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¿QUÉ TIPO DE ACTUALIZACIÓN ACONTECE EN LA LITURGIA?

-El acontecimiento que es Cristo tuvo lugar una sola vez, pero es válido para todas las épocas.
-Por otra parte, la liturgia nos habla de la diaria celebración de aquel acontecimiento en la Eucaristía, a la vez que insiste en que allí está presente Cristo físicamente. Y esto supone que el acontecimiento en cuestión no es accesible a nosotros más que a través de la liturgia, por más que sus méritos puedan llegar a la humanidad de otras maneras que sólo Dios conoce, aunque siempre referidas a la Iglesia y a la memoria que ésta hace de la entera humanidad en la Eucaristía.
-¿Puede la oración hacer presente a Cristo físicamente? No, y de hecho se habla de «comunión espiritual» o de deseo, para diferenciarla de la física. Eso sí, la oración dirigida a Cristo predispone a la comunión física.
-¿Por qué instituyó la Iglesia el año litúrgico? Para «integrar» a un nivel más elevado la Eucaristía diaria, lo cual hizo a través de la mediación de la semana. Se trata, pues, de pasar de la maduración espiritual diaria a la semanal y, de ésta, a la anual. Siempre es la misma Eucaristía, pero contextualizada de diferente modo. Perder de vista esto equivale a despreciar el tiempo como factor de maduración espiritual y a encerrarse en una concepción simultaneísta que escamotea la realidad. En efecto, semejante simultaneidad sólo es propia de Dios, que está por encima del tiempo y del espacio. El hombre sólo puede elevarse sobre el tiempo y el espacio en cuanto espíritu, en el plano del entendimiento y de la voluntad, es decir, en tanto concibe ideas y persigue fines. Pero, en cuanto cuerpo, se halla prisionero del espacio-tiempo, eso sí con la esperanza de trascenderlos un día. Y es la unión entre espíritu y cuerpo lo que convierte al hombre en un ser con historia, a saber, en un ser que no vive ni en la «posesión perfecta y simultánea de una vida interminable» que es la eternidad, ni en el «eterno retorno de lo idéntico» que, en teoría, caracterizaría a los seres de la naturaleza. «El tiempo es la imagen móvil de la eternidad», pero no está destinado a durar indefinidamente. Por eso la doctrina cristiana habla de un principio y de un fin del tiempo. Y eso es lo que se celebra anualmente en la liturgia, a sabiendas de que el año se abre a su vez a los jubileos y, en definitiva, al Jubileo eterno que inaugura Cristo en su segunda venida.
-Hasta aquí una somera visión del año litúrgico y de su carácter integrador. ¿Cómo entender la maduración espiritual de una persona concreta en este contexto? Situándola a partir del jubileo que antecede a su nacimiento y a partir del domingo anterior a su nacimiento, sin olvidar a los santos del día como protectores suyos que son y al santo cuyo nombre lleva. Así el año litúrgico nos permitirá situar a cada persona en el Cuerpo Místico, que se prepara históricamente y se proyecta de manera principial en los distintos tiempos y días litúrgicos. Cada existencia se enmarcaría, pues, en este esquema y podríamos ver la peculiaridad de su desarrollo espiritual. Y veríamos así, de manera palpable, cómo la Eucaristía va integrando todos los tiempos, lugares y experiencias.

SOBRE TIEMPO LITÚRGICO Y TIEMPO CÓSMICO

 

-El esquema de cada año litúrgico depende, en lo que se refiere a las fiestas móviles, de la Luna llena de Pascua. Por consiguiente, hay una relación entre el año sideral y el litúrgico. Es lo que otorga a éste, que se mueve en el ámbito de la temporalidad salvífica, su inserción en el tiempo cósmico.

