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LA ACCIÓN DEL «CENTRO» SOBRE LA «NATURALEZA ASTRAL»

-En el estudio de la “naturaleza astral” conviene acudir a instancias globalizadoras como el «punto-síntesis», que equivale a la media aritmética de las posiciones planetarias. Los ángulos de los diferentes planetas con dicho punto indicarán las posibilidades de unificación de los mismos. En torno a él la red de energías que nos constituye queda centrada.

-Ahora bien, una cosa es la red y su centro, y otra el «Centro» que nos mantiene en el ser y nos eleva a la dimensión sobrenatural. ¿De qué manera lo «percibimos» desde nuestro tema, esa red centrada en el «punto-síntesis»? Es verdad que el sector IX y sus regentes y significadores (Sagitario, Júpiter y Neptuno) es el encargado de despertar nuestro intelecto a las «vibraciones» de ese «Centro». Pero él nos trasciende infinitamente y, por tanto, aunque sea cierto que «Omne quod recipitur…»(“Todo lo que se recibe, se recibe al modo del recipiente”), no podemos olvidar el «Non potest tanta similitudo notari…»(“Por grande que sea la semejanza entre el Creador y la creatura, siempre habrá una desemejanza mayor”). Es decir, que la semejanza de Sagitario, Júpiter y Neptuno con el “Centro” implica siempre una desemejanza mayor.


-No digamos nada del modo en que el «Centro» nos asimila a él y nos da su gracia. Por medio de ella viene colmada la distancia que nos separaba de él, sin que por eso dejemos de ser una «participación en la vida divina», como la llama san Juan de la Cruz («Dios por participación»).

-Y, por último, «Gratia non destruit naturam, sed eam perficit». Quiere decir que nuestra condición creatural no queda suprimida ni anulada, ni tampoco alterada en sus características básicas. Eso sí, la gracia viene a perfeccionar la naturaleza allí donde ésta se desvía o tiende a descarriarse.

-Por ejemplo, la gracia no altera nuestro temperamento ni las cualidades que nos definen, aunque sí hace posible que se aplique(de modo participado) a la naturaleza la triple vía (afirmación, negación y eminencia).

-Una vez determinados los atributos divinos, que vienen a completar la idea de Dios como «Ipsum Esse»(“El Ser mismo que subsiste por sí”), ya tenemos «objetivado» el horizonte al que nos remitía la IX. Pero conocer a Dios por la razón natural no es suficiente para comprender lo que es la gracia ni, por consiguiente, el «Dios por participación». En efecto, el Dios que se revela a Abraham, Isaac y Jacob no es el de los filósofos y los sabios. Es Aquél el que nos comunica su ser a través de la gracia.

-¿Qué aporta al respecto el adagio tomista «Gratia non destruit naturam, sed eam perficit» (“La gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona”)? Semejante adagio implica que, en la deificación, el ser humano, sin dejar de ser lo que es, participa del ser divino.

-¿Cómo puede ocurrir eso? ¿Cómo puede ser que un ente a la vez espiritual y material participe de la Divinidad? Mediante la actualización de la «potentia oboedientialis»(“potencia obediencial”)inserta en la naturaleza humana. Eso equivale a decir que, desde el principio, aquélla ha sido destinada al orden sobrenatural.

-¿Podemos dar una formulación astrológica de la gracia? Puesto que nosotros no tenemos un conocimiento sobrenatural de Dios fuera de la gracia (la fe es gratuita), hemos de servirnos de las categorías astrológicas y afirmar que el sobrepasamiento de la casa IX (el llamado sector “Deus”, que marca el modo en que nos abrimos a la Trascendencia) en la determinación de la existencia y atributos de Dios no es nada comparado con el sobrepasamiento de la razón por la fe. Pues la razón no puede abarcar el objeto de la fe. Ahora bien, si nosotros podemos recibir la fe sin ser destruidos es porque Dios empieza por reforzar el soporte de la fe que es la razón misma. Así, la fe viene a actualizar una «potentia oboedientialis» de la razón. Dios nos otorga, pues, la fuerza necesaria para realizar el acto de fe. En la estructura misma de la razón humana se encuentra no solo el horizonte de la Trascendencia, sino también el de la gracia. Por eso las posiciones astrales, cualesquiera que sean (es decir, más o menos afines a la razón), están ya abiertas a la gracia y pueden convertirse en vehículos de la misma.

TIEMPO Y «EDADES»

-En primer lugar, está la división de un ciclo en partes proporcionales a los tiempos de revolución de los distintos planetas.

-Como también cabe dividir el tiempo en ciclos solares o «años de años», de una duración de 365,25 años (sistema de las direcciones primarias), subdividida en 4 fases de 91,314 años cada una.

-Es verdad que semejante división no se basa en ningún fenómeno astronómico real, a diferencia de la precesión, que tiene una duración de 25920 años y, por tanto, de 2160 años por signo. En cuyo caso, 360 años será el tiempo empleado en atravesar en sentido retrógrado un arco de 5º, es decir, la sexta parte de un signo. De todos modos, si 365,25 días forman un año, 365,25 años constituirán un ciclo de 2º orden. ¿Y si asignásemos 365,25 años al intervalo empleado por el movimiento precesional en atravesar 5º? En tal caso, un signo precesional duraría 2191,5 años, y 1º se recorrería en 73,05 años (curiosamente, 73 es el valor de la palabra «esmiM», «los cielos»).

-Los planetas miden, en principio, el tiempo físico, que, reducido a números, casi nunca enteros y referido en último extremo a los movimientos terrestres de traslación y rotación, simboliza las distintas cualidades.

–El procedimiento tradicional, cuyo fundamento casi nunca se expone: la división en «edades» de duración proporcional a 4,3,2 y 1. Es el llamado tiempo arquetípico basado en los cuatro primeros números enteros, relacionado con las «edades«, y que se llama así porque se mueve en el plano más abstracto (parece derivarse de los denominados «triangulares», que se remontan desde un número dado a la unidad, de manera que, en el caso presente, el número 4, símbolo del tiempo «materializado» y «concreto», se desarrolla a través de la «Tetractys», del 10, que equivale a la suma 4+3+2+1, o sea, «tiempo material»+ «tiempo celeste»+ «tiempo dual»+ «tiempo uno»; y así, a la vez que el tiempo material o terrestre es retrotraído al tiempo originario, la «edad de oro» o «edad primordial» culmina en la «edad de bronce» o «edad material». En el primer caso tenemos una «ascensión»; en el segundo, una «encarnación». En diacronía pasamos de lo más simple a lo más complejo; en sincronía, de lo más complejo a lo más simple. A la serie cardinal 4-3-2-1 corresponde la ordinal 1-2-3-4, inversa de la anterior. Y este principio es fundamental para comprender la involución y evolución en cualquier ciclo, que significan «envolver» y «desenvolver» respectivamente, aunque se utilicen en sentido inverso: La serie cardinal opera en diacronía; la ordinal, en sincronía.

-Es importante tener en cuenta esto al aplicar cualquier sistema de progresiones o de tránsitos, pues permite calibrar en qué «edad» se desarrollan, si en la de «oro», «plata», «bronce» o «hierro». No es lo mismo la fase de «Luna nueva», «cuarto creciente», «Luna llena», etc., en una «edad» que en otra. Eso es evidente si contamos en ciclos de 365,25 años, pero también si hablamos de un solo ciclo cuya duración es la de la Era Cristiana, pues se desarrollaría en 4 fases de igual duración y que no se distinguen cualitativamente una de otra (a diferencia de las «edades»).


-¿Puede hacerse esto con los periodos planetarios? No, porque aparte de no expresarse en números enteros, no se expresan en números correlativos). Se diferencia, por tanto, del tiempo mensurado por las revoluciones planetarias, que van desde 27,321 días del mes sideral lunar hasta los 90727 días del ciclo de Plutón, o sea, de 1 a 3320 aproximadamente. Las mismas octavas musicales se mueven a un nivel menos complejo, puesto que son pocas…

-Aplicado este sistema a los 6 milenios, tendremos una «edad de oro» de 2400 años; una «edad de plata», de 1800, que llega, por tanto, hasta el 200 d.C.; una «edad de bronce», de 1200, que termina en 1400 d.C.; una «edad de hierro», de 600, que concluye en 2000 d.C. Si lo aplicamos a los aproximadamente 2000 años de la Era cristiana, obtendremos como duración respectiva de las cuatro edades, 800, 600, 400 y 200.

-Las 4 edades determinan sobre la circunferencia arcos respectivos de 144, 108, 72 y 36 grados.

-Aplicar también a las distintas etapas de una biografía, aparte de las progresiones y tránsitos ya utilizados para describirlas.

-El tema de Cristo es el del «nuevo Adán», raíz de la nueva humanidad, como el tema del primer Adán es el fundamento de la vieja humanidad.

-El «Apocalipsis» de Cristo se identifica con su pasión, muerte y resurrección. El de la humanidad entera está contenido en el de Cristo, que es el anticipo de la humanidad. El de cada persona es la fase final y reveladora de su existencia, y su sentido se extrae de una comparación del tema astral del sujeto en cuestión con el de Cristo (a efectos prácticos y puesto que el natal de Cristo nos es desconocido, pueden utilizarse el de la Era Cristiana o el de la muerte de Cristo).


-En cada caso puede utilizarse el esquema de las «4 edades». Y así el Apocalipsis se identificaría con la última fase, la «edad de hierro». Razonamiento que puede analógicamente trasponerse a cualquier ciclo o intervalo. De manera que su extensión equivaldría en cada caso a la décima parte del ciclo completo. Así, para la entera Era Cristiana la fase apocalíptica empezaría alrededor de 1835. Ello nos daría la clave para dividir el zodíaco local de la Era Cristiana, o el del ciclo considerado, en 4,3,2 y 1 partes, la última de las cuales, de 36º, definiría las características del Apocalipsis. En el Zodíaco vernal, iría desde 24º Acuario hasta 0º Aries (sus regentes, Urano y Neptuno); en el de la Era Cristiana abarcaría desde 4º Virgo hasta 10º Libra (Mercurio y Venus); en el de la muerte de Cristo, casi todo el signo de Leo y los primeros de Virgo (Sol y Mercurio).

-El sistema de las «4 edades» puede aplicarse, pues, al Apocalipsis, en cuyo caso el 4 ordinal describe el aspecto cualitativo del tiempo concreto y real. De manera que, supuesta una longitud aproximada de 2040 años para la Era Cristiana, la «edad de hierro» comenzaría hacia 1836, es decir, próximo a la época de las apariciones de La Salette.

-Por lo demás, el tiempo apocalíptico no es más que la «revelación» o la mostración de la verdadera realidad del tiempo existencial, el cual supone la base del tiempo cósmico, sobre el que se ejercen la libertad humana y la gracia divina. Y así, de un modo análogo a como el tiempo litúrgico se superpone al tiempo cósmico y nos ofrece la posibilidad de interiorizarlo, así el apocalíptico es la culminación de este proceso.

-Ahora bien, conviene distinguir entre la estructura del instante fenomenológico (u otros semejantes, como el existencial o el escatológico en el sentido de Bultmann) y la escatología propiamente dicha, la experiencia del fin, del advenimiento del Reino de Dios.

Otra cuestión: puesto que nos las habemos con «triangulares» (sistema de las 4 «edades»), ¿tiene sentido ampliar el número de «edades», situándolo en 6 ó 7, a imagen de los «días» de la creación? A primera vista, parece que no. En el caso de que consideremos únicamente los «6 días», tendríamos: 6+5+4+3+2+1=21, de manera que las sucesivas edades tendrían una extensión proporcional a esos cardinales, y una cualidad de tiempo que es 1,2,3,4,5 y 6 respectivamente. Para un ciclo de 2040 años, las fases tendrían la siguiente extensión: 1ºdía….582,85 años/2º…de 582,85 a 1068,56/3º…de 1068,56 a 1457,12/4º…de 1457,12 a 1748,54/5º…de 1748,54 a 1942,82/6º…de 1942,82 a 2040.

-En el supuesto de los «7 días», tendríamos: 7+6+5+4+3+2+1=28. Para el ciclo de 2040 años, las fases tendrían la extensión siguiente: 1º….de 1 a 510/2º…de 510 a 947,13/3º…de 947,13 a 1311,41/4º…de 1311,41 a 1602,83/5º…de 1602,83 a 1821,39/6º…de 1821,39 a 1967,1/7º…de 1967,1 a 2040.

-En apoyo de esta división del tiempo en 6 ó 7 «edades» está la costumbre de algunos Padres de la Iglesia y teólogos de dividir el tiempo en «edades», sean o no de la misma extensión.


-¿Cómo conciliar la división de un ciclo basada en «triangulares» con la distribución fundada en las revoluciones planetarias? En el primer caso nos las habemos con números enteros; en el segundo, con magnitudes no expresadas en números enteros. Frente al ámbito ideal, el terreno fáctico. Frente al espíritu, el cuerpo. Los «triangulares» nos hablan del tiempo «arquetípico»; los números planetarios, del tiempo «cósmico» o «fáctico». Entre ambos, el tiempo «psicológico» o «existencial» participa del uno y del otro. Por consiguiente, el sistema de las «edades» o de los «7 días» marca el tiempo espiritual; el de los tránsitos o progresiones, basado en las revoluciones planetarias, señala el tiempo corpóreo.

-De la interacción de ambos sistemas brota el tiempo anímico, existencial o psicológico. Por lo demás, el diferente ritmo que adopta el tiempo en cada edad puede ponerse en conexión directa con la estructuración según las «4 edades» o las «7 edades». Es lógico entonces que el tiempo transcurra más lento en la infancia, más rápido en la ancianidad y a velocidad intermedia en las otras edades. Si el «triangular» se calcula sumando al número considerado los eslabones anteriores hasta la unidad, parece lógico suponer que, conforme «retrocedemos» (mentalmente, puesto que el tiempo es irreversible) hacia ella, la cualidad del tiempo sería más simple, mientras que, en el momento actual, nos encontraríamos ya «al final del tiempo» y, por tanto, en el más «concreto» de los tiempos. Y esto explica que la longitud de los distintos periodos se exprese con cardinales cada vez mayores según nos acercamos al tiempo de los orígenes. Y de ahí que al cardinal 4 corresponda el ordinal 1; al cardinal 3, el ordinal 2; al cardinal 2, el ordinal 3; y al cardinal 1, el ordinal 4. He aquí el principio de la estructuración fenomenológica del tiempo.

De todos modos, es posible en principio extrapolar la cualidad del tiempo hacia el futuro, siempre a expensas de que Dios nos conceda la gracia de vivirlo. En tal caso, la división en 7 edades parece la más adecuada para esquematizar un ciclo, puesto que 7 es «contiguo» a la unidad y señala el «sábado», el día del «reposo divino»).

-Hay que observar, además, que los ciclos abarcados por «triangulares» siempre han de ser expresados en números enteros, múltiplos exactos del «triangular» considerado. Así, los ciclos medidos por el «triangular» de 7 han de ser múltiplos de 28; los medidos por el «triangular» de 8, múltiplos de 36, y así con todos los demás.

Una aplicación importante: el número 360, tan decisivo para comprender la astrología, es múltiplo de los «triangulares» siguientes: 3 («triangular» de 2), 6 (de 3), 10 (de 4), 15 (de 5), 36 (de 8) y 120 (de 15). He aquí, pues, las posibilidades de dividirlo.

-El sistema de las «edades», ya sean 4 ó 7 puede conciliarse con el ciclo litúrgico. El comienzo de la primera edad coincidirá entonces con el del año litúrgico, a sabiendas siempre de que en tal caso la aplicación es derivada, puesto que se trata no del ciclo global de la Era Cristiana, sino de uno menor.

-¿Cuál es el sistema de división más adecuado a la hora de dividir el Zodíaco? Si atendemos a la exactitud del cociente, es indudable que el de las «4 edades»; pero si consideramos que 7 es el número cíclico por excelencia(ya que la división por él hace que se repitan circularmente los decimales 142857), así como el «número del tiempo» o de la perfección según la Biblia, tenemos que decidirnos por las «7 edades».

-Es curioso constatar cómo en todas las reuniones de estudio he preferido utilizar el ritmo del «triangular» de 7, que es 28, el segundo número perfecto.


-¿Cómo denominar a cada edad en este sistema? Por sus números, sin más, y agrupando en cada edad el cardinal que señala su extensión con el ordinal que indica su cualidad temporal. Es decir: edad del 7 y del tiempo 1; edad del 6 y del tiempo 2; edad del 5 y del tiempo 3; edad del 4 y del tiempo 4; edad del 3 y del tiempo 5; edad del 2 y del tiempo 6; y edad del 1 y del tiempo 7. O, también, a imagen del «Génesis»: edad de la luz; edad de la división del firmamento; edad de la separación de lo húmedo y lo seco; edad de la creación de los astros; edad de los peces y las aves; edad de los animales y del hombre; edad del descanso.

-¿Se puede relacionar el 28 con alguno de los números más habituales? 58 es el de «iesvh» (“Jesús”, el pentagrama terrestre, como lo llama Bardet), 68 el de «smiM»(“los cielos”), 48 el de «arX»(“la tierra”), 38 es el del «tiempo» y 28 el de «dM» («sangre»). Hemos de tener en cuenta, además, que 28 son las «casas» lunares, cada una de las cuales abarca 12,8º, de manera que el Zodíaco consta de 12 repeticiones de 28 (336º) más un resto de 24º. Y si hablamos del año, de 13 ciclos de 28 días (364, que es igual a 52 semanas, como en la Liturgia) más 1. Y si consideramos que 13 es «como 1», podremos decir que el año es «como 28″+1. Ahora bien, 28 es «como 7». Y así, el año es «como una semana». La adición del 1 abre indefinidamente el ciclo, en lugar de cerrarlo sobre sí mismo, como en la eternidad. El año, entonces, equivale a 13 periodos de 28 días que suponen un «crescendo» hasta la «unidad» del 13 (valor de «ajd», “uno”), que se abre de nuevo por el día que falta hasta completar 365. Debemos aplicar entonces al tiempo en general, a cualquier ciclo, el mismo proceso, dividiéndolo entonces en 13 ciclos de 28 años. Y la diferencia entre el 365,25 del tiempo solar (corpóreo) y el 364 del tiempo espiritual, arquetípico o «eónico» nos dará la medida del tiempo existencial.

-Por lo demás, el año litúrgico se divide en 52 ó 53 semanas, siendo 52 el número de «aleiM»(“Elohim”).

-Si 13 (=1) periodos de 28 días forman un año (añadiendo 1 día y 1/4), eso quiere decir que el «triangular» de 7 puede utilizarse para medir cualquier ciclo. Se trata de reducirlo a años (365,25 días), pues si lo redujésemos a 364 días no nos percataríamos de la índole indefinida del tiempo. Ahora bien, puesto que el tiempo tiene principio y fin, quizá no sea inadecuado efectuar esta reducción, que, sin desembocar por sí misma en la eternidad, sí puede darnos una idea del tiempo cristiano.

-Y así, tanto el año (364+1,25) como otro ciclo mayor o menor son divisibles entre 1,2,3,4,5,6 y 7. En el caso de los 364 días, los periodos que resultan son los siguientes: 1º…91 días/2º…78/3º…65/4º…52/5º…39/6º…26/7º…13. En cuanto a la cualidad del tiempo, los periodos citados son, respectivamente, de la cualidad de 1,2,3,4,5,6 y 7. (Si aplicásemos al año de 364 días la división de las 4 edades, tendríamos 145,6 días para la primera edad; 109,2, para la segunda; 72,8, para la tercera; y 36,4, para la cuarta).

-¿Y cuál sería el punto de partida del ciclo de 364 días? Evidentemente, el 1º domingo de Adviento, aunque pueda utilizarse también para cada ciclo o existencia y desde su propio «origen».

-¿Cómo se relaciona el sistema de las «7 edades» con el de las 4? 7=4+3, es decir, «tierra»+»cielo».


-La unión hipostática asume el tiempo a partir de la eternidad. ¿Podemos expresarlo en números? Si, como decía Platón, «el tiempo es la imagen móvil de la eternidad», ¿existe algún número especialmente adecuado para expresar el tiempo? Indudablemente el 7, puesto que, desplegada la creación en los 6 primeros días, el 7º asiste a un retorno al principio. Por otra parte, la eternidad sólo podemos simbolizarla mediante el “1 sin segundo”. Quizá por eso a la unión tiempo-eternidad se la designa como «el octavo día» (7+1).

-Una cuestión que surge a propósito de la interacción tiempo/eternidad: ¿Cómo hacer continuamente presente al pensamiento la presencia de Cristo en la Eucaristía? A través de la oración: el modo de abrirse a esta presencia continuada es un acto de conciencia ligado a una voluntad asistida por el amor de Dios.

-Dicha unión, principiada en Cristo, viene participada a la humanidad entera y alcanzará su consumación al fin del mundo. De ahí la especial índole del tiempo cristiano, que, lejos de limitarse a ser «imagen de la eternidad», viene asumido por ella, de manera que, desde la venida de Cristo, el tiempo está transido de eternidad. Ahora bien, de un modo análogo a como en Cristo coexisten ambas naturalezas en la unidad de la persona, en los humanos coexisten por gracia las dos naturalezas, de modo que, más allá de la muerte, por la resurrección, la naturaleza humana quedará transfigurada en la divina y permanecerá así por toda la eternidad. Sin embargo, y éste es quizá el sentido de los «nuevos cielos» y la «nueva tierra», la humanidad gloriosa no será anulada o destruída en la resurrección, aunque su tiempo poco tiene que ver con el tiempo anterior; en todo caso, se asemeja al tiempo primordial, eso sí rebasado por la misericordia y la bondad divinas. Pues, de un modo semejante a como el Cristo terrestre culmina por la resurrección en el Cristo glorioso, la humanidad caída y redimida desembocará en la humanidad gloriosa.

-¿Cómo interpretar el apocalíptico «Y no habrá más tiempo»? No solo como el fin de la historia del hombre caído, sino también como el comienzo de una espiritualización del cuerpo que le otorga una existencia a la medida del espíritu. ¿Será algo así como el «aevum» en el que viven los ángeles? No, sino más bien como el modo de existir de la naturaleza humana de Cristo (asumida en la eternidad por la unión hipostática), eso sí, de modo participado a través de la gracia?


-¿Tiene sentido decir que el hombre continuará siendo una creatura temporal tras el fin del mundo? Puesto que su estado de gloria (o, en su caso, de reprobación) es una participación gratuita en el ser divino, hay que decir con santo Tomás que «la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona». Por lo cual no parece descabellado pensar que a los bienaventurados puede asignárseles una misión que tenga que ver con otras creaturas humanas que vivan todavía en el tiempo. Pero entonces el fin del mundo de que habla el Apocalipsis no tendría un carácter universal, sino que sería restringido a un parte del universo, la «centrada» en la Tierra. De todos modos, ¿habría un estado último, en el que cesa la existencia histórica, o siempre cabe imaginar una colaboración de los bienaventurados con las creaciones siempre nuevas del Dios que es Amor y, por tanto, difusivo? Aquí se plantearía la cuestión de si hay otros mundos habitados, una cuestión ante la que algunos teólogos se han mostrado abiertos desde la perspectiva católica…

-¿Hay alguna alusión a ello en la Escritura o existe algún instrumento intelectual o espiritual que nos permita abordar con cierta garantía esa cuestión? El pasaje paulino que habla de los «dolores de la parto de la entera creación» apunta en el sentido de una culminación del cosmos en la humanidad terrestre. En cuanto al Salmo que empieza «los cielos cantan la gloria de Dios…» o el cántico del Deuteronomio que menciona a todas las creaturas, que dan gloria a Dios cada una a su manera, parecen ir en la misma dirección.

