a rotar sobre sí misma (en cambio, será más fácil determinar las características en cuestión para una era o una época concretas). De manera que, en principio, el conocimiento de la configuración física de los diferentes partes o lugares de la Tierra no ofrecería mayor dificultad. En efecto, si es cierto que, en lo que se refiere a los entes racionales, «los astros inclinan, pero no obligan», no es menos cierto que sí obligan a los entes puramente corpóreos, como reconocía santo Tomás de Aquino. Y eso nos permitiría calcular las probabilidades de eventos catastróficos para tales o cuales lugares.

 

Por otra parte, los actos de intelección y de decisión operados por un ser humano no sólo pueden modificar las expectativas de su propio cuerpo, sino también, aunque en menor grado, las de su entorno o las de su «campo de aplicación».

 

Con más razón, las acciones de un grupo humano, cualquiera que sea su extensión y proporcionalmente a ella, afectarán a un lugar dado y transformarán en un sentido o en otro las expectativas a él ligadas. Y según el nivel espiritual del grupo en cuestión, así mejorarán o empeorarán tales expectativas.

 

Así, por ejemplo, la mayor o menor capacidad de defensa o de refugio frente a las amenazas de la naturaleza disminuirá o aumentará los riesgos de catástrofes. Al mismo tiempo, la mayor o menor utilización de determinadas fuentes de energía (por ejemplo, la nuclear) supondrá un aumento o disminución de las amenazas a otro nivel.

 

En cuanto a las catástrofes morales, derivadas de modos de vida profundamente desarraigados, en conflicto radical con el Sentido y más propias de los grupos o de los países «civilizados», apenas es necesario insistir en la gravedad de las mismas. Ellas son el salario lógico de una «civilización» en la que la «concupiscencia de la carne», la «concupiscencia de los ojos» y la «soberbia de la vida» a las que alude san Pablo tienen su asiento.

 

Y son los designios de la divina Providencia los que, gobernando toda esta «materia» por medio de las jerarquías  angélicas, disponen el cómo y el cuándo de la Justicia, atemperada siempre por la Misericordia.

EVOCANDO A SANTA TERESA

 

Vuestra soy, para vos nací:

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Soberana Majestad,

eterna Sabiduría,

Bondad buena al alma mía,

que hoy os canta amor así:

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Vuestra soy, pues me criásteis;

vuestra, pues me redimísteis;

vuestra, pues que me sufrísteis;

vuestra, pues que me llamásteis;

vuestra, porque me esperásteis;

vuestra, pues no me perdí;

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Véis aquí mi corazón,

yo le pongo en vuestra palma:

mi cuerpo, mi vida y alma,

mis entrañas y afición.

Dulce Esposo y Redención,

pues por vuestra me ofrecí:

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Dadme muerte, dadme vida,

dad salud o enfermedad,

honra o deshonra me dad,

dadme guerra o paz crecida,

flaqueza o fuerza cumplida,

que a todo digo que sí:

¿Qué queréis hacer de mí?

 

Dadme riqueza o pobreza,

dad consuelo o desconsuelo,

dadme alegría o tristeza,

dadme infierno o dadme cielo,

vida dulce, sol sin velo,

pues del todo me rendí:

¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Si queréis que esté holgando,

quiero por amor holgar;

si me mandáis trabajar,

morir quiero trabajando:

decid dónde, cómo y cuándo,

decid, dulce Amor, decid:

¿Qué mandáis hacer de mí?

EN TORNO A LA PERVIVENCIA DEL PASADO EN EL PRESENTE

 En relación con el método astrológico de las «progresiones» se plantea el siguiente problema:¿COMO INFLUYE EL PASADO SOBRE EL PRESENTE? Dado que el pasado ya no existe(otra cosa es calcular la influencia del tema natal,que, naturalmente, recoge posiciones del pasado de una persona viva o de una institución igualmente viviente sobre el presente de esa entidad), cómo concebir esa influencia? No obstante, si reflexionamos con profundidad sobre la cuestión, concluiremos que, SIEMPRE QUE TRATAMOS DE CALCULAR LA INFLUENCIA DEL PASADO SOBRE EL PRESENTE O EL FUTURO CONSIDERAMOS DICHO PASADO COMO PRESENTE, YA SEA BAJO LA FORMA DE UNA PERSONA, DE UNA INSTITUCION O DE LA HISTORIA SIN MAS.ES EL TIEMPO MISMO EL QUE PERMANECE PRESENTE, BIEN BAJO LA FORMA DE PERSONA, INSTITUCION O VESTIGIO DE AMBOS.SE TRATA ENTONCES DE RELACIONAR DOS TIEMPOS, UNO «PASADO» Y OTRO «PRESENTE» O «FUTURO».VISTAS ASI LAS COSAS, TODOS LOS TIEMPOS SE RELACIONAN, PERO SIEMPRE SEGUN LA FLECHA DEL TIEMPO, POR MAS QUE, SINCRONICAMENTE CONSIDERADOS, SE PUEDA HABLAR DE RELACIONES ESTATICAS DE DOBLE SENTIDO.POR OTRA PARTE, PUEDE CONCEBIRSE QUE EL FUTURO INFLUYA EN EL PRESENTE O EN EL PASADO BAJO LA FORMA DE CAUSA FINAL, COMO YA SEÑALARON LOS ANTIGUOS.Todo ello nos lleva a una conclusión: es necesario aplicar tales reflexiones a la interpretación de cualquier tema astral.

 

SOBRE LA «REVERSIBILIDAD» DEL TIEMPO. Los filósofos medievales conocían la «reversibilidad» del tiempo. Dice Tomás de Aquino:»Primum in intentione est ultimum in executione».Es decir, lo primero en el orden de la posibilidad es lo último en el orden de la actualidad.Lo que mueve a la voluntad(en los seres racionales), al «apetito»(en los animados) o a las «tendencias»(en los inanimados) es la causa final. Viene a nuestra memoria puede la vieja sentencia que habla de la relación entre el entierro de Napoleón y su derrota en una batalla. Por consiguiente, si el tiempo es circular(espiral, si se considera parcialmente), cada una de sus partes es inseparable de las demás, aunque haya que distinguir entre la interdependencia en los racionales y la interdependencia en los demás seres.

 

NOTA astrológica:puesto que todos los factores astrológicos, excepto el eje nodal, se mueven de Aries a Piscis vía Tauro, representarán el sentido de la «flecha del tiempo», que va del pasado al futuro;en tanto que el eje nodal, cuyo movimiento es retrógrado, figurará el sentido contrario, es decir, el de las intenciones o posibilidades.Y es curioso constatar cómo Piscis representa el mundo de las ilusiones o de los ideales, en el doble sentido de «móviles» y de «espejismos»:los primeros mueven a la voluntad; los segundos la frenan o disuaden. Y algo semejante cabe decir de Neptuno y Júpiter, sus regentes. Por otra parte, si el sentido de la flecha temporal es éste, y el inverso es el del eje nodal, la consideración de los signos en sí mismos no puede ser sino estática, a saber, las relaciones existentes entre ellos son al margen del tiempo.

 

OTRA OBSERVACION: Atendiendo al movimiento de los astros(«Tempus est numerus motus…»), cabe dividir el círculo zodiacal en dos mitades:de 0ºAries a 0ºLibra….pasado; de 0ºLibra a 0ºAries….futuro.El eje en cuestión(0ºAries-0ºLibra) figurará, por tanto, el presente. Así, el pasado y el futuro más remotos(0ºAries y 30ºPiscis) entran en contacto en dos puntos:0ºAries-30ºPiscis y 30ºPiscis-0ºLibra. El primero se sitúa más allá del tiempo; el segundo, «en mitad» del tiempo. Hay que profundizar, por tanto, en el círculo como símbolo de la eternidad:»AQUI EL TIEMPO DEVIENE ESPACIO».Y ES QUE EL PRESENTE REúNE EN SI DOS DIMENSIONES, EL INSTANTE COMO CONFLUENCIA DE PASADO Y FUTURO(0ºLibra), Y EL INSTANTE COMO FIN DEL TIEMPO(0ºAries).TODOS LOS FACTORES MOVILES, A EXCEPCION DEL EJE NODAL, EXPRESAN EL SENTIDO DEL TIEMPO, EN TANTO QUE DICHO EJE SUPONE UNA INFLUENCIA DEL FUTURO SOBRE EL PRESENTE. ES COMO SI EN LOS PRIMEROS SE EXPERIMENTASE ANTE TODO EL INSTANTE «EN MITAD» DEL TIEMPO; EN CUANTO AL SEGUNDO, COMIENZA POR EL INSTANTE COMO «FIN DEL TIEMPO».ES EL UNICO FACTOR QUE EXPRESA DIRECTAMENTE LAS CAUSAS FINALES, LA TELEOLOGIA.