 

-Estructura septenaria del año litúrgico (52×7=26×14=13×28=364). Y 28=triangular de 7. Es curioso constatar que el triangular de 26 es 351, número de días de 12 meses lunares siderales (por lo demás, 351 es el inverso de 153, éste último triangular de 17. Ahora bien, 17 es el valor de la letra Phe «normal», mientras que la Phe «final» vale 26, coordenadas respectivas del Hijo y del Espíritu Santo establecidas por Bardet, mientras que la del Padre sería 8. Por su parte, el triangular de 13 es 91, que corresponde a la cuarta parte del año de 364 días. Y, dado que 28 es el triangular de 7, se comprende la importancia del septenario, que marca el ritmo del año litúrgico.

 

-Lo importante es constatar que el ciclo de 364 días se construye a partir del septenario y de los números divinos 13, 26 y 52. Así:

364=7×52=7x(2.26)=7x(4.13), o bien:

364=7×52=14×26=28×13, es decir,

52 septenarios=26 dobles septenarios=13 cuádruples septenarios.

Convendrá añadir la «ecuación» 364=(7×50)+1+13.

 

-En cuanto a la «ecuación» (7×50)+1+14=365, está referida a la duración del año solar.

 

 

-Los días de la semana no son de índole planetaria, aunque desde la óptica astrológica tengan su fuerza y puedan ser objeto de interpretación. ¿En qué simbolismo encuadrarlos? En el de los «días de la creación» y, en general, del septenario, clave en el A.T., en el que aparece una jerarquía de septenarios: semana de días, semana de años (año sabático), semana de años sabáticos (año jubilar).

 

-Por lo mismo, la Luna llena pascual no tiene carácter astrológico (aunque sea susceptible de interpretación en ese sentido), sino que es un instrumento para medir el tiempo. Ahora bien, el simbolismo de Luna y Sol es utilizado en el calendario judío, aunque a otro nivel.

 

-Año solar (365, 25..), año lunar (354= 12 meses de 29,5 días), día de 24 horas como medidas del tiempo. Es la forma en que el tiempo litúrgico se inserta en el cósmico: por la Redención, la humanidad entra en una nueva temporalidad, la del «octavo día», la de la eternidad. Y así la semana cristiana comienza con el domingo de Resurrección y, de domingo en domingo, va elevándose hasta el día de la Resurrección universal (y, antes, hasta el día de la muerte de cada persona). Esto es algo que se olvida con frecuencia, como si el tiempo permaneciese igual a sí mismo a lo largo de la semana y tan sólo retornase a la eternidad de domingo en domingo. Aquí viene bien recordar el paulino «de gloria en gloria», que sirve también para describir el avance del año litúrgico.

 

-Por lo demás, semejante avance se expresa bien mediante el simbolismo numérico, más preciso que el astrológico, aparte su índole «sobrenatural»: 1ª semana-2ª-3ª….52ª. O bien: 7-14-21-28-35….364; o bien por cuadrantes: 91-182-273-364.

 

-Son los textos litúrgicos los que acompañan a este simbolismo numérico y lo van llenando de contenido, textos con los que la Iglesia expresa su experiencia espiritual.

 

-Hasta el Vaticano II sólo había una serie de textos litúrgicos que se repetía todos los años, aunque, evidentemente no en las mismas fechas, en virtud de la variabilidad de las fiestas móviles, ligadas a la fecha de la Pascua. Tras el Vaticano II se establecieron 3 series, para así enriquecer el tesoro de la Escritura empleado en la liturgia.

 

 

 

¿CABE UNA FORMULACIÓN ASTROLÓGICA DEL CAMINO ESPIRITUAL?

No, evidentemente, si por tal se entiende una vía cuyo recorrido depende de nuestros solos esfuerzos («Astra inclinant…»). Si, si se trata de representar mediante la sucesión de los planetas las etapas del camino. Es el simbolismo que acostumbraron aplicar algunos teólogos y maestros espirituales. Y así se puede hablar, por ejemplo, de la vía purgativa, en cuanto simbolizada por la Tierra; de la vía iluminativa, figurada por la Luna; y de la vía unitiva, representada por el Sol. Esto con carácter general. En particular, podríamos hablar de las posiciones respectivas de los tres factores en un tema determinado, y, de este modo, sabríamos de la índole de cada uno en el individuo. Por último, podríamos aludir a la estructura astrológica de espíritu/alma/cuerpo tal como la hemos desarrollado en otros lugares. Sin olvidar la concreción del camino a través de los tránsitos y progresiones.

