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LA ACCIÓN DEL «CENTRO» SOBRE LA «NATURALEZA ASTRAL»

-En el estudio de la “naturaleza astral” conviene acudir a instancias globalizadoras como el «punto-síntesis», que equivale a la media aritmética de las posiciones planetarias. Los ángulos de los diferentes planetas con dicho punto indicarán las posibilidades de unificación de los mismos. En torno a él la red de energías que nos constituye queda centrada.

-Ahora bien, una cosa es la red y su centro, y otra el «Centro» que nos mantiene en el ser y nos eleva a la dimensión sobrenatural. ¿De qué manera lo «percibimos» desde nuestro tema, esa red centrada en el «punto-síntesis»? Es verdad que el sector IX y sus regentes y significadores (Sagitario, Júpiter y Neptuno) es el encargado de despertar nuestro intelecto a las «vibraciones» de ese «Centro». Pero él nos trasciende infinitamente y, por tanto, aunque sea cierto que «Omne quod recipitur…»(“Todo lo que se recibe, se recibe al modo del recipiente”), no podemos olvidar el «Non potest tanta similitudo notari…»(“Por grande que sea la semejanza entre el Creador y la creatura, siempre habrá una desemejanza mayor”). Es decir, que la semejanza de Sagitario, Júpiter y Neptuno con el “Centro” implica siempre una desemejanza mayor.


-No digamos nada del modo en que el «Centro» nos asimila a él y nos da su gracia. Por medio de ella viene colmada la distancia que nos separaba de él, sin que por eso dejemos de ser una «participación en la vida divina», como la llama san Juan de la Cruz («Dios por participación»).

-Y, por último, «Gratia non destruit naturam, sed eam perficit». Quiere decir que nuestra condición creatural no queda suprimida ni anulada, ni tampoco alterada en sus características básicas. Eso sí, la gracia viene a perfeccionar la naturaleza allí donde ésta se desvía o tiende a descarriarse.

-Por ejemplo, la gracia no altera nuestro temperamento ni las cualidades que nos definen, aunque sí hace posible que se aplique(de modo participado) a la naturaleza la triple vía (afirmación, negación y eminencia).

-Una vez determinados los atributos divinos, que vienen a completar la idea de Dios como «Ipsum Esse»(“El Ser mismo que subsiste por sí”), ya tenemos «objetivado» el horizonte al que nos remitía la IX. Pero conocer a Dios por la razón natural no es suficiente para comprender lo que es la gracia ni, por consiguiente, el «Dios por participación». En efecto, el Dios que se revela a Abraham, Isaac y Jacob no es el de los filósofos y los sabios. Es Aquél el que nos comunica su ser a través de la gracia.

-¿Qué aporta al respecto el adagio tomista «Gratia non destruit naturam, sed eam perficit» (“La gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona”)? Semejante adagio implica que, en la deificación, el ser humano, sin dejar de ser lo que es, participa del ser divino.

-¿Cómo puede ocurrir eso? ¿Cómo puede ser que un ente a la vez espiritual y material participe de la Divinidad? Mediante la actualización de la «potentia oboedientialis»(“potencia obediencial”)inserta en la naturaleza humana. Eso equivale a decir que, desde el principio, aquélla ha sido destinada al orden sobrenatural.

-¿Podemos dar una formulación astrológica de la gracia? Puesto que nosotros no tenemos un conocimiento sobrenatural de Dios fuera de la gracia (la fe es gratuita), hemos de servirnos de las categorías astrológicas y afirmar que el sobrepasamiento de la casa IX (el llamado sector “Deus”, que marca el modo en que nos abrimos a la Trascendencia) en la determinación de la existencia y atributos de Dios no es nada comparado con el sobrepasamiento de la razón por la fe. Pues la razón no puede abarcar el objeto de la fe. Ahora bien, si nosotros podemos recibir la fe sin ser destruidos es porque Dios empieza por reforzar el soporte de la fe que es la razón misma. Así, la fe viene a actualizar una «potentia oboedientialis» de la razón. Dios nos otorga, pues, la fuerza necesaria para realizar el acto de fe. En la estructura misma de la razón humana se encuentra no solo el horizonte de la Trascendencia, sino también el de la gracia. Por eso las posiciones astrales, cualesquiera que sean (es decir, más o menos afines a la razón), están ya abiertas a la gracia y pueden convertirse en vehículos de la misma.