-A este propósito, conviene no olvidar los distintos aspectos del simbolismo cristiano (cf. «El bestiario de Cristo», de Charbonneau-Lassay). Por cierto, ¿es posible referir al esquema zodiacal el simbolismo de los animales que sirven de representación a Cristo? Sólo hasta cierto punto, ya que se trata de sistemas simbólicos diferentes.

-Por último, si la influencia astral se manifiesta directamente en el plano corpóreo e indirectamente en el del espíritu, ¿puede referirse cada signo o planeta a una «categoría» o «predicamento» al modo aristotélico? ¿A cuál de ellas? Al parecer, a todas, puesto que conceptos como «Saturno», «Júpiter» o «Marte» son aplicables tanto a la sustancia como a la cantidad, cualidad, acción, etc. De manera que constituirían «tipos» de sustancia, cantidad, cualidad, acción, pasión, etc. Es verdad que se referirían directamente a la realidad material e indirectamente a todas las demás, con lo cual habría que efectuar en cada caso la debida transposición.

DE LA CREACIÓN EN RAMON LLULL

“Cuando el amigo hubo interrogado al amor sobre la operación natural y esencial que el Amado tiene dentro de sí mismo, quiso preguntar por la obra que el Amado realiza en las creaturas.

13. –Amor, ¿el Amado ha creado el mundo, o éste es eterno?

-Amigo- dijo el amor-; más poderoso es el que puede de algo o de nada hacer alguna cosa, que el que puede hacer de una cosa otra, pero no puede hacer nada de la nada; y pues tu Amado tiene poder infinito, puede hacer de la nada, y crear el mundo, y hace en el mundo una cosa de otra; por eso, conviene que el mundo haya sido creado y hecho de la nada por tu Amado.

14. -Amor, ¿qué es creación?

-Amigo: creación es la operación que hace algo de la nada.

15. –Amor, ¿de qué es propia la creación?

-Amigo- dijo el amor-: la creación es propia de aquella acción que tiene el creador sobre aquella creatura a quien crea de la nada.

16. –Amor, ¿por qué es la creación?

-Amigo: la creación es para que existan el mundo y las criaturas, espejo e imagen de la operación del Amado en sí mismo, y para que así sea ésta conocida, amada y alabada por los hombres.

17. –Amor, ¿grande es la creación?

-Amigo: la creación es tan grande como la acción del Amado sobre la creatura, y la pasión de la creatura al ser creada de la nada.

18. –Amor, ¿qué es creación?

-Amigo- dijo amor-: la creación es una buena y grande acción del Amado sobre la creatura; y es una buena y grande pasión que la creatura recibe de manos del Amado.

19. –Amor, ¿cuándo fue la creación?

-Amigo- dijo el amor-; la creación fue cuando Dios creó el tiempo, con quien comenzó la creación.

20. –Amor, ¿por qué no fue antes la creación?

-Amigo- dijo el amor-: igual que ningún lugar puede existir antes del lugar absoluto, tampoco el tiempo puede existir antes de su “antes”; y por eso la creación del mundo no puede ser antes de su “antes”.

21. –Amor, ¿dónde se realizó la creación?

-Amigo: la creación se realizó en sí misma, como todo lo que es en sus partes; el tiempo fue creado en el lugar y el lugar en el tiempo; y el tiempo y el lugar en el comienzo, y el comienzo en el tiempo y el lugar; la bondad del mundo en la grandeza del mundo, y la grandeza del mundo en su bondad; y así, las otras partes del mundo: fueron creadas unas en otras, y todo el mundo en sus partes primeras y sus partes primeras en él.

22. –Amor, ¿cómo creó Dios el mundo?

-Amigo -dijo el amor-: el Amado creó el mundo creando una parte en la otra; de manera semejante a como el hombre mezcla el vino y el agua, cuando echa el uno en la otra.

23. Amor, ¿con qué creó Dios el mundo?

-Amigo -dijo el amor-: el Amado creó el mundo consigo mismo y con sus dignidades; pues con el ser que Él tiene le dio el ser; con su bondad lo creó bueno; con su grandeza, grande; con su eternidad, durable; con su poder le dió poder y con su sabiduría lo entendió creado, y con su voluntad quiso que fuera creado; y así en las demás cosas…”

Ramon Llull, “Libro de Filosofía de Amor”, Antología de Ramón Llull”, Madrid, 1961, Dirección General de Relaciones culturales, 244-246.

NÚMERO, ESENCIA, EXISTENCIA

La unidad no es, propiamente hablando, un número. Se la pue­de representar bajo la forma de una totalidad indivisa e indivisible, sin fisu­ras.De ahí que la asociemos a la «no‑dualidad», «lo que está más allá de toda separación»,etc.

¿Cómo surge la serie de los números? A través de una «fragmentación» inconcebible que hace aparecer un nuevo ámbito allí donde hasta ahora sólo cabía hablar de la unidad, la cual, por su parte, queda inalterada por el «acontecimiento».Así, pues, la serie numérica empieza con el 2.

Y A ESTE PROPÓSITO CONVIENE SEÑALAR QUE EL 2 CONSTITUYE LA PRIMERA RELACIÓN O RELATIVIDAD, YA QUE LA UNIDAD SE DEFINE POR SU ABSOLU­TEZ. CONVIENE NO OLVIDAR, SIN EMBARGO, QUE CADA NÚMERO ES UN REFLEJO DE LA UNIDAD, POR MÁS QUE SE DIFERENCIE DE ELLA EN ALGO RADICAL: MIENTRAS QUE LA UNIDAD MISMA ES ABSOLUTA, LA «UNIDAD» QUE HACE QUE CADA NÚMERO SEA UNO NO IMPIDE LA RELATIVIDAD QUE SE DESARROLLA EN SU INTERIOR, ES DECIR, ENTRE LOS POLOS QUE LO CONSTITUYEN.

La representación gráfica de los números hace aparecer con más claridad una serie de aspectos que, de otro modo, pasarían desapercibi­dos. Así, la unidad podrá figurarse por un punto(.), lo que sub­raya su carácter adimensional(entre paréntesis, conectar el simbolismo del 1 con del «ser puro» de Hegel, el «en‑sí» de Abellio y, en las antípodas, con el «causa‑de‑sí» abelliano. El 2 supondrá el primer contraste, que puede leerse a partir del primer punto o a partir del segundo, lo que origina dos direcciones. El 3 implica 6 «sentidos»(3 puntos relacionados 2 a 2);el 4 comporta 12(=4.3); el 5 lleva con­sigo 20(5.4), y así sucesivamente. Obtenemos entonces el siguiente cuadro, en el que aparece el número de relaciones que guardan entre sí los polos que componen un cardinal:

Relaciones( o variacio­nes:n(n‑1))

2……………………2

3……………………6

4…………………..12

5…………………..20

6…………………..30

7…………………..42

8…………………..56

9…………………..72

10………………….90

11…………………110

12…………………132

13…………………156

14…………………182

15…………………210

16…………………240

17…………………272

18…………………306

19…………………342

20…………………380

21…………………420

22…………………462

23…………………506

24…………………552

25…………………600

26…………………650

27…………………702

__ ___

377(=29.13) 6552(=2.2.2.3.3.7.13)

En otros lugares hemos planteado el problema de la conexión entre el ámbi­to esencial y el existencial. Llegábamos así a la conclusión de que los núme­ros constituyen las esencias más elevadas, en donde la atemporalidad se muestra con más fuerza. Teníamos, pues, la siguiente jerarquía, en la que el polo subjetivo tiene frente a sí al objetivo:

Yo trascendental…..esencia de las esencias

Yo eidético……….distintos niveles de la esencia

Yo fenomenológico….individualidad de los «hechos»

Así, en las antípodas del mundo uno, afrontado por el Yo trascendental(no entramos ahora a determinar los diferentes grados de la integración intersubjetiva), nos encontramos con la singularidad del individuo, captada por el yo fenomenológico(el que hace cargo de los «he­chos»). Entre ambas se sitúa la pluralidad del mundo de las esencias, cap­tada por el yo eidético. QUIZÁ PODRIAMOS COMPARAR LA EXPERIENCIA TRASCEN­DENTAL COMPLETA(CUYO SUJETO ES LA COMUNIDAD O EL SÍ TRASCENDENTAL) CON LA UNI­DAD, EN TANTO QUE LA PLURALIDAD DE LOS INDIVIDUOS(PUES SE TRATA DE UNA MULTIPLI­CIDAD) SERIA LA DE LOS «REFLEJOS DE LA UNIDAD». Por lo tanto:

«Arriba»..(Yo trascendental/la «Individualidad» única(el Uno)

«Abajo»…(Yo fenomenológico/individualidad múltiple)

«En medio»…(Yo eidético/ mundo de las esencias y sus di­ferentes niveles)

Una pregunta fundamental: ¿PODRÍA IDENTIFICARSE AL UNO CON DIOS? En principio, no, puesto que el Uno a que nos referimos es más bien la Totalidad o el Ser, en tanto que existe un abismo radical entre Dios(en su acepción cristiana, evidentemente) y la creación. Ahora bien, ¿cómo pasar del Uno a Dios. Al fin y al cabo, el Uno es la Totalidad accesible, la «esencia de las esencias» o la «Esencia Suprema»(comparable, de un modo u otro, al Bien de Platón). De esa Idea o Esencia Suprema lo único que podemos saber es que existe y que otorga a la totalidad de los individuos que forman el mundo empírico su unidad .Sin embargo, Dios en su auténtico ser sólo nos es accesible por revelación.

De ahí la tendencia del entendimiento a desembocar en un «Anima Mundi» o en un «advaita», cualesquiera que sean sus variantes, ya sea que la alcancemos directamente llevando a sus últimas consecuencias el ansia de unificación, ya sea que queramos ir más allá de la «dualidad» Dios‑­creatura(como en el pensamiento gnóstico, al menos en su forma más habitual). En ambos casos se trata de una búsqueda de la «no‑dualidad» o de la «Suprema Identidad».

SI PERMANECEMOS EN ESTE PLANO, LA APLICACIÓN DEL SIMBOLIS­MO NUMÉRICO PUEDE RESULTAR PERTINENTE. MAS ALLÁ DE ÉL, SEMEJANTE APLICACIÓN SÓLO PUEDE SE ANALÓGICA, ES DECIR, EL SIMBOLISMO EN CUESTIÓN SERIA UTILI­ZABLE EN LA MEDIDA EN QUE RESPETA EL ABISMO ENTRE DIOS Y SU CREA­CION:»Inter Creatorem et creaturam non potest tanta similitudo notari , quin mayor sit dissimiltudo notanda».

Dejando a salvo lo anterior, veamos cómo nuestros es­quemas se hacen eco de los tres niveles antes mencionados:

«Arriba»………Macrocosmos

«Abajo»……….Microcosmos

«En medio»…….Mesocosmos

«Arriba»….Intuición superior/ esencia única y no‑dual

«Abajo»…..»experiencia»/ existencia singular, irreductible a la esencia

«En medio»..»razón»/esencias no existenciadas

Por eso cabe hablar «en medio», no «arriba» ni «aba­jo»(otorgando más profundidad al aforismo inglés que tacha como de «mal gusto» toda discusión acerca de «religión o de política»). En efecto, la primera pertene­ce al ámbito «de arriba»; la segunda, al «de abajo».Por lo demás, en estos tiempos de «religio depopulata», todo se convierte en política, la peor posi­ble, puesto que se presenta como un sucedáneo de la religión(véase marxismo y, en general, toda

política desarraigada de la religión; véase, por otra parte,la lamentable confusión entre los dos ámbitos a que tan proclives somos los españoles).

Pero prosigamos con los paralelismos:

«Arriba»….la atemporalidad de la esencia deviene eterni­dad del Uno

«Abajo»…..el ámbito de la pura temporalidad

«En medio»..más allá del tiempo y más acá de la eternidad

«Arriba»….Lo «volátil»

«Abajo»…..Lo «fijo»

«En medio»..El vaivén de uno a otro

«Arriba»….El «universal concreto»

«Abajo»…..El «particular concreto»

«En medio»..La esfera de la abstracción

«Arriba»….»De Deo non est scientia»×

«Abajo»…..»De singulis non est scientia»

«En medio»..»Scientia est de universalibus»

«Arriba»…..Unidad

«Abajo»……»Reflejo» de la unidad

«En medio»…Todos los demás números(incluídos los primos,esencias irreductibles)

«Arriba»……»Suprema Identidad»

«Abajo»…….Singularidad irrepetible, «reflejo» de aque­lla

«En medio»….Ambito intermediario

«Arriba»……Eternidad

«Abajo»…….Tiempo

«En medio»….Eviternidad

«Arriba»……Espíritu

«Abajo»…….Cuerpo

«En medio»….Alma

Así, pues, los números son otras tantas «esencias», en don­de la unidad y los primos constituyen las «esencias últimas»: la primera se caracteriza por su condición indivisible y globalizadora; los segundos, por su singularidad(sólo se dividen por sí mismos y por la unidad), aunque tal singularidad pueda manifestarse de múltiples formas, tantas como primos.

¿CÓMO ESTRUCTURAR UN CAMPO CUALQUIERA A PARTIR DE LOS NÚME­ROS?

El problema que se plantea es el siguiente:¿cómo llegar a la comprensión del individuo, «reflejo» del Uno, aunque situado en sus antípodas. Aunque el individuo no pueda ser objeto de ciencia, cabe «des­componerlo» en sus constitutivos últimos, las esencias que lo definen y es­tructuran.Y, de igual modo que aplicamos al Uno el razonamiento por analogía(no entramos ahora en la distinción entre analogía «natural» y analogía «sobrenatural», subsiguiente al orden de la deificación), también podemos hacerlo con el individuo, su «reflejo».

¿Por dónde empezar? Es claro que habrá que atribuir UN NÚMERO A CADA INDIVIDUO.¿Cómo hacerlo? BIEN A TRAVÉS DEL NOMBRE QUE LO DESIGNA, BIEN MEDIANTE LA CUANTIFICACION DEL INSTANTE EN QUE COMIENZA SU EXISTENCIA EN EL MUNDO.

El primer procedimiento supone la asignación de un número a cada letra(es el procedimiento cabalístico, en el que preferimos no entrar ahora). El segundo parte de un «origen», el principio de la «era» en que se sitúa el

instante del nacimiento del individuo. REDUCIREMOS ASÍ EL NÚMERO CUANTITATIVO AL CUALITATIVO.

HASTA AQUÍ LA DEFINICIÓN DEL INDIVIDUO MEDIANTE PARÁME­TROS TEMPORALES.EN CUANTO A LA SITUACIÓN CONCRETA DE LA EXISTENCIA EN UN MO­MENTO DADO, HABRÁ QUE CALCULAR EL NÚMERO DE DÍAS(O DE AÑOS, DÍAS Y HORAS, PARA MAYOR CONCRECIÓN)TRANSCURRIDOS DESDE EL NACIMIENTO.

(Así, por ejemplo, en el supuesto de que hayan pasado 18715 días desde el nacimiento hasta el momento presente, descompondremos la cifra en sus factores pri­mos:18715=5.19.197. E interpretaremos la situación a partir de dichos números primos, comparándolos con el que caracteriza al individuo.

SOBRE EL SIMBOLISMO ASTRAL Y LOS LÍMITES DE LA ANALOGÍA









-«Astra inclinant, non necessitant» (“Los astros inclinan, no obligan”).


-«Coeli enarrant gloriam Dei» (“Los cielos narran la gloria de Dios”).


-«Como es arriba, así es abajo», a corregir por el «Inter Creatorem et creaturam non potest tanta similitudo notari quin maior sit dissimilitudo notanda” (“Por mucha semejanza que observemos entre el Creador y la creatura, siempre existirá una desemejanza mayor”).


-La libertad humana, «encuadrándose» en las diferentes «esencias» astrales (es decir, situándose en el marco de tal o cual aspecto), puede extraer mayores o menores realizaciones. De manera que se impone entender los aspectos de una forma menos estereotipada que la habitual.


-¿Cómo aplicar el principio hermético o de analogía antes aludido? Habrá que recurrir a la doctrina de la imagen y la semejanza. Pero tan sólo el hombre y no los demás seres corpóreos posee la imagen divina (aunque haya perdido la «semejanza»). A lo sumo, se podrá decir que la Naturaleza es «imagen de imagen».


-El hombre lleva en sí la posibilidad de ejercitar la autoconciencia, los demás seres naturales, cada uno a su nivel, carecerán de tal posibilidad. Y algo similar ocurre con la libertad, facultad inexistente en los seres de la Naturaleza. Sin embargo, siempre se podrá decir que el hombre lleva en sí la Naturaleza y obedecerá en principio a sus leyes, por más que el espíritu conserve su libertad frente a ella.


-En cuanto a los gobernantes de la Naturaleza, «los ángeles que mueven las esferas», son totalmente libres de la materia. ¿Cómo si no podrían moverla a voluntad?


-Una buena manera de averiguar el alcance de la autoconciencia y de la voluntad consiste en partir del «Astra inclinant» y calibrar hasta qué punto se cumple en un ser humano. Así sabremos cuál es su grado de desarrollo espiritual.


-Por tanto, 3 niveles básicos son a destacar en la creación: 1) el de los ángeles, independiente de la materia y con la capacidad de moverla; 2) el humano, capaz de resistir a las inclinaciones de la materia; 3) el de los seres naturales, que obedecen más o menos pasivamente a los movimientos de los astros.


-Por consiguiente, entre la materia pura y el espíritu puro, la humanidad se sitúa a medio camino, siempre con la particularidad de ser el destinatario de la encarnación de Dios.


-Así, los movimientos de los astros son producidos voluntariamente por los ángeles y pasivamente sufridos por los seres naturales, mientras que los seres humanos, partiendo de la sujeción a los astros en el aspecto corpóreo, pueden aprender a controlarlos hasta llegar a producirlos por identificación con la voluntad angélica. De este modo, el hombre puede participar en el gobierno de la Providencia.


-Semejante identificación sólo hubiera sido posible para el hombre en el estado de justicia original, nunca en el estado caído. Tras la redención (o antes de ella y con ocasión de la misma), el ser humano puede elevarse también a la condición de hijo adoptivo de Dios, de manera que no sólo puede existir la posibilidad de identificación con la voluntad angélica, sino también con la voluntad divina.



-Y siempre hemos de reconocer el carácter lineal del tiempo, que obedece a los números (especialmente primos, perfectos y triangulares) y no sólo a los astros. ¿Se puede hablar de que las jerarquías superiores, especialmente los querubines, gobiernan el mundo mediante los números? Y decimos los querubines, porque los serafines viven ante todo el amor divino, no la inteligencia.


-Si tuviéramos que hacer un esquema que expresara la ley hermética o, mejor, el principio de analogía, colocaríamos abajo los aspectos astrales sufridos pasivamente; arriba, esos mismos aspectos en cuanto engendrados por las voluntades angélicas; y, en medio, los aspectos considerados como activo-pasivos. En definitiva, se trata de figurar gráficamente la identidad, a la vez que la diferencia: por ejemplo, dos vueltas de espiral, una inferior y otra superior; dos triángulos, uno mayor que el otro (evidentemente, hay que distinguir la comparación entre entes finitos y la comparación entre entes finitos y el Ser Infinito: en el primer caso, la identidad puede representarse por una figura y su contrapartida invertida; en el segundo, por ambas figuras, significando ahora la inversión una distancia infinita; así, si el triángulo descansando sobre la base simboliza el ángel, y el triángulo invertido, la Naturaleza, la humanidad quedará representada por la unión de los dos triángulos; los cuales también pueden ser referidos a la relación Dios/Creación. De esta forma, si al espíritu le atribuimos la autoconciencia y la inmortalidad, la materia se caracterizaría por la inconsciencia y la perpetuidad.

VIDA MÍSTICA Y EXPERIENCIA ASTROLÓGICA




¿Cuándo se plantea el problema? Cuando se empiezan a percibir los límites de la astrología. ¿Cómo se percibe el «excessus» de la mística sobre el conocimiento astrológico? Primero se percata uno de la falta de «centro vital» del sistema astrológico. Cada vez que nos sentíamos inseguros acudíamos a una reafirmación de las categorías astrológicas, la cual estaba destinada al fracaso, como es lógico. Una experiencia frustrante es, por tanto, la de una «astrología sin Dios», entendiendo por tal no el Dios de los filósofos, sino el Dios vivo, al que puede uno acudir en demanda de ayuda y al que llegan nuestras oraciones. Más allá del fracaso de una astrología semejante (y aquí podríamos aludir asimismo a cualquier forma de gnosis), la presencia divina se impone como algo no previsto por la intuición astrológica. ¿Qué sentido cobra aquí el «gratia non destruit naturam, sed perficit»? En primer término, la superación de los»ángulos» conflictivosdel ser y el reforzamiento de los armónicos. En otro lugar hablábamos de la aplicación de las vías «afirmationis», «negationis» y «eminentiae» en orden a dar el salto intelectual de la creatura al Creador.

Ahora bien, la creatura sólo puede llegar a ser «Dios por participación». ¿Cómo incide esa participación en la «naturaleza» expresada en el tema astral? Corrigiéndola, en un principio, y transformándola radicalmente, después.


¿Hasta dónde llega esa transformación? Primeramente alcanza a las «potencias» del alma, y eso tras las distintas etapas de la «Noche». Más tarde afecta al cuerpo mismo y es la resurrección del último día.


Pero volvamos al intervalo entre experiencia mística y experiencia astrológica: uno se siente condicionado por las posiciones astrales, pero con muchos más recursos para contrarrestarlas, cuando son desfavorables, o, en cualquier caso, está más preparado para extraer lecciones de las humillaciones que pueden infligirnos. Hay que decir que, con ocasión de algunos «ángulos» especialmente conflictivos, tienden a producirse «ataques» o «tentaciones» desmesurados, a los que no podríamos resistir sin la gracia.


Por lo demás, las primeras etapas espirituales se caracterizaban por un progreso rápido y una comunicación muy frecuente y directa con Cristo o con Dios. Después el avance se hace más lento y parece como si alternasen los períodos de sequedad y de vivencia de Dios. Predominio de la «oración breve» sobre cualquier otra (esto al principio, sobre todo; más tarde no se detectan tantos actos de oración breve).


Después surgen las «aspiraciones», como un intento de salir de la sequedad y procurando que no estén reñidas con la paciencia (no olvidar que es un fruto del Espíritu Santo). Caridad (diferente de la virtud teologal), gozo espiritual (consecuencia de la presencia divina), paz (con Dios), paciencia (¿la actitud fundamental?), benignidad, bondad, magnanimidad, mansedumbre, fe (no la virtud teologal), modestia, continencia y castidad.