Sería necesario acudir entonces a una concretización del simbolismo. Una observación clave: Sol y Tierra son correlativos, de manera que los periodos espirituales son, a la vez, corpóreos. En cuanto al alma, viene figurada por la Luna, cuyas fases figuran la relación alma/espíritu o las aproximaciones de aquélla a éste; en cuanto a la semana, constituye algo así como el «quantum» anímico. ¿Cuál sería el «quantum» corpóreo? El día, correspondiente a la rotación terrestre.

SE TRATARÍA, POR TANTO:

a) De describir mediante la leyenda del correspondiente grado tebano, el clima del «quantum corpóreo», que, en cierto modo, es también espiritual, puesto que una rotación de la Tierra equivale aproximadamente a un grado del Sol en la eclíptica.

b) De analizar el avance del alma mediante el movimiento de la Luna, empezando por el «quantum anímico», la semana o la fase lunar. Todo ello, como en el caso anterior, bien por el sistema de tránsitos, bien por el de progresiones, que vienen a ser «tránsitos diferidos».

c) Por último, describir el «estado de cosas» solar, cuyo «quantum» es de 1 año.

d) Tendríamos, además, varios múltiplos del movimiento solar; el periodo que el «Sol negro» emplea para atravesar un grado (58,5 años aprox.); o el periodo precesional (72 años aprox., ó 70,96 según cálculos bíblicos a partir del «heleq», o bien del ritmo respiratorio, según el cual 1 día:25920 días::25920 días:25920.25920 días; en todo caso, serían 72 años de 360 días, y algo menos, 70,96 años, si se cuentan años normales, de 365,25 días).

e) Entre c) y d) se situarían los ciclos planetarios más significativos, así como el jubileo de 50 años y el de 25, múltiplos también de Júpiter/Plutón.

«TEMA SOBRENATURAL» Y ESQUEMA LITÚRGICO

¿Cómo entender la «constitución» espiritual de una persona concreta en el contexto de la liturgia? Teniendo en cuenta:

a) El jubileo que antecede a su nacimiento y su número.

b) El año litúrgico en que se produce su nacimiento, que definiremos por su número desde la Era Cristiana.

c) La semana litúrgica.

d) Los santos del día y el santo cuyo nombre lleva. Ver textos.

e) La hora litúrgica. Ver textos en el Libro de las Horas.

Tema «natural» y tema «sobrenatural»

Siguiendo el adagio tomista «Astra inclinant…», podemos decir que el tema natal de un «sujeto» no tiene en cuenta la acción de la gracia.

En cambio, si consideramos las cosas desde el año litúrgico, el tema resultante será el «sobrenatural», que habrá que erigir a partir de un nuevo “punto vernal”, el grado ocupado por el Sol en el 1º domingo de Adviento (para hallar el cual habrá que restar, como media, unos 115º a 0º Aries, con lo cual la longitud de todos los factores del tema «natural» quedará disminuida en dicho valor).

¿Qué sentido tiene hablar del tema «sobrenatural»? El «natural» no está referido a Cristo ni a la Iglesia. El «sobrenatural», por tanto, habrá que referirlo al tema de la muerte de Cristo, al de su resurrección y al de Pentecostés (que es también el de la Iglesia). Si convertimos el grado en cuestión en un nuevo «punto vernal», todos los temas quedarán desplazados a partir de él.

La otra posibilidad es referirlos al comienzo de cada año litúrgico, como indicábamos anteriormente.

Ahora bien, ¿en qué difieren las perspectivas «natural» y «sobrenatural»? En que la segunda incorpora la voluntad de la Iglesia de fijar el comienzo del año litúrgico o, de un modo más global, la voluntad divina de redimir a la humanidad en un momento de la historia universal.

Supuesta dicha voluntad, los astros se manifiestan como otras tantas señales de la situación por ella determinada, sin que ello suponga determinismo alguno.

Por consiguiente, hay dos procedimientos para establecer un tema «sobrenatural»:

a) Referir cualquier tema «natural» a la muerte o a la resurrección de Cristo.

b) Referirlo al comienzo del ciclo litúrgico correspondiente.

Puesto que el segundo es la forma que la Iglesia ha dado a la participación anual en el misterio de Cristo, resulta el más adecuado. De otro modo, la exactitud del tema «sobrenatural» estaría sujeta a la mayor o menor precisión con que estableciésemos la fecha del Viernes Santo, amén de otras consideraciones.

Por lo demás ayuda sobremanera superponer el esquema del ciclo litúrgico al tema individual.

Esto en lo que afecta a «sujetos» posteriores a la E.C. Para los anteriores a la misma, utilizar progresiones o tránsitos hacia atrás. No en vano Cristo aparece siempre como el Anunciado por los Profetas, en función del cual transcurre toda la historia.


Lo decisivo: al acontecimiento de Cristo solo podemos llegar porque «el Padre nos arrastra», no en virtud de cálculos o análisis.

Una distinción importante: en relación con «naturaleza» y «sobrenaturaleza», podemos interpretar el significado de los conocidos adagios:

a) «Astra inclinant…»: aquí no se tienen en cuenta ni la voluntad ni la gracia.

b) «…non necessitant»: intervienen la voluntad y la gracia. De ahí también el proverbio «Sapiens dominabitur astris», que incluye también a ambas, puesto que la voluntad no basta, al estar herida por el pecado original.

c) «Gratia non destruit naturam, sed eam perficit»: por tanto, la intervención de la «sobrenaturaleza» supone siempre un «sujeto natural», compuesto por aquello que es propio del ente humano, ya sea bueno o menos bueno, es decir, por lo que constituye su índole, totalmente distinta del Ser divino.

Un interrogante: ¿Cómo se explican los cambios litúrgicos a lo largo de la historia de la Iglesia? Retrotrayéndolos a la autoridad de la Iglesia, como también la fijación de las fiestas del calendario, por más que luego podamos mostrar su armonía o inarmonía con tal o cual configuración astral.

Habrá que estudiar, pues, los distintos textos con los recursos que nos proporciona la exégesis y la Tradición. En definitiva, se trata de describir las diferentes etapas de la Historia Sagrada, tanto personal como comunitaria, más allá de los parámetros de la historia profana. He aquí, pues, la clave para escribir «con propiedad» sobre el devenir histórico: los textos litúrgicos y, especialmente, los Evangelios, son, pues, instrumentos adecuados para describir y anticipar la historia. Bien está tener en cuenta las inclinaciones astrales, pero mejor es analizar los «cauces de la gracia». Así, por ejemplo, estudios como el del P.Orbe sobre las parábolas evangélicas en san Ireneo serán útiles para sintonizar con dichos «cauces».

Por analogía con las inclinaciones astrales, ¿cabe hablar de «inclinaciones de la gracia»? Cuando se dice que «el Reino de los Cielos es semejante a», ¿se está describiendo un orden de cosas real? Indudablemente, sí. Es, por ejemplo, el caso de la parábola del hijo pródigo. En ella se describen las cosas que ocurren en el diálogo entre Dios y el hombre y cuáles son las posibles reacciones de éste último.

SOBRE LA ESPIRITUALIDAD DEL AÑO LITÚRGICO: CONSIDERACIONES INFRECUENTES

-En primer lugar, será útil consultar los artículos agrupados en el blog bajo la rúbrica “liturgia”.

-Extraer conclusiones del adagio “Lex orandi (o “lex celebrandi”), “lex credendi” en el plano espiritual.

-División del año en dos partes:

1ª parte: el misterio de Cristo (Adviento, Navidad, Cuaresma, Semana Santa, tiempo pascual).

2ª parte: el misterio de la Iglesia, iniciado en Pentecostés, que va seguida de las fiestas de la Santísima Trinidad y del Corpus Christi y que se desarrolla en los domingos después de Pentecostés.

-Establecer un paralelismo entre Cristo y la Iglesia. Es decir, se puede hablar del “Nacimiento”, “Cuaresma”, “Semana Santa” y “tiempo pascual” de la Iglesia, que culmina en su “Ascensión”.

-Importante: en los tres primeros domingos de Adviento se da una superposición de las venidas 2ª y 1ª de Cristo.

-Subrayar la importancia del domingo de Pascua sobre los demás domingos. En él se consuma la Redención y, según algunos Padres y autores, nace la Iglesia (del “costado de Cristo”, como dicen algunos), aunque el nacimiento público sería en Pentecostés. Quizá podríamos decir que en el triduo pascual es concebida la Iglesia; en Pentecostés, nace.

-La festividad de Pentecostés o el nacimiento de la Iglesia oscila aproximadamente entre los últimos grados del signo de Tauro y los últimos de Géminis (es la Luna, símbolo de la humanidad, la que marca la fecha de la Pascua y, por tanto, la de las fiestas móviles).

-Subrayar la importancia del domingo de Pascua sobre los demás domingos. En él se consuma la Redención y, según algunos Padres y autores, nace la Iglesia, aunque el nacimiento público sería en Pentecostés. Quizá podríamos decir que en el triduo pascual es concebida la Iglesia; en Pentecostés, nace.

-Estructurar el orden sobrenatural a partir de los datos o números bíblicos (septenario, etc.), de manera que, más allá del estadio de la “naturaleza”, expresemos la referencia a la gracia mediante las “categorías” de la Escritura.

-52 domingos divididos en 34 (valor numérico de “rvj”, “espíritu”) ordinarios+18 pertenecientes a los tiempos “fuertes”.

-Duración del año litúrgico: 52 semanasx7=364 días=26×14=13×28 (y 28 es el triangular de 7, o sea, su recapitulación). 52 es el valor numerico del vocablo hebreo “Elohim”; 26, el valor numérico del Tetragrama; y 13, el valor de los vocablos “uno” y “amor”. Lo que Bardet llama el “quantum divino”, pues el valor numérico de los principales nombres de Dios es múltiplo de 13. O bien, en el caso de que el año conste de 53 semanas=371 días, 53 es el valor de “la tierra”.

-La sucesión de los septenarios de días :

1) 6+1=7 (semana o septenario)

2) (7×7)+1=50 (jubileo)

3) (50×7)+1=351 (sábado de jubileos y triangular de 26, valor del Tetragrama).

-La diferencia entre 364 (52 semanas) y 351 es 13, o sea, 364=(triangular de 26)+13. Es decir, en lugar de detenerse en el “sábado de jubileos”, el año litúrgico se prolonga 13 días más. Y 13 es como 1 (en efecto, es el valor de “ejad”, “uno”) es como 1.

-Desarrollar simbolismo de los días .

Definir los 7 días a partir del “Génesis”, aparte del simbolismo intuitivo: 1…indistinción/ 2…división, contraste/3….armonía de 1 y 2, equilibrio, síntesis;4….doble contraste/ 5….doble división+unidad/ 6=doble ternario=unidad+dualidad+trinidad=primer número perfecto/ 7= senario+unidad.

-Paralelismo entre semanas y “días de la creación”: (7×7 semanas)+1=50. Analogía con las 7 “moradas”.

-Enumerar uno a uno los domingos y desarrollar el contenido de los textos. Así veremos el “progreso” del camino espiritual.

-Fundado en el septenario, el año litúrgico es equivalente, pues, a un septenario de jubileos de días (triangular de 26)+13 (“amor” o “unidad”). O a dos series de 26 semanas cada una (número del Tetragrama).

-¿Qué conclusiones extraeremos para la teología espiritual? Que el año litúrgico nos permite elevarnos de los 6 días de la semana a través del 7º día; de los 49 días del septenario de septenarios mediante el 50º día; y del septenario de jubileos por medio del 351º día (triangular del 26º). Y del 351º día hasta el 364º mediante el 13º día. Tal es el esquema numérico, que supone 3 pasos en la jerarquía ascendente: septenario, jubileo, septenario de jubileos. Y el 13 (“amor” que todo lo lleva a plenitud) que viene a completar los 3 pasos. En el caso de un año de 371 días (=53 semanas), sería el número 20 el que lo completa todo (20, valor de la letra Resch, que significa “cabeza”?), pues 371=351+20.

-Podríamos quizá fijar para cada año la fecha en que caen los días 7º, 50º y 351º, pues resultarían particularmente significativos.

-Puesto que el septenario aparece en algunos místicos como símbolo del camino espiritual completo, la serie de los 3 septenarios puede considerarse como la expresión litúrgica del itinerario. Es verdad que se trata todavía de un esquema “abstracto”, que habrá de llenarse del contenido de los textos, especialmente de los evangelios dominicales. Convendrá tener en cuenta el ordinal de cada domingo a partir del 1º domingo de Adviento, ya estemos en los tiempos “fuertes” o en el tiempo ordinario. Así, por ejemplo, Pentecostés del año 2008 tiene por ordinal el 24º, mientras que la Trinidad hace el 25º y el Corpus el 26º.

-En la sucesión de las semanas, contar los septenarios de semanas. El domingo 50º se cumple el jubileo de semanas. El domingo 50º como la culminación de las 7 semanas de domingos (jubileo). Las 2 semanas que faltan: 14 días, que, sumados a 350, dan 364.

-Entre el sábado de jubileos de días (351) y el jubileo de semanas (350), la diferencia es de 1 día.

-Pero, dejando a un lado la relación entre el día y el año litúrgico, pasemos a la sucesión de los años. Como en el Antiguo Testamento, tendríamos entonces: cada 7 años, el año sabático; cada 50, el año jubilar; y cada 351, el gran jubileo (aunque de él no hable el A.T.), marcado por el 26, el valor del Tetragrama, cuyo triangular es. La Iglesia ha optado por celebrar el año jubilar cada 25 años, la mitad de 50.

SOBRE EL RITMO TEMPORAL DE LA «HISTORIA SAGRADA»

Supuesto que el año litúrgico es el modo en que la acción salvífica de Cristo se expresa en el tiempo de la Iglesia, ¿cuál es el ritmo de la “historia sagrada”?

En primer lugar, se trata de comprender el avance espiritual de la Iglesia de un ciclo litúrgico a otro. Para ello acudiremos al conocido simbolismo de la Luna llena que antecede a la Pascua, pues es el factor que determina y define las fiestas móviles. Pero ¿en función de qué las define? Evidentemente, habrá que establecer un punto de referencia a partir del cual la Luna llena diferencia a un ciclo de otro. Ese punto de referencia u “origen” no es otro que el eje equinoccial, que pone en contacto los planos ecuatorial y eclíptico, es decir, terrestre y solar (o, análogamente, corpóreo y espiritual), pues la Luna llena pascual es justamente la primera después del equinoccio. Y apenas es necesario subrayar el simbolismo eclesial de la Luna, como señalan no pocos Padres y autores cristianos.

¿Qué quiere decir esto? Que el plano sobrenatural y deiforme en que se mueve la liturgia, en sí eterno y no mensurable, se define en relación con el tiempo humano a través del tiempo cósmico, que constituye, pues, el basamento “natural” sobre el que incide el “año de Cristo”.

Hay que observar que en la Escritura el tiempo se mide mediante el periodo sabático (7=6+1, a imagen de los 6 días de la semana más el domingo, a su vez imagen de los 6 “días de la creación” más el reposo sabático). A un nivel superior se sitúa el periodo jubilar hebreo (50=(7×7)+1, a imagen del sabático y que supone una integración a otro nivel del periodo sabático tomado como unidad. La Iglesia no utiliza explícitamente el periodo jubilar, aunque sí tácitamente, puesto que celebra el “Jubileo” cada 25 años, la mitad de 50.

Por lo demás, el ritmo jubilar se enmarca dentro de los 6 milenios (los dos últimos, a contar desde la venida de Cristo, marcan la llegada de la “plenitud de los tiempos”) que algunos Padres atribuyen a la humanidad “adámica” y que constituirían la fase propiamente espiritual o sobrenatural de la humanidad. En lo que respecta al séptimo milenio, el tiempo o eón al que se refiere no es equiparable a los 6 anteriores: hay que concebirlo por analogía con el séptimo día, el del “reposo”. Eso quiere decir que, propiamente hablando, formaría parte, en cierto modo, de las “estribaciones” de la eternidad.

A PROPÓSITO DEL JUBILEO DEL AÑO 2000

Todo el mundo oyó hablar en su día de una noticia que, en principio, afectaba únicamente a los católicos y que consistía en la celebración del segundo milenario del nacimiento de Cristo. La verdad es que el acontecimiento merece algunas reflexiones, sobre todo en esta época que llamamos postmoderna, algo más propicia que la moderna para valorar sin prejuicios los ritmos del tiempo.


Para los modernos, el tiempo no pasaba de ser una sucesión uniforme y «mecánica» de instantes, calcada sobre un modelo cuantitativo, en el que el monótono fluir del «tiempo del reloj» excluía cualquier consideración cualitativa. No ocurría así entre los antiguos ni entre los medievales. Muy sensibles ambos al calendario, los primeros ajustaban las fiestas a los ritmos de la naturaleza, marcados a su vez por los movimientos de los astros, mientras que los segundos, sin perder el sentido de su pertenencia al cosmos («Los astros inclinan, pero no obligan», o «El sabio dominará a los astros», decía santo Tomás de Aquino), se guiaban por la liturgia cristiana, para la cual el «Señor del Tiempo» ya no es Saturno, sino Cristo, el «Sol que nace de lo Alto».



En Él llega también a su plenitud la concepción judía del Jubileo, inspirada en los «7 días de la creación», cuyo ritmo septenario deja su impronta sobre el tiempo, que queda así definido por 3 niveles: la semana de días, el último de los cuales es el «shabat» (palabra que significa «sábado» y «descanso», pues fue el séptimo día cuando Dios «descansó» de su obra creadora); la semana de años (el último de los cuales se llamaba «año sabático», un «descanso» mayor) y la semana de semanas de años (7×7=49), que iba seguida de un año especial (7×7+1=50), el «Año Jubilar» (el año del «Gran Descanso» y de la liberación, que se celebraba cada 50). Es el mismo Cristo el que se atribuye la condición de «Jubileo Definitivo» cuando, leyendo en la sinagoga el pasaje en que se anuncia el «Año de gracia del Señor», afirma que «esta profecía se cumple hoy», pues con Él ha llegado el Libertador.

De las 3 «semanas», la Iglesia, centrada en un principio en la celebración anual de la Pascua, sólo recogió la primera, es decir, la semana de días, pero desplazando la fiesta del sábado al domingo que, de ser para los antiguos el «Día del Sol», se convirtió en el «Día del Señor», como indica la etimología («domingo» viene de «dominicus», «dominical» o «relativo al Señor»). Posteriormente, en el año 1300, la Iglesia empezó a celebrar el Jubileo cada 25 años, una cifra que introduce un año litúrgico especial y cuya explicación me llevaría lejos, pero que, curiosamente, está en consonancia con el ritmo planetario básico de la Era Cristiana, fuertemente marcada (al menos en el plano más concreto) por el ciclo Júpiter/Plutón, que dura aproximadamente la mitad de un jubileo (la última conjunción tuvo lugar en diciembre pasado).

Hemos de reconocer, pues, las dotes pedagógicas de la Iglesia y su excepcional espíritu de síntesis: aunque con Cristo había llegado ya el «Jubileo Definitivo», la «plenitud de los tiempos», juzgó oportuno tener en cuenta las limitaciones del ser humano y ajustó su liturgia a los ritmos del tiempo. Así, se respetaban los ciclos de la naturaleza, pero también los usos de la religión de Israel, expresados en el Antiguo Testamento. Y si la concepción cristiana del tiempo es lineal, a saber, tiene un principio, el «Génesis», y un fin, el «Apocalipsis», se aceptaba, no obstante, cuanto de cíclico hay en la existencia a través de la repetición anual de los misterios de la vida de Cristo, a la vez que, mediante los Jubileos (cada 25 años), se introducía la novedad del tiempo que progresa hacia el final de la historia.


Hay que decir que, en ocasiones, la Iglesia ha intercalado, dentro de la sucesión normal de los Jubileos cada 25 años, algunos Jubileos extraordinarios por algún motivo especial. El del año 2000 sigue el ritmo normal (el anterior fue en 1975), pero reviste unas características singulares, puesto que su finalidad es la preparación espiritual para entrar debidamente en el tercer milenio de la Era Cristiana.


Como decíamos antes, para el hombre moderno, el tiempo es un fluir monótono y meramente cuantitativo (el 2001 es el año que viene después del 2000, y éste, el que sigue a 1999, y no hay más que hablar!). Como consecuencia, el concepto de «fiesta» para el moderno viene a coincidir con el de «vacación». No así para el hombre antiguo, ni para el medieval, ni para el cristiano (¡como se ve, el moderno es, o era, una «especie rara» en la historia de la humanidad!).


No vamos a entrar ahora en la cuestión del milenio y en los terrores por él provocados. No en vano el «inconsciente colectivo», presente también en quienes no son cristianos, lo asocia a aquel periodo del Apocalipsis pasado el cual «Satanás será liberado de su prisión» (qué curioso, hace unos años sonaba bastante entre los jóvenes una canción cuyo estribillo decía: «Parece que anda suelto Lucifer…»). Simplemente, diremos que, desde el punto de vista del tiempo cualitativo y tomando como medida el Jubileo (25 años), cualquier persona medianamente sensible intuye que, tras 2000 años de cristianismo, nos hallábamos ante un «umbral» particularmente importante. Pues la corriente del tiempo, aparentemente monótona y cuantitativa, tiene «umbrales» de transformación, coincidiendo con los cuales, la historia experimenta una aceleración excepcional, una verdadera «salida del tiempo».


Y, a propósito, ¿no les parece a mis lectores que esto que vivimos ahora ni es tiempo ni es nada? La gente lúcida no hace planes para el futuro. La vida se ha convertido en puro presente, que es justamente, el «tiempo menos temporal», lo que empuja a unos a huir hacia el pasado; a otros, a refugiarse en la mera evasión; los menos contemplan estupefactos el desarrollo de unos acontecimientos que no parecen hechos a la medida de la humanidad «normal»…

Tengo la sospecha de que esa «atmósfera» que mucha gente experimenta es la que llevó a un eslavo (muy sensible, por tanto, a los “vientos de la historia”) como Karol Wojtyla, situado, por lo demás, en un «observatorio» tan privilegiado, a insistir ante la humanidad entera y hasta la extenuación en la actualidad del mensaje de Cristo. Y es lo que, a mi entender, le impulsó a convocar el Jubileo del año 2000, para así galvanizar las fuerzas espirituales, no sólo de los creyentes, sino también de todos los hombres «de buena voluntad», ante el gigantesco cambio espiritual que se aproxima.