 

¿Cómo es posible hablar del pasado y del futuro desde el presente? En la medida en que la conciencia individual se incorpora a una conciencia para la que son presentes el pasado y el futuro. En definitiva, para una conciencia que vive más allá del tiempo. Sin embargo, el resto del ser vive en el tiempo; de ahí el conflicto entre lo mental y lo existencial. Por lo tanto, la conciencia que «sobrevuela» el tiempo es la instancia desde la que integrar la totalidad de los acontecimientos. No basta la conciencia individual, que nos impediría ir más allá de nuestra existencia, del intervalo comprendido entre el nacimiento y la «inmortalidad», comoquiera que ésta se conciba y defina. En efecto, algo de mí continuará existiendo indefinidamente, con lo que el «sobrevolar» está «garantizado» por la parte del futuro. No así por la parte del pasado, por lo que he de acudir (a través de una «apresentación») a una conciencia para la que el pasado es presente. Así, pues, si el futuro del mundo es también mi futuro, no ocurre lo mismo con el pasado: si quiero comprenderlo, tendré que extrapolar mi futuro al pasado y hacerme contemporáneo de la conciencia global de la historia. De esta manera, si mi pasado se representa por los 6 primeros signos y mi futuro por los otros 6, ¿a qué corresponderá el pasado sin mí? Para extrapolarlo habré de conocer la duración del ciclo global. De todos modos, «como es arriba, así es abajo», por lo que puedo concebir el ciclo global por analogía con mi propio ciclo. Y así el tiempo del macrocosmos se dividirá en dos mitades, regidas por los mismos signos antes señalados. En cualquier caso y para continuar con el tema de la temporalidad y sus fases, lo importante es saber que el eje del presente sirve para integrar el pasado y el futuro «sincrónicamente», como si de «cuadros contiguos» se tratase.

 

NOTA: ¿Cómo se concilia esto con la doctrina cristiana, especialmente clara en la antropología de S.Ireneo, según la cual lo primero es la «mixis» cuerpo-espíritu? Parecería que todas las especulaciones sobre la inmortalidad se hallan «en el aire» hasta tanto no mostremos la conexión cuerpo-espíritu. ¿Quiere eso decir que, incluso la supuesta inmortalidad del espíritu es imposible concebirla al margen del cuerpo (el cual no se identificaría en modo alguno con el cadáver)? Es lógico pensarlo, de manera que las concepciones basadas en la pura inmortalidad no están suficientemente fundamentadas. Si el cuerpo no estaba destinado a morir sin más, es que hay en él un núcleo inmortal, por más que dicho núcleo pueda pasar o no por el trauma de la muerte, de un modo análogo a como el «esquema» del cuerpo físico sobrevive a las distintas transformaciones por las que pasa: el cuerpo es siempre el mismo, pero nunca lo mismo).

 

CORRESPONDENCIA ENTRE SIGNOS Y FASES DEL PASADO Y DEL FUTURO:                

                               PASADO                           

1)Aries//2)Tauro//3)Géminis//4)Cáncer//5)Leo//6)Virgo

 

                               FUTURO

1)Libra//2)Escorpión//3)Sagitario//4)Capricornio//5)Acuario//6) Piscis

 

 

¿Qué sentido tienen estas atribuciones? Proyectar en el espacio las distintas etapas de la temporalidad, de manera que las cualidades o características de cada una de ellas sirvan también para describir la índole del pasado o del futuro. Es verdad que tal descripción sólo se aplicaría literalmente al devenir de los seres naturales; pero también los racionales han de contar con un orden temporal de atributos que refleja en el tiempo la estructura del espacio sincrónico. Por consiguiente, se trata de manifestar en el tiempo el orden espacial de los atributos. Ahora bien, si todos ellos son simultáneos, ¿por qué se manifiestan temporalmente en un orden dado? De no haber intervenido el pecado original, ¿el orden hubiera sido el mismo? No podemos saberlo con exactitud, aunque sí sabemos una cosa: Dios creó el mundo en el tiempo o con el tiempo, y no sólo a los seres naturales, sino también al hombre e incluso a los ángeles, aunque en cada caso se trate de tiempos diferentes. En todo caso, si interpretamos que los ángeles fueron creados el primer día, no fueron creados en el mismo tiempo que los demás seres, puesto que las lumbreras que sirven de signo a los tiempos no aparecen hasta el día 4º. Habría que hablar al respecto de un tiempo no mensurable por los astros(el eón), a diferencia de los demás seres. Por consiguiente, a excepción de Dios, a quien pertenece la eternidad, todos los demás seres son temporales, por más que el hombre haya sido llamado a participar de la eternidad. Sólo Dios conoce, por tanto, las diferentes etapas de la vida de un ser, y no por «presciencia»(lo que implicaría tiempo), sino por contemporaneidad con ellas, porque todas le son presentes. El hombre, a lo sumo puede conjeturarlas o conocerlas en parte en la medida en que recibe una revelación de parte de Dios. No es de extrañar entonces que Platón hablase del tiempo como de «la imagen móvil de la eternidad» para, acto seguido, concebirlo como un «eterno retorno», es decir, un devenir continuo que refleja en sus distintas fases los diferentes atributos del «círculo de la eternidad». Tan sólo la revelación podía romper ese círculo infernal, mostrando el tiempo como una línea con principio y fin. Principio, en cuanto que el tiempo no se identifica con la eternidad; y fin por la misma razón. Ante la alternativa de concebir el tiempo como un transcurrir indefinido, la revelación nos lo muestra como un transcurrir que concluye asumido por la eternidad, sin que por ello deje de existir como condición que es de la existencia creatural. En este sentido, habría que decir del final del tiempo algo análogo a lo que se dice del principio, a saber: de la misma manera que el tiempo brota de la eternidad como algo distinto y separado, aunque no pueda comparársele, también desemboca en ella sin ser totalmente anulado o destruído(«Gratia non destruit naturam, sed perficit»).

 

Lo que, a propósito de la astrología primordial, nos lleva a concluir lo siguiente: ésta hubo de ser un saber arraigado en la eternidad que proyectaba en el tiempo los distintos atributos de Dios, que, de estar representados en simultaneidad en el círculo de la eternidad, pasaron a proyectarse de manera sucesiva en el tiempo. Y debió constituir una parte de la revelación primordial, que, surgida del ámbito de la eternidad, iluminaba con sus inspiraciones la existencia humana, sus tiempos y sus fases(«Enséñame a calcular mis años para que adquiera un corazón sensato», dice el Salmo).Posteriormente, cuando empezó a presentarse como un saber autónomo del universo, como un saber hecho de «tradiciones» y «observaciones» al margen de una interiorización espiritual, terminó por transformarse en una ciencia determinista que reivindicaba sus fueros frente a la voluntad divina. Y es que todo saber desarraigado degenera rápidamente y se vuelve contra aquel que «lo roba» a la manera de Prometeo:»El que no recoge Conmigo desparrama».

 

¿COMO INTERPRETAR UN TEMA DESDE EL PURO PRESENTE?¿HAY ALGUN PROCEDIMIENTO QUE TRADUZCA LA PURA SIMULTANEIDAD? Toda interpretación que quiera mantenerse fiel a la realidad de las cosas habrá de situarse en un presente que no es otro que el de la percepción del ser «sub specie aeternitatis».Y, aunque la expresión no haya de tomarse en sentido riguroso, es cierto que responde a un desideratum: el de hacer del instante del nacimiento el símbolo de un modo del mundo que brota en ese mismo momento y representa una posibilidad a desarrollar dentro de su peculiar ciclo. Para dicho ser, los sucesivos instantes del tiempo y, por consiguiente, del mundo, son contemplados desde su particular perspectiva, de manera que esa perspectiva es lo que lo define y lo que constituye su ser. Ahora bien, el instante del tiempo que lo caracteriza no es en  modo alguno una parte infinitesimal del «círculo de la eternidad», ya que ésta no puede concebirse como un tiempo infinitamente divisible. Sí sería una parte infinitesimal de la «extensión indefinida del tiempo», de manera que cualquier instante futuro o pasado se contempla desde él como desde una atalaya, su propio ser. De ahí la necesidad de desarrollar procedimientos de comparación globalizadores, los únicos que pueden evitar una visión parcial o alienante. Dos maneras hay de hacerlo: los tránsitos, que consideran posiciones reales, y las progresiones, verdaderos «tránsitos diferidos».

