-En primer lugar, está la división de un ciclo en partes proporcionales a los tiempos de revolución de los distintos planetas.
-Como también cabe dividir el tiempo en ciclos solares o «años de años», de una duración de 365,25 años (sistema de las direcciones primarias), subdividida en 4 fases de 91,314 años cada una.
-Es verdad que semejante división no se basa en ningún fenómeno astronómico real, a diferencia de la precesión, que tiene una duración de 25920 años y, por tanto, de 2160 años por signo. En cuyo caso, 360 años será el tiempo empleado en atravesar en sentido retrógrado un arco de 5º, es decir, la sexta parte de un signo. De todos modos, si 365,25 días forman un año, 365,25 años constituirán un ciclo de 2º orden. ¿Y si asignásemos 365,25 años al intervalo empleado por el movimiento precesional en atravesar 5º? En tal caso, un signo precesional duraría 2191,5 años, y 1º se recorrería en 73,05 años (curiosamente, 73 es el valor de la palabra «esmiM», «los cielos»).
-Los planetas miden, en principio, el tiempo físico, que, reducido a números, casi nunca enteros y referido en último extremo a los movimientos terrestres de traslación y rotación, simboliza las distintas cualidades.
–El procedimiento tradicional, cuyo fundamento casi nunca se expone: la división en «edades» de duración proporcional a 4,3,2 y 1. Es el llamado tiempo arquetípico basado en los cuatro primeros números enteros, relacionado con las «edades«, y que se llama así porque se mueve en el plano más abstracto (parece derivarse de los denominados «triangulares», que se remontan desde un número dado a la unidad, de manera que, en el caso presente, el número 4, símbolo del tiempo «materializado» y «concreto», se desarrolla a través de la «Tetractys», del 10, que equivale a la suma 4+3+2+1, o sea, «tiempo material»+ «tiempo celeste»+ «tiempo dual»+ «tiempo uno»; y así, a la vez que el tiempo material o terrestre es retrotraído al tiempo originario, la «edad de oro» o «edad primordial» culmina en la «edad de bronce» o «edad material». En el primer caso tenemos una «ascensión»; en el segundo, una «encarnación». En diacronía pasamos de lo más simple a lo más complejo; en sincronía, de lo más complejo a lo más simple. A la serie cardinal 4-3-2-1 corresponde la ordinal 1-2-3-4, inversa de la anterior. Y este principio es fundamental para comprender la involución y evolución en cualquier ciclo, que significan «envolver» y «desenvolver» respectivamente, aunque se utilicen en sentido inverso: La serie cardinal opera en diacronía; la ordinal, en sincronía.
-Es importante tener en cuenta esto al aplicar cualquier sistema de progresiones o de tránsitos, pues permite calibrar en qué «edad» se desarrollan, si en la de «oro», «plata», «bronce» o «hierro». No es lo mismo la fase de «Luna nueva», «cuarto creciente», «Luna llena», etc., en una «edad» que en otra. Eso es evidente si contamos en ciclos de 365,25 años, pero también si hablamos de un solo ciclo cuya duración es la de la Era Cristiana, pues se desarrollaría en 4 fases de igual duración y que no se distinguen cualitativamente una de otra (a diferencia de las «edades»).
-¿Puede hacerse esto con los periodos planetarios? No, porque aparte de no expresarse en números enteros, no se expresan en números correlativos). Se diferencia, por tