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DE ALGUNOS SUCEDÁNEOS DE LA FE CRISTIANA

 

En «Betsaida», un grupo de laicos comprometidos en un «Proyecto de salud integral» se abordaban hace unos años los siguientes temas:

 

-Comunicación personal efectiva.

-Introducción al eneagrama.

-Co-escucha.

-Autoestima.

-La fuerza curativa y espiritual del ayuno.

-Retiro de oración mensual.

-Aprendizajes vitales.

-De la expresión al sentimiento.

Como en décadas anteriores se dialogaba con el marxismo a partir de la semejanza que su «compromiso con el proletariado» parecía tener con el cristiano amor al prójimo, ahora se trata de dialogar con la psicología profunda partiendo de la semejanza que parece compartir con la espiritualidad cristiana. Si entonces no se derivó para la fe cristiana otra cosa que no fuese tomarse más en serio su dimensión horizontal, ahora apenas se ven las ventajas de tal aproximación, pues la pretendida interiorización no tiene nada que ver con la presencia de Dios en nosotros: el «interior intimo meo» agustiniano no equivale en modo alguno al ensimismamiento o al «énstasis» divinizante, ya que Dios, por su trascendencia, no es accesible al telescopio, pero tampoco al microscopio. También escapa a todo proceso de interiorización, de manera que el «paraíso interno», supuestamente inafectado por  el pecado original, no es más que un refugio inexistente. Tan sólo la voluntad humana quedó a salvo de la caída original, aunque sí profundamente tocada, de manera que no se mueve en una órbita equidistante de Dios y del Maligno, sino claramente alrededor de éste último. Y, de un modo análogo a como fue alterada la voluntad, también lo fue el pensamiento, profundamente perturbado en su ejercicio, sin hablar de la memoria, separada de los orígenes y prisionera de seculares traumas, colectivos e individuales.

 

SOBRE ALGUNOS AFORISMOS DE FREUD

En torno a algunos aforismos de Freud
Neurólogo austriaco (1856-1939) que sentó las bases del Psicoanálisis, un nueva teoría de la personalidad fundada en el concepto de “inconsciente” y un método de tratamiento para pacientes con trastornos. Sirvan estos aforismos de introducción a su pensamiento.
«Los sentimientos de amor y temor de dios no tienen su origen en dios, sino en los seres humanos.Son sentimientos de frustración dirigidos por el hombre a un ser imaginario que pretende sea su padre.»
Así, pues, el padre del Psicoanálisis opina que el concepto “Dios” no es más que una proyección de las necesidades del hombre, que quiere superar sus frustraciones imaginando tener un “padre en el cielo” que lo protege. No en vano Freud ha sido considerado como uno de los representantes de la “filosofía de la sospecha”, para los cuales hay que desconfiar de toda realidad trascendente, ya sea accesible a la fe y revelada en la Escritura, ya sea obtenida por un razonamiento metafísico. Por cierto, hasta la misma Biblia dice que no es necesaria la Biblia para averiguar que existe Dios. Naturalmente, eso supone que el ser humano está dotado de una razón capaz de abrirse a lo que está más allá del mundo de los sentidos, de la pura materialidad.
«Sería una ilusión suponer que lo que la ciencia no puede darnos lo podemos encontrar en otro lugar.»
Aquí tenemos una muestra del cientificismo de Freud: no hay conocimiento superior al de la ciencia. Ahora bien, sabido es que la ciencia es un conocimiento cuyo objeto ha de ser algo contable, ponderable y medible. Pero hay otros saberes, como el arte, la poesía, la música, la filosofía o la teología, que se ocupan de realidades no ponderables, contables ni medibles. Y es que la realidad es de una riqueza tal que no puede ser completamente abarcada por la ciencia.
«La voz del intelecto es apagada, pero no descansa hasta haber logrado hacerse oír, y siempre termina por conseguirlo después de ser rechazada infinitas veces».
Freud parece tener una confianza ilimitada en la fuerza del intelecto, basada, según parece, en el modo como sus teorías fueron extendiéndose en el ámbito de la Psicología y de la Psiquiatría. Indudablemente, hay motivos para pensar que el mundo es accesible a la razón, al menos en parte y que, a pesar de los obstáculos que plantea el pensar rutinario, los méritos del investigador lúcido terminan no pocas veces por ser reconocidos. Otra cosa es pensar que la realidad se rinde al final a la razón, cosa que no ocurrirá nunca, ni siquiera en el supuesto de que se entienda por “razón” un instrumento de conocimiento muy elevado, capaz de evadirse de las fronteras del tiempo y del espacio. Por lo demás, si atendemos al contenido del aforismo anterior, que otorga a la ciencia un privilegio especial, está claro que la confianza de Freud en las capacidades del intelecto resulta infundada, puesto que el concepto de “ciencia” manejado por él se queda mucho más atrás, con lo cual permanece ciego a determinados niveles de la realidad, tales como el ontológico, el metafísico y el teológico.

¿QUÉ TIPO DE ACTUALIZACIÓN ACONTECE EN LA LITURGIA?

-El acontecimiento que es Cristo tuvo lugar una sola vez, pero es válido para todas las épocas.
-Por otra parte, la liturgia nos habla de la diaria celebración de aquel acontecimiento en la Eucaristía, a la vez que insiste en que allí está presente Cristo físicamente. Y esto supone que el acontecimiento en cuestión no es accesible a nosotros más que a través de la liturgia, por más que sus méritos puedan llegar a la humanidad de otras maneras que sólo Dios conoce, aunque siempre referidas a la Iglesia y a la memoria que ésta hace de la entera humanidad en la Eucaristía.
-¿Puede la oración hacer presente a Cristo físicamente? No, y de hecho se habla de «comunión espiritual» o de deseo, para diferenciarla de la física. Eso sí, la oración dirigida a Cristo predispone a la comunión física.
-¿Por qué instituyó la Iglesia el año litúrgico? Para «integrar» a un nivel más elevado la Eucaristía diaria, lo cual hizo a través de la mediación de la semana. Se trata, pues, de pasar de la maduración espiritual diaria a la semanal y, de ésta, a la anual. Siempre es la misma Eucaristía, pero contextualizada de diferente modo. Perder de vista esto equivale a despreciar el tiempo como factor de maduración espiritual y a encerrarse en una concepción simultaneísta que escamotea la realidad. En efecto, semejante simultaneidad sólo es propia de Dios, que está por encima del tiempo y del espacio. El hombre sólo puede elevarse sobre el tiempo y el espacio en cuanto espíritu, en el plano del entendimiento y de la voluntad, es decir, en tanto concibe ideas y persigue fines. Pero, en cuanto cuerpo, se halla prisionero del espacio-tiempo, eso sí con la esperanza de trascenderlos un día. Y es la unión entre espíritu y cuerpo lo que convierte al hombre en un ser con historia, a saber, en un ser que no vive ni en la «posesión perfecta y simultánea de una vida interminable» que es la eternidad, ni en el «eterno retorno de lo idéntico» que, en teoría, caracterizaría a los seres de la naturaleza. «El tiempo es la imagen móvil de la eternidad», pero no está destinado a durar indefinidamente. Por eso la doctrina cristiana habla de un principio y de un fin del tiempo. Y eso es lo que se celebra anualmente en la liturgia, a sabiendas de que el año se abre a su vez a los jubileos y, en definitiva, al Jubileo eterno que inaugura Cristo en su segunda venida.
-Hasta aquí una somera visión del año litúrgico y de su carácter integrador. ¿Cómo entender la maduración espiritual de una persona concreta en este contexto? Situándola a partir del jubileo que antecede a su nacimiento y a partir del domingo anterior a su nacimiento, sin olvidar a los santos del día como protectores suyos que son y al santo cuyo nombre lleva. Así el año litúrgico nos permitirá situar a cada persona en el Cuerpo Místico, que se prepara históricamente y se proyecta de manera principial en los distintos tiempos y días litúrgicos. Cada existencia se enmarcaría, pues, en este esquema y podríamos ver la peculiaridad de su desarrollo espiritual. Y veríamos así, de manera palpable, cómo la Eucaristía va integrando todos los tiempos, lugares y experiencias.