 

¿PERO COMO ACCEDER A LO QUE ESTA MÁS ALLÁ DEL TIEMPO? En  primer lugar, mediante la estructuración completa de todos los demás instantes, a sabiendas de que ello no basta, puesto que lo que está  más allá  del tiempo se sitúa justamente más allá de la división del ciclo temporal global, es decir, en el centro y, en todo caso, en su manifestación más directa, la circunferencia indivisa. No obstante, un paso más hacia el centro es la «espacialización» del tiempo, de manera que cada tema astral se distinguirá por pertenecer a un determinado sector de la «circunferencia de la creación» o, lo que es igual, a uno de los atributos de Dios. Y SI TENEMOS EN CUENTA QUE DICHO ATRIBUTO PLASMA SU IMAGEN Y SEMEJANZA EN EL SUJETO DEL TEMA ASTRAL EN CUESTION, COMPRENDEREMOS QUE EL UNICO MODO DE «RETORNAR AL CENTRO» ES APELAR AL ATRIBUTO EN CUESTIÓN.

 

¿ES POSIBLE DEFINIR EL «REFLEJO» EN TERMINOS ASTROLOGICOS? No lo parece, a no ser que tratemos de encontrar un simbolismo astral semejante al de los números primos en numerología. Es decir, de la misma manera que todos y cada uno de los números primos son «reflejos» de la unidad a distintos niveles, también la «imagen y semejanza» que constituyen a cada hombre es un «reflejo», entre otros, de la «Unidad». Es, en último extremo, lo que designa el nombre de una persona.

 

¿HABRIA ALGUN EQUIVALENTE ASTROLOGICO?. Dos  vías de acceso caben aquí: la del punto-síntesis, que nos remite a un punto de la circunferencia zodiacal, verdadera síntesis de todos los factores planetarios que entran en el tema; o un signo-síntesis obtenido por el  mismo procedimiento: se otorga a cada signo su número de orden, se suman los ordinales y se divide el total por el número de factores considerados.

 

 

 

SOBRE LA ÍNDOLE DEL INTELECTO

 

 

Si el intelecto, uno de los componentes del ser humano, es capaz de conocer las Ideas y los números, y éstos se encuentran más allá del tiempo, ¿en qué ámbito se moverá el intelecto? Desde el punto de vista de la Teoría del Conocimiento, es clara la respuesta: en el dominio de los entes inespaciales e intemporales. Ahora bien, dicho ámbito no es sin más el de la eternidad, pues éste implica la «tota simul ac perfecta possessio interminabilis vitae». Por su parte, el intelecto humano, mientras está unido al cuerpo, participa indirectamente del devenir temporal, un devenir que afecta directamente al cuerpo. Y, separado del cuerpo, no se ve limitado por éste, pero tampoco puede morir ni descomponerse. Sin embargo, vive una existencia compuesta de instantes sucesivos, de cuya cualidad última poco sabemos.

¿Significa esto que hay un desajuste entre la inmortalidad del intelecto y su capacidad para conocer las ideas «eternas»? ¿O es que la «eternidad» de las ideas difiere de la de Dios? Es claro que difiere, ya que las Ideas divinas no pueden sino identificarse con la esencia divina, en tanto que las ideas captadas por el intelecto no se identifican con su existencia inmortal y sucesiva. Por otro lado, las Ideas divinas son ejemplares de las cosas, pero también creadoras de las mismas, mientras que las ideas del intelecto se limitan a ser integradoras de las cosas. Es la distancia entre el «original» divino y su «imagen» humana: el estatismo de las ideas del intelecto contrasta con el devenir de éste. Tan sólo a través de la imagen y semejanza cabe la asimilación última al ser divino. En efecto, por la acción de la gracia, la temporalidad del intelecto viene superada en una eternidad participada.