-Distinguiremos tres niveles de realidad y, por consiguiente, tres niveles de lenguaje:
1) el corpóreo, gobernado por los astros (se trata de las «inclinaciones» o «proclividades», lo que a veces se denomina el «destino»).
2) el psíquico, dependiente de la voluntad y de la razón (no predecible por el saber astrológico, aunque sí descriptible mediante el lenguaje astral; sí se puede afirmar que, al margen de la gracia, la voluntad no puede modificar gran cosa las inclinaciones básicas. Es lo que se llama la «voluntad abandonada a sí misma», un concepto tan abstracto como el de «estado de naturaleza», algo que, en realidad, nunca ha existido, puesto que Dios, al crear al ser humano, lo elevó simultáneamente al «orden» sobrenatural).
Para ser más precisos, habría que hablar de «naturaleza caída«, en la cual habrá diferencias en cuanto a la constitución natal de cada uno, pero no a la condición caída. En realidad, cualquier tema natal hay que interpretarlo en sentido peyorativo, salvo que al sujeto de referencia se le haya aplicado la Redención operada por Cristo, es decir, que haya recibido el Bautismo (efectivamente, o «de deseo»). En otro caso, la interpretación de los aspectos negativos (cuadratura creciente, oposición y cuadratura menguante) será bastante negativa, mientras que los positivos (sextil y trígono) estarán muy limitados desde el punto de vista espiritual. En cuanto a la conjunción, se interpretará positivamente (pero no demasiado) o negativamente según los planetas que la forman.
3) el pneumático o sobrenatural, marcado por la gracia. Aquí sí nos encontramos con una realidad concreta, la modificación del destino y de la voluntad por la Providencia. ¿Puede representarse o describirse por medio de la astrología? Si acudimos a la frase según la cual «Los últimos serán los primeros…» o también a esta otra, «El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado», el «tema sobrenatural» será el «inverso» del «corpóreo». En lo que se refiere a los aspectos, los negativos no se interpretarán como favorecedores del egoísmo o de las inclinaciones morbosas, sino más bien como indicadores del contraste entre la gracia y la voluntad o para subrayar la necesaria colaboración entre Dios y el hombre. Los positivos tendrán en principio más fuerza si pertenecen a la fase descendente o de retorno que a la ascendente o de separativa, ya que pertenecen a una vivencia más completa de las relaciones entre lo divino y lo humano.
-Otra cuestión. Dado que no existe algo así como el «estado natural», ¿podría hablarse de un «tema sobrenatural», de manera que la condición «pneumática» pudiese verse reflejada en él? Para comprender semejante tema haría falta una ciencia realmente divina. En efecto, si a los ojos de Dios no hay pasado ni futuro, sino sólo el presente de la eternidad, Él puede ver el nacimiento y la suerte final de un humano en un mismo acto: a través de él, el ser humano en cuestión es contemplado en el contexto del universo. Ahora bien, es ese contexto lo que denominamos «tema astral». En tal caso, no habría que invertir el tema «corpóreo». Tendríamos siempre el mismo tema, pero interpretado a diferentes niveles.
-Puesto que ningún ser humano posee en principio esa ciencia, habrá de mirar el tema, primero como «corpóreo» y «fatal»; luego, como «indeterminado» y modificable; finalmente y sólo con la ayuda de la gracia, como el contexto que define a una persona salvada o condenada. En el primer caso tenemos a una persona que se deja llevar por sus inclinaciones tal como vienen descritas por el saber astrológico. En el segundo nos las habemos con un conflicto entre la voluntad y esas inclinaciones (para bien o para mal). En el tercero, la persona responde plenamente a la acción de la gracia, o bien deja de responder a ella.
-¿Cómo conocer el nivel de la interpretación? Mediante una toma de contacto con el sujeto. Así sabremos: 1) si responde pasivamente a su tema natal, o 2) si entra en conflicto con él (para bien o para mal).
-Es la entrada consciente en el ámbito de la gracia y su respuesta a ella lo que determina el nivel existencial.
-Lo anterior nos lleva a imaginar un esquema completo del desarrollo del tema: a) respuesta pasiva al tema o identificación pasiva con él; b) primera diferenciación entre el tema y el desarrollo existencial, salida del «Padre» (algo así como una inversión de las características astrales es lo que domina en esta fase); c) plena diferenciación; d) primera abolición de la diferencia, hasta llegar al retorno al «Padre», en la conjunción del nuevo ciclo. El esquema parece clave para entender el distanciamiento y la vuelta al origen o abolición de esa distancia.
-De ahí la relevancia de las direcciones primarias y las cuatro fases de todo ciclo, que aquí aparecen con claridad: conjunción-creciente-oposición-menguante. De esta manera, el ciclo, al introducir el tiempo, delinea las fases de la autoconciencia.