«LA AYUDA ME VIENE DEL SEÑOR, QUE HIZO EL CIELO Y LA TIERRA» (Salmo 121,2)

 

Salmo 121, 2:  «La ayuda me viene del Señor,

que hizo el cielo y la tierra».

   

: עזרי מעם יהוה עשה

שמים וארץ׃

53(16-7-20-10)

53 (13-16-24)

26 (10-5-6-5)

42 (16-21-5)

68 (21-13-10-24)

54 (6-1-20-27)

Suma total: 296

Descomposición en factores primos: 296=2x2x2x37 y, según los ordinales de dichos primos: 296=2ºx2ºx2ºx13º. Lo que nos lleva a una morada «cúbica» multiplicada por las aguas o en medio de las aguas. Y si tenemos en cuenta que «13 es como 1» (pues el valor numérico del término «uno» en hebreo es 13, que es también el número de «Dios» y de «amor»), el simbolismo adquiere una especial riqueza.

Reducción a 27: 296=10-26. Traducido al simbolismo del alefato, tendremos: mano-plenitud de la boca o de la palabra. Es decir, acción que se manifiesta a través de la palabra o como palabra.

 

COMENTARIO A LOS TEXTOS LITÚRGICOS DEL 5-6-2012

 5 de Junio de 2012

Evangelio:

Marcos 12, 13-17

«En aquel tiempo, enviaron a Jesús unos fariseos y partidarios de Herodes, para cazarlo con una pregunta. Se acercaron y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie; porque no te fijas en lo que la gente sea, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente. ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?» Jesús, viendo su hipocresía, les replicó: «¿Por qué intentáis cogerme? Traedme un denario, que lo vea.» Se lo trajeron. Y él les preguntó: «¿De quién es esta cara y esta inscripción?» Le contestaron: «Del César.» Les replicó: «Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios, a Dios.» Se quedaron admirados.»

 

Si hemos de contar con nuestros condicionamientos corpóreos, sociales, políticos o de cualquier otro tipo, no debemos dejarnos esclavizar por ellos: «Al rey la vida y la hacienda se han de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios»-decía el clásico.

 

Jesús nos enseña el camino correcto hacia Dios, que no es una vía desencarnada e ilusoria que dejaría a un lado las normales dificultades y obligaciones de la existencia. Al contrario, distingue muy bien entre los fueros de la Divinidad y los del poder político y mundano.

 1ª Lectura

2 Pedro 3,12-15a.17-18

«Queridos hermanos: Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables. Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación. Así, pues, queridos hermanos, vosotros estáis prevenidos; estad en guardia para que no os arrastre el error de esos hombres sin principios, y perdáis pie. Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a quien sea la gloria ahora y hasta el día eterno. Amén.»

 

Supuesto el contenido del Evangelio, que nos enseña a reivindicar los fueros incondicionales del Reino de Dios frente a todo lo que es condicionado y contingente, la lectura nos muestra la resolución escatológica de este conflicto entre el «César» y Dios. En los días últimos, hombres sin principios tratarán de arrastrarnos a permanecer para siempre bajo el poder del «César» y a rechazar los cielos nuevos y la tierra nueva en que habite la justicia. Se nos previene así para que la venida del Señor nos encuentre en paz con Él, contando siempre con aquello que hace posible nuestra salvación, la paciencia de Dios.

 

 

Del Salmo 89:

«Antes que naciesen los montes / o fuera engendrado el orbe de la tierra, / desde siempre y por siempre tú eres Dios.  
Tú reduces el hombre a polvo, / diciendo: «Retornad, hijos de Adán.» / Mil años en tu presencia / son un ayer, que pasó; / una vela nocturna.
Aunque uno viva setenta años, / y el más robusto hasta ochenta, / la mayor parte son fatiga inútil, / porque pasan aprisa y vuelan.  
Por la mañana sácianos de tu misericordia, / y toda nuestra vida será alegría y júbilo. / Que tus siervos vean tu acción, / y sus hijos tu gloria.»

 

La actitud que se nos inculca en el Salmo 89 viene a concretar lo que decía la 2ª carta de san Pedro. Y así la paciencia de Dios se hace posible en virtud de su estar por encima del tiempo («Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó, una vela nocturna»), a diferencia de la condición mortal (¿qué son setenta u ochenta años? ). Por eso pedimos ser saciados por la misericordia del Señor.

 

 

DEL DEBILITAMIENTO DE LA CARIDAD

Conforme la vivencia de una realidad se debilita, las palabras que la dicen tienden a convertirse en simples remedos o caricaturas de aquella. Así ocurre, por ejemplo, con el vocablo «caridad», que, de designar al mismo Dios («Dios es caridad», dice san Juan), ha pasado a significar una serie de actos y hábitos que, faltos de fundamentación y de arraigo en el amor divino, en el amor que es Dios, se reducen, en definitiva, a mera beneficencia.

 

De esta manera, la caridad como amor al prójimo basado en el amor que es Dios, queda desfigurada e invertida. Veamos cómo.

 

Si el amar al prójimo como a uno mismo supone el amor ordenado a sí mismo, cualquier desviación de este orden repercute en aquél, de suerte que una visión incorrecta del primero comporta igualmente un error de apreciación en el segundo. Ahora bien, en un mundo como el nuestro, marcado por tantas desviaciones (inflación del ego, gnosticismo, adanismo, relativismo, escepticismo, agnosticismo…), resulta casi imposible una comprensión del prójimo como término de la caridad.

 

Por eso ésta aparece como un sentimiento humano que, partiendo de la autocompasión irredenta, desemboca en una actitud «protectora» y «solidaria» hacia el prójimo que no es sino un eco de aquella.

 

Y así, en lugar de amar al prójimo con caridad, es decir, brindándole la realidad de Dios de la que supuestamente participamos como cristianos, le ofrecemos cualquier otro recurso, remedio o donación.

 

Sin entrar en un tema cuya extensión es casi inconmensurable, nos limitamos aquí a apuntar una pista en orden a la comprensión de aquellas terribles palabras: «Ante la desmesura del mal se debilitará la caridad de muchos».

 

DE LA ALEGRE Y «TRISTE» NAVIDAD

Es un tópìco decir que la Navidad es una fiesta a la vez alegre y triste. Si, en el plano de las «causas segundas», cabe atribuirlo al simbolismo del Capricornio (exilio de los valores asociados a la maternidad y a la infancia), en el ámbito teológico se explicaría de la siguiente manera: alegría por la inmanencia de Dios en el Niño de Belén; tristeza, como signo de la divina  trascendencia, no abolida por el acontecimiento de la Encarnación. Nos lo recuerdan algunos villancicos que aluden a que «este Niño ha de morir en la cruz».

 

A diferencia de la Pascua, en donde la tristeza va unida a la pasión y muerte de Cristo, a su salida de este mundo, y la alegría, al «paso» de este mundo al Padre y al «retorno» a la vida», pero a una vida ultraterrena. Aquí la tristeza es el signo de la inmanencia, y la alegría, de la trascendencia.

 

No sé por qué, de entre las muchas tentativas históricas de plasmar en el arte esta alegría, me viene ahora a la memoria la beethoveniana recreación de la «Oda a la alegría» de Schiller en el último movimiento de la 9ª Sinfonía («Freude, schöner Götterfunken, Tochter aus Elysium»), que, indudablemente, es algo más que una exaltación puramente humana, gnóstica…

PARA UN ESQUEMA DEL DESARROLLO ESPIRITUAL

-Distinguiremos tres niveles de realidad y, por consiguiente, tres niveles de lenguaje:

 

1) el corpóreo, gobernado por los astros (se trata de las «inclinaciones» o «proclividades», lo que a veces se denomina el «destino»).

 

2) el psíquico, dependiente de la voluntad y de la razón (no predecible por el saber astrológico, aunque sí descriptible mediante el lenguaje astral; sí se puede afirmar que, al margen de la gracia, la voluntad no puede modificar gran cosa las inclinaciones básicas. Es lo que se llama la «voluntad abandonada a sí misma», un concepto tan abstracto como el de «estado de naturaleza», algo que, en realidad, nunca ha existido, puesto que Dios, al crear al ser humano, lo elevó simultáneamente al «orden» sobrenatural).

 

Para ser más precisos, habría que hablar de «naturaleza caída«, en la cual habrá diferencias en cuanto a la constitución natal de cada uno, pero no a la condición caída. En realidad, cualquier tema natal hay que interpretarlo en sentido peyorativo, salvo que al sujeto de referencia se le haya aplicado la Redención operada por Cristo, es decir, que haya recibido el Bautismo (efectivamente, o «de deseo»). En otro caso, la interpretación de los aspectos negativos (cuadratura creciente,  oposición y cuadratura menguante) será bastante negativa, mientras que los positivos (sextil y trígono) estarán muy limitados desde el punto de vista espiritual. En cuanto a la conjunción, se interpretará positivamente (pero no demasiado) o negativamente según los planetas que la forman.

 

3) el pneumático o sobrenatural, marcado por la gracia. Aquí sí nos encontramos con una realidad concreta, la modificación del destino y de la voluntad por la Providencia. ¿Puede representarse o describirse por medio de la astrología? Si acudimos a la frase según la cual «Los últimos serán los primeros…» o también a esta otra, «El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado», el «tema sobrenatural» será el «inverso» del «corpóreo». En lo que se refiere a los aspectos, los negativos no se interpretarán como favorecedores del egoísmo o de las inclinaciones morbosas, sino más bien como indicadores del contraste entre la gracia y la voluntad o para subrayar la necesaria colaboración entre Dios y el hombre. Los positivos tendrán en principio más fuerza si pertenecen a la fase descendente o de retorno que a la ascendente o de separativa, ya que pertenecen a una vivencia más completa de las relaciones entre lo divino y lo humano.

 

-Otra cuestión. Dado que no existe algo así como el «estado natural», ¿podría hablarse de un «tema sobrenatural», de manera que la condición «pneumática» pudiese verse reflejada en él? Para comprender semejante tema haría falta una ciencia realmente divina. En efecto, si a los ojos de Dios no hay pasado ni futuro, sino sólo el presente de la eternidad, Él puede ver el nacimiento y la suerte final de un humano en un mismo acto: a través de él,  el ser humano en cuestión es contemplado en el contexto del universo. Ahora bien, es ese contexto lo que denominamos «tema astral». En tal caso, no habría que invertir el tema «corpóreo». Tendríamos siempre el mismo tema, pero interpretado a diferentes niveles.

 

-Puesto que ningún ser humano posee en principio esa ciencia, habrá de mirar el tema, primero como «corpóreo» y «fatal»; luego, como «indeterminado» y modificable; finalmente y sólo con la ayuda de la gracia, como el contexto que define a una persona salvada o condenada. En el primer caso tenemos a una persona que se deja llevar por sus inclinaciones tal como vienen descritas por el saber astrológico. En el segundo nos las habemos con un conflicto entre la voluntad y esas inclinaciones (para bien o para mal). En el tercero, la persona responde plenamente a la acción de la gracia, o bien deja de responder a ella.

-¿Cómo conocer el nivel de la interpretación? Mediante una toma de contacto con el sujeto. Así sabremos: 1) si responde pasivamente a su tema natal, o 2) si entra en conflicto con él (para bien o para mal).

 

-Es la entrada consciente en el ámbito de la gracia y su respuesta a ella lo que determina el nivel existencial.

 

-Lo anterior nos lleva a imaginar un esquema completo del desarrollo del tema: a) respuesta pasiva al tema o identificación pasiva con él; b) primera diferenciación entre el tema y el desarrollo existencial, salida del «Padre» (algo así como una inversión de las características astrales es lo que domina en esta fase); c) plena diferenciación; d) primera abolición de la diferencia, hasta llegar al retorno al «Padre», en la conjunción del nuevo ciclo. El esquema parece clave para entender el distanciamiento y la vuelta al origen o abolición de esa distancia.

 

-De ahí  la relevancia de las direcciones primarias y las cuatro fases de todo ciclo, que aquí aparecen con claridad: conjunción-creciente-oposición-menguante. De esta manera, el ciclo, al introducir el tiempo, delinea las fases de la autoconciencia.

 

-El tiempo presenta, pues, este ritmo, que constituye la estructura del momento presente y, por consiguiente, de cualquier ciclo, por pequeño que sea, y que nos da la posibilidad de aprovechar plenamente las oportunidades que nos ofrece la gracia. Como también la posibilidad de malograrlas. Es el misterio de la libertad humana.

 

-Semejante estructura figura muy bien el contraste entre voluntad y gracia y el diálogo que se establece no entre el yo y el mundo, sino entre el yo y Dios. Los cuatro momentos son la subdivisión de las dos fases: la que va del «Padre» al «Hijo» y la que retorna del «Hijo» al «Padre». Éste sería el eje vertical (conjunción-oposición); el horizontal (creciente-menguante) viene determinado por ambas He, las letras del «Espíritu Santo». La vertical expresa, pues, posiciones extremas entre voluntad y gracia; la horizontal, posiciones intermediarias. De la gracia a la voluntad se desarrolla la primera fase; de la voluntad a la gracia, la segunda; y en medio de cada fase se da un momento de equilibrio entre ambas instancias.

 

-De la colaboración y sintonía con el esquema anterior dependerá la mayor o menor apertura a la deificación.

-Se impone, pues, Inscribir las épocas de la vida en el esquema en cuestión. Ya hemos dicho que el primer momento es la «conjunción»: se caracteriza por la pasividad del sujeto, que aún no ha desarrollado su yo; «Dios nos crea sin nosotros». El segundo es el «cuarto creciente»: lo que lo define es el surgimiento del yo, que entra en diálogo con Dios (o de la voluntad, que empieza a dialogar con la gracia). El tercer momento es la «oposición», en la que los fueros del yo se distancian al máximo de Dios (o la voluntad de la gracia). Viene finalmente el «cuarto menguante», en el que el yo empieza a entrar de nuevo en diálogo con Dios, esta vez «de vuelta» (o la voluntad con la gracia), afrontamiento que le llevará a la fusión con él (o de la voluntad con la gracia).

 

-Esto en la actitud de colaboración. En la actitud de resistencia, el ser se opondría a la marcha de los acontecimientos, de manera que, al principio, por ejemplo, no querría asumir su propia subjetividad, permaneciendo demasiado tiempo «en el seno de la madre». O también, ya en el proceso de retorno y, por consiguiente, de superación de la propia subjetividad, tendería a permanecer encastillado en su yo, sin reconocer al Dios que le ha creado y que se halla en el comienzo de todo o, lo que es igual, en su voluntad, rechazando toda apertura a la gracia.