A efectos de comprender el «despegue» místico, conviene estudiar los efectos probables que tendría un aspecto conflictivo y sus efectos reales. De la comparación se deduciría el avance espiritual.Ahora bien, si el desarrollo concreto de mi vida ha sido mucho mejor de lo que prometían las expectativas. ¿A qué podemos atribuirlo sino a la acción de la gracia?


¿En qué sentido puede describirse en términos astrológicos el tránsito de una experiencia «gnóstica» a una vivencia mística,si es que se puede? Lo primero: siempre hay un «plus» que transfigura cualquier atmósfera astral.


De ahí la insuficiencia de la descripción astrológica para dar cuenta de la realidad integral. Para emplear la terminología de Abellio, hay una distancia entre visión y acción, y entre ésta y arte. Pero incluso en la visión habría que corregir cualquier descripción a la luz de la fe. Y no porque no sea posible llegar a un mínimo de comprensión de la Divinidad, lo necesario para abrirse a ella en la fe, sino porque la fe supone un suplemento de comprensión. Supuesta la fe, es Dios el que toma la iniciativa y rectifica la comprensión. Por ejemplo, no se puede hacer, como lo hace Abellio, una «religion sans preuves et sans prêtres» («una religión sin pruebas y sin sacerdotes»)precisamente porque Cristo ha intervenido y ha dispuesto las cosas de otra forma.


Así, pues, si la descripción astrológica es correcta, no es suficiente, ya que la intervención de Dios mismo rebasa la astrología. Y esto vale aunque partamos del tema del espíritu. Eso sí, podemos utilizar el lenguaje astrológico, como el lenguaje normal, para describir los efectos de la fe sobre el trabajo y los esquemas de la razón, a sabiendas de que ningún símbolo astrológico agota la descripción. Así, al igual que el lenguaje corriente pueden ser utilizados lenguajes técnicos, como el astrológico. De manera que, en lugar de «gracia», podemos decir «Júpiter sobrenatural» y, en vez de «sobrenatural», lo que sobrepasa a la totalidad de los planetas (¿representada por el punto-síntesis?).

¿Tiene representación este más allá? Sería el centro de la circunferencia en cuanto confluencia de todas las relaciones. Otra cosa es la fuerza espiritual que transfigura toda relación y todo símbolo. En este sentido, la astrología posee un excepcional papel evocador, que puede ser completado siempre por la experiencia de la fe y que, iluminado por ésta, adquiere una claridad particular.


Si «Los astros inclinan, pero no obligan» y «La gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona», falta decir que la «natura» no es en modo alguno la inclinación de los astros, sino lo que la libertad hace de esta inclinación. Ahora bien, la voluntad, al estar herida por el pecado, necesita del apoyo de la gracia para vencer las malas inclinaciones y aprovechar las buenas. Si la voluntad y el entendimiento son potencias espirituales, no están sometidas al «aquí» ni al «ahora». Sin embargo, a través del cuerpo pueden experimentar la influencia indirecta de los astros. Son las cosas espaciales y temporales las que experimentan el influjo astral. Por tanto, todo lo que constituye nuestro cuerpo está sujeto a las influencias astrológicas, a no ser que la voluntad lo modifique (por ejemplo, cuando voluntariamente movemos un brazo, es la voluntad la que modifica el movimiento «mecánico» del brazo). Y lo mismo ocurre cuando nuestro entendimiento entiende una idea o un razonamiento que, lógicamente, rebasa el mundo de las cosas singulares.

Muy importante: Distinguir entre actos del hombre y actos humanos. Sólo los segundos tienen carácter moral. Y también entre voluntarios e involuntarios, conscientes e inconscientes. Son, pues, los actos humanos, susceptibles de moralidad, y los conscientes y voluntarios, aunque no morales, los que escapan al influjo de la mecánica astral.

Por otra parte, cada planeta influye en un tipo de acontecimientos corpóreos: Luna…fluidos, especialmente el agua y la sangre; Mercurio…sistema nervioso; Venus…hormonas femeninas, etc.; Marte…testosterona, bilis…; Júpiter…hígado; Saturno…sistema óseo; Sol…corazón.

Así, pues, quedan fuera del influjo astral, al menos directo, los actos humanos, ya estén sujetos a la moral, ya sean moralmente indiferentes. ¿Por qué suele ocurrir que los malos aspectos astrales se traducen en comportamientos desviados o anormales? Si el principio de los actos humanos está en el entendimiento y en la voluntad, ¿cómo tienen que actuar éstos para seguir las inclinaciones marcadas por los astros? En el caso de la voluntad, dejándose llevar por las solicitaciones que vienen de los sentidos o subordinando el intelecto a los sentidos de manera que deje de ser consciente de su espiritualidad y se sujete a ellos. La doctrina tradicional según la cual el descenso de nivel moral lleva aparejado un rebajamiento del intelecto es aquí de aplicación.
Los actos estrictamente humanos, sean o no morales, vienen, pues, de dos fuentes: el acto de la voluntad (o del entendimiento) y la inclinación del cuerpo motivada por los astros.


Se trata de clasificar las tendencias corpóreas, a fin de captar hasta qué punto se oponen a las iniciativas del espíritu, ya sean volitivas o intelectivas. En cualquier caso, los astros determinan los acontecimientos espaciales y temporales, no los actos del entendimiento (ideas) o de la voluntad (voliciones), de por sí inespaciales e intemporales. Los primeros, por su índole abstracta; los segundos, por la decisión que implican en pro de tal o cual meta abstracta. En efecto, apetecer un objeto, conseguir un fin supone una idea abstracta, expresada en términos abstractos (por ejemplo, hacer el bien en tal situación, si se trata de actos morales; realizar tal empresa, si hablamos de una acción indiferente o neutra), de manera que la voluntad toma como referencia una concepción del entendimiento, que, como tal, rebasa el ámbito de la materia y, por tanto, del «aquí y ahora».
Lo decisivo entonces es comprender que las acciones objeto de inteligencia y de voluntad, teniendo su origen en el ámbito del espíritu, se desarrollan en un tiempo y un espacio y forman parte de una historia.


¿Es la inserción del espíritu en el cuerpo la que hace posible la historia, o es pensable una historia del espíritu separado? Más que de historia habría que hablar entonces de «eón», puesto que se trata de un tiempo discreto, no continuo. No obstante, la permanencia del espíritu en el ser, una permanencia indefinida, puesto que nos las habemos con un ente inmortal, puede entenderse, en principio, como «temporal».
Una fenomenología integral debe asumir la condición intemporal e inespacial del espíritu. Distanciamiento y abolición de la distancia como posibilidades del espíritu, que siempre está por encima del cuerpo, aún cuando se deja llevar por él. En efecto, la capacidad de concebir ideas y de tomar decisiones trasciende cualquier situación espacio-temporal aunque se inserte en ella.


¿Hubiera habido historia de no existir el pecado original? No en el sentido de una sucesión «continua», pero sí en el de una sucesión «discreta», motivada por la necesidad del espíritu de intervenir en la materia. ¿Habrá historia en la Jerusalén celeste? Ni en el sentido «continuo», ni en el «discreto», ya que la creación entera ha sido transfigurada por Dios. ¿Y en el cielo, en el intervalo entre muerte y resurrección? No habrá historia en sentido «continuo», pero sí en el «discreto», puesto que las almas de los bienaventurados se ocupan y preocupan de los «viatores»).

Así, pues, las influencias astrales, en la medida en que afectan al cuerpo, pueden afectar al espíritu de modo indirecto, de manera que, tendiendo éste a un determinado comportamiento, el espíritu se vea inclinado en el mismo sentido. Y así decimos que un mal aspecto de Marte y Mercurio inclina al cuerpo a la precipitación y, de manera indirecta, influye en las decisiones precipitadas de la voluntad. Es importante, pues, establecer una correspondencia entre tal parte del cuerpo y tal aspecto del espíritu, por más que éste siempre se sitúe por encima de aquél.

¿Cabe establecer analogías entre el mundo visible, gobernado por los astros, y el mundo invisible o espiritual? ¿De qué tipo? En principio, parece que sí. Por ejemplo, Platón habla de la analogía entre el Sol visible y el invisible, la Idea del Bien. Por su parte, santo Tomás, al hablar de Dios se refiere a las vías de afirmación, negación y eminencia. (En cuanto a su posición frente al influjo astral, Tomás afirma que los astros, sin tener posibilidad de influir directamente en el espíritu, pueden hacerlo de modo indirecto. Y ello a causa de la unión entre espíritu y cuerpo). Ahora bien, «Como es arriba, así es abajo», lo que significa que la citada analogía lleva consigo una «inversión» («Los últimos serán los primeros…»). ¿Existe un Sol en el mundo espiritual? Sí, pero no marca un tiempo continuo, ni dice relación al espacio, como no sea en un sentido espiritual.


¿Cabe utilizar el lenguaje astrológico con la suficiente soltura como para sustituir al lenguaje corriente? Para una minoría tiene sentido hacerlo, por lo que los símbolos tienen de precisión. No para la mayoría, puesto que desconoce los símbolos. ¿Cómo describir, por ejemplo, las etapas del camino espiritual? Si la sucesión de los planetas es apropiada para reflejar la realidad del mundo, la ley de analogía nos permitirá utilizar los niveles planetarios para representar aquellas etapas, eso sí, invirtiendo previamente la sucesión, ya que «los últimos serán los primeros». De todos modos, hay en primer lugar una inversión cuerpo/espíritu (naturaleza) y, en segundo término, una inversión naturaleza/sobrenaturaleza. ¿Cómo justificarlas? La primera, cuerpo/espíritu, porque el cuerpo está sometido al espacio/tiempo, a diferencia del espíritu, que no lo está, como no sea a un tiempo «discreto». El cuerpo es extenso; el espíritu, inextenso; el cuerpo, mortal; el espíritu, inmortal.

En cuanto a la inversión naturaleza/sobrenaturaleza, se justifica en la medida en que se trata de dos dimensiones entre las que hay una distancia infinita, la que existe entre el hombre y Dios: «…Non potest tanta similitudo notari, quin maior sit dissimilitudo notanda» («Cualquier semejanza entre el Creador y la creatura siempre lleva consigo una desemejanza mayor»).Semejante principio ha de aplicarse a todo lenguaje, de manera que cualquier término natural experimenta una transformación radical al aplicarse a lo sobrenatural.

Lo importante es desarrollar analogías que nos permitan entender un poco la trascendencia de la gracia respecto de la naturaleza. No se trata únicamente de aplicar las vías de «afirmación», «negación» y «eminencia», que se mueven dentro del conocimiento natural de Dios, sino de desarrollar los datos de la Revelación a partir de una analogía basada en la posibilidad de hablar de lo sobrenatural desde un ámbito «obediencial» o «abierto a la gracia». Así, por ejemplo, si el orden de la gracia supone una inversión del de la naturaleza, los contenidos revelados supondrán una particularización de dicha inversión, es decir, una esquematización del ámbito global de la gracia. Se trata entonces de concebir los datos revelados a partir de una inversión de sus correspondientes naturales. Claro está que habrá que delimitar dentro de la Escritura lo que es «sobrenatural» de lo que es estricta repetición de lo «natural», que encontramos por medio de la simple razón. Pues bien, el orden de la gracia es el orden del mismo Dios en su voluntad de deificar al hombre y de asimilarlo a su propia esfera, eso sí, de manera participativa, no identificadora.

¿Puede hablarse en astrología de actos naturales? En todo caso, de inclinaciones naturales, que se convertirán de hecho en actos según la gracia o contrarios a la gracia, pero siempre pertenecientes al ámbito sobrenatural. Nos referimos, claro está, a los actos conscientes y voluntarios, que modifican en un sentido u otro las inclinaciones, puesto que éstas sólo afectan directamente al cuerpo.

Por otra parte, puesto que los actos voluntarios y conscientes suponen una inversión del tema corpóreo, parece lógico concluir que el tema de la gracia representa a su vez una inversión del tema del espíritu, que aporta una nueva dimensión al cuerpo y, por consiguiente, supone una vuelta al del cuerpo, eso sí, transfigurado. Si el del espíritu es «intemporal», el sobrenatural supondrá una reorientación hacia lo divino. Son el cuerpo y el espíritu como totalidad los que son absorbidos por la gracia o asumidos por ella. La inversión del espíritu desemboca entonces sobre un cuerpo transfigurado.

Por tanto, si el «tema astral» del espíritu es la inversión del corpóreo, el «tema de la gracia» es el de la inversión de la naturaleza, es decir, otra vez el del cuerpo, pero en un sentido superior. Pero, aun expresándose a través del tema corpóreo, incluye a la vez el espíritu y el cuerpo transformados por la gracia.


Tenemos, pues, una representación simbólica de la vida sobrenatural, en la que los símbolos no han de interpretarse como una inclinación irresistible, sino como un esquema de comprensión que, sin excluir un rebasamiento del símbolo concreto en cada caso, ofrece una pauta para el desarrollo espiritual. Si en el «tema del espíritu» ya brotaba la libertad junto con el entendimiento, de manera que cada símbolo indicaba una esencia, pero también un acto voluntario, en el «tema de la gracia» cada símbolo expresa un conocimiento iluminado por la fe y una voluntad que coopera con la gracia.

-Ahora bien, del mismo modo que existe un camino espiritual cuyas diferentes etapas son descritas por algunos místicos, también puede haber una descripción astrológica del camino espiritual, incluso particularizada. Lo cual no significa que pueda haber una capacidad para sintetizar que nos ponga por encima de los símbolos concretos de conocimiento, ni una opción fundamental o globalizadora que sobrevuele las decisiones concretas. Si lo primero puede ser objeto de aproximación (punto-síntesis o algo semejante), lo segundo no puede alcanzarse con seguridad, pues no disponemos de nuestra vida hasta ese punto.

Y es que tanto la fe como la gracia son para nosotros una participación en el ser de Dios, de la cual no podemos disponer a nuestro albedrío.
En efecto, somos pasivos por nuestro cuerpo, que se halla sumergido en la existencia; activo-pasivos por nuestro espíritu, que tiende a integrar y comprender la existencia mediante el lenguaje y las ideas; activos mediante la gracia que, por analogía con la existencia, pero en el extremo opuesto, nos habita sin que podamos controlarla.

Y los portadores de la gracia son los sacramentos, no el «tema de la gracia», que, a lo sumo, puede describir las etapas del desarrollo espiritual de un ser, pero de manera abstracta. No es de extrañar: siempre podemos hacer la experiencia de que, sin saber por qué, unas veces vivimos en profundidad tales aspectos astrales, y otras no.

UN TEXTO DE DANTE ALIGHIERI SOBRE LA VIRGEN

En «La Divina Comedia», Dante Alighieri alcanza una de las cumbres de la poesía universal en honor a la Virgen. Dado que para poder ver a Dios es necesaria la intercesión de María, san Bernardo ruega a la Virgen por su protegido con estas palabras:

Virgen Madre, hija de tu Hijo, la más humilde y elevada de todas las creaturas, término fijo de la eterna voluntad, tú eres quien ennobleciste la naturaleza humana de modo que su hacedor no desdeñó convertirse en su hechura. En tu vientre se encendió el amor, por cuyo calor en la eterna paz germinó esta flor. Aquí eres entre nosotros meridiana luz de claridad, y allá abajo, entre los mortales, fuente viva de esperanza.

Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas. Tu benignidad no solo socorre a quien pide, sino que muchas veces libremente se anticipa a la petición. En ti la misericordia, la piedad, la magnificencia se reúnen con toda la bondad que se que se pueda encontrar en la creatura.

(Régamey, P., «Los mejores textos sobre la Virgen», Madrid, 1972, Rialp, 223-224).