-El tiempo presenta, pues, este ritmo, que constituye la estructura del momento presente y, por consiguiente, de cualquier ciclo, por pequeño que sea, y que nos da la posibilidad de aprovechar plenamente las oportunidades que nos ofrece la gracia. Como también la posibilidad de malograrlas. Es el misterio de la libertad humana.
-Semejante estructura figura muy bien el contraste entre voluntad y gracia y el diálogo que se establece no entre el yo y el mundo, sino entre el yo y Dios. Los cuatro momentos son la subdivisión de las dos fases: la que va del «Padre» al «Hijo» y la que retorna del «Hijo» al «Padre». Éste sería el eje vertical (conjunción-oposición); el horizontal (creciente-menguante) viene determinado por ambas He, las letras del «Espíritu Santo». La vertical expresa, pues, posiciones extremas entre voluntad y gracia; la horizontal, posiciones intermediarias. De la gracia a la voluntad se desarrolla la primera fase; de la voluntad a la gracia, la segunda; y en medio de cada fase se da un momento de equilibrio entre ambas instancias.
-De la colaboración y sintonía con el esquema anterior dependerá la mayor o menor apertura a la deificación.
-Se impone, pues, Inscribir las épocas de la vida en el esquema en cuestión. Ya hemos dicho que el primer momento es la «conjunción»: se caracteriza por la pasividad del sujeto, que aún no ha desarrollado su yo; «Dios nos crea sin nosotros». El segundo es el «cuarto creciente»: lo que lo define es el surgimiento del yo, que entra en diálogo con Dios (o de la voluntad, que empieza a dialogar con la gracia). El tercer momento es la «oposición», en la que los fueros del yo se distancian al máximo de Dios (o la voluntad de la gracia). Viene finalmente el «cuarto menguante», en el que el yo empieza a entrar de nuevo en diálogo con Dios, esta vez «de vuelta» (o la voluntad con la gracia), afrontamiento que le llevará a la fusión con él (o de la voluntad con la gracia).
-Esto en la actitud de colaboración. En la actitud de resistencia, el ser se opondría a la marcha de los acontecimientos, de manera que, al principio, por ejemplo, no querría asumir su propia subjetividad, permaneciendo demasiado tiempo «en el seno de la madre». O también, ya en el proceso de retorno y, por consiguiente, de superación de la propia subjetividad, tendería a permanecer encastillado en su yo, sin reconocer al Dios que le ha creado y que se halla en el comienzo de todo o, lo que es igual, en su voluntad, rechazando toda apertura a la gracia.
–Un ejemplo de cómo se esquematizan los 4 momentos.
«Conjunción»= descripción del tema natal a partir de los conocimientos de la simbólica astral. Semejante análisis nos presenta una visión exterior de nuestro ser, que aún no se ha manifestado como un yo.
«Cuarto creciente»= surgimiento de un yo (incipiente desde el comienzo del ciclo) capaz de afrontar al Dios que lo ha creado (o surgimiento de la voluntad que empieza a dialogar con la gracia). Es el aspecto de cuadratura. Así, una persona con Mercurio en Aries en su tema natal tomaría conciencia de cómo es su mente con Mercurio en Cáncer; y lo mismo ocurriría con la toma de conciencia de los demás planetas, signos y casas (por ejemplo, para Venus en Tauro, Venus en Leo; para Marte en Acuario, Marte en Tauro, etc.; para ASC. en Leo, ASC. en Escorpión; para M.C. en Tauro, M.C. en Leo, y así sucesivamente).
«Oposición»= la autonomía del yo llega a su apogeo y tiende a escapar a la atracción de Dios (o la voluntad a la atracción de la gracia). Así, Mercurio en Aries llegaría al apogeo de su autonomía en Libra; Luna en Capricornio, en Cáncer; Plutón en Leo, en Acuario; M.C. en Tauro, en Escorpión, etc.
«Cuarto menguante»= la autonomía del yo va disminuyendo y tiende a reconocer de nuevo los fueros de Dios (y lo mismo puede decirse de la voluntad respecto de la gracia). Así, Urano en Géminis alcanzaría ese estado en Piscis; Júpiter en Cáncer lo alcanzaría en Aries; el ASC. en Leo, en Tauro, y así sucesivamente.
El proceso iniciado en el «cuarto menguante» culminaría en la «identificación» del yo con Dios o de la voluntad con la gracia. Para cada planeta, signo o casa, semejante «identificación» coincidiría con el retorno a su posición natal.
-Por tanto, la visión estática de un tema es inseparable de la dinámica, la espacial de la temporal. De ahí la importancia de las progresiones, especialmente las direcciones primarias, pues expresan como ninguna los sucesivos momentos de la historia de un ser.