 

Un ejemplo de cómo se esquematizan los 4 momentos.

«Conjunción»= descripción del tema natal a partir de los conocimientos de la simbólica astral. Semejante análisis nos presenta una visión exterior de nuestro ser, que aún no se ha manifestado como un yo.

«Cuarto creciente»= surgimiento de un yo (incipiente desde el comienzo del ciclo) capaz de afrontar al Dios que lo ha creado (o surgimiento de la voluntad que empieza a dialogar con la gracia). Es el aspecto de cuadratura. Así, una persona con Mercurio en Aries en su tema natal tomaría conciencia de cómo es su mente con Mercurio en Cáncer; y lo mismo ocurriría con la toma de conciencia de los demás planetas, signos y casas (por ejemplo, para Venus en Tauro, Venus en Leo; para Marte en Acuario, Marte en Tauro, etc.; para ASC. en Leo, ASC. en Escorpión; para M.C. en Tauro, M.C. en Leo, y así sucesivamente).

 

«Oposición»= la autonomía del yo llega a su apogeo y tiende a escapar a la atracción de Dios (o la voluntad a la atracción de la gracia). Así, Mercurio en Aries llegaría al apogeo de su autonomía en Libra; Luna en Capricornio, en Cáncer; Plutón en Leo, en Acuario; M.C. en Tauro, en Escorpión, etc.

 

«Cuarto menguante»= la autonomía del yo va disminuyendo y tiende a reconocer de nuevo los fueros de Dios (y lo mismo puede decirse de la voluntad respecto de la gracia). Así, Urano en Géminis alcanzaría ese estado en Piscis; Júpiter en Cáncer lo alcanzaría en Aries; el ASC. en Leo, en Tauro, y así sucesivamente.

 

El proceso iniciado en el «cuarto menguante» culminaría en la «identificación» del yo con Dios o de la voluntad con la gracia. Para cada planeta, signo o casa, semejante «identificación» coincidiría con el retorno a su posición natal.

-Por tanto, la visión estática de un tema es inseparable de la dinámica, la espacial de la temporal. De ahí la importancia de las progresiones, especialmente las direcciones primarias, pues expresan como ninguna los sucesivos momentos de la historia de un ser.

 

SOBRE LA POBREZA EVANGÉLICA

-Comenzar por el texto del Juicio Universal: «Venid, benditos de mi Padre a gozar del Reino…,porque tuve hambre y me dísteis de comer…»

-Una cita signficativa: «Bienaventurados los pobres de espíritu…»

 

-Diversas formas de pobreza:

a) material

b) cultural (falta de conocimientos necesarios para vivir o para desempeñarse en el mundo, empezando por el analfabetismo)

c) espiritual (analfabetismo funcional de las masas, que no del pueblo; se traduce en la entropía cultural, simultánea de la nivelación total y de la ausencia de circulación vital, de maestros aceptados como tales y, por consiguiente, de discípulos.

 

-Situación actual:

a) anverso: pobreza material del Tercer Mundo

b) reverso: pobreza espiritual del Primer Mundo

(pero no hay reciprocidad: los países pobres admiten su pobreza material, que es remediada en parte; los países ricos no admiten su pobreza espiritual y, por tanto, apenas reciben nada a cambio…; así, los que dan dinero suelen tener «buena conciencia»; pero apenas les aprovecha, pues no saben reconocer lo que reciben; en todo caso, Dios les tendría en cuenta sus buenas acciones, si las hiciesen por Él, cosa que en muchos casos no ocurre).

 

-Para una profundización en el tema de la pobreza:

-Todo el mundo puede dar algo; por tanto, no existe la pobreza radical.

-Identidad entre Cristo y el pobre o el que sufre: «Se hizo como nosotros».

-La pobreza espiritual de la que se habla en las bienaventuranzas: vaciarse y desapegarse de todo, para abrirse a Dios, el único que nos colma.

-Pobreza y amor (Eros como «hijo de la abundancia y de la indigencia», que decía Platón; el ser humano ama a quien le sirve de complemento o a quien le da lo que le falta. Aquí podemos incluir a Dios como objeto directo. Pero Él «nos amó primero», como dice san Juan, y con absoluto desinterés, puesto que no nos necesitaba para nada). Pues Dios es el único capaz de comunicarnos el «amor sobrenatural», el amor de caridad.

-Si para amar o desear en sentido natural hay que sentirse pobre, para amar sobrenaturalmente hay que sentirse absolutamente despegado de sí mismo. No se busca recibir, sino un puro dar.

-Diferencia entre amor al prójimo y «caridad»: no se trata simplemente de dar algo a los demás, sino de darse a sí mismo, como hizo Cristo, que, «sintiendo como rapiña ser igual a Dios, se anonadó a sí mismo y se hizo hombre por nosotros». Se hizo pobre para hacernos ricos a nosotros. Es la diferencia entre el dar humanitario y la auténtica caridad, el «agape» (nombre griego para «caritas»).

 

-«Pues aunque lo diese todo…si no tengo caridad…», decía san Pablo. ¿Qué es entonces la caridad? Entregarse a los demás de manera que ellos lleguen a salvarse (decía santa Teresa que nadie nos ama más que quien se preocupa continuamente por nuestra salvación: «Nadie nos ama más que el que está dispuesto a dar la vida por nosotros» («Sea yo anatema por vosotros..», decía san Pablo; y san Juan María Vianney, el santo Cura de Ars imponía poca penitencia a quien iba a confesarse con él: la cargaba él sobre sus espaldas).

 

Pobreza como condición de la caridad (sólo puede amar a los demás con amor de caridad aquél que quiere abismarse en Dios: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…y al prójimo como a tí mismo» (para quienes están en una oficina de «Cáritas»: si allí hubiera un rótulo que dijera «Amor» o «Dios», ¿no os asustaríais de no estar a la altura de las circunstancias? Pues de eso se trata. Palabras como «pordiosero» nos ponen sobre la pista. Y se nos pueden aplicar a cada uno de nosotros…)

-Porque Dios se siente absolutamente pobre, por eso puede amarnos en Cristo con amor de caridad. Sólo mediante la identificación con Cristo (el cristiano es «otro Cristo») es posible un amor semejante.

 

-«Obras son amores», dice el refrán; y, sin embargo, san Pablo señala la posibilidad de que uno que «da todo su dinero a los pobres y entrega su cuerpo a las llamas» pueda, no obstante, carecer de caridad. Luego la caridad supone algo más: la superación del yo egoísta y centrado en sí mismo, el amor sin contrapartida.

-Sólo Dios puede otorgarnos la capacidad de amar que lleva consigo la auténtica pobreza: pues Dios Padre, siendo rico, se da al Hijo, que, vacío de sí mismo, recibe en sí la riqueza del Padre y, en lugar de guardarla para sí, se la devuelve; y en este ir y venir de la riqueza que es el amor consiste el Espíritu Santo.

 

-De esta manera, nosotros podemos sentirnos a la vez ricos y pobres en la medida en que entramos en el círculo amoroso de la Trinidad. Pues ¿quién puede dar sin medida? Aquél que se siente uno con Dios y, por ello, no se guarda nada para sí.

 

-¿Quién es verdaderamente rico? El que lo da todo. ¿Quién es pobre? El que se considera indigno de recibir nada. Así, el que todo lo da, todo lo recibe, pues Dios se lo devuelve con creces. Si Dios se hizo pobre para que nosotros nos hiciésemos ricos, justo es que nosotros hagamos lo mismo con nuestros hermanos. De esta forma, el mundo participará del ser de Dios.

-Me diréis: «¡Qué poco podemos hacer nosotros!» Os respondo: «Dios hará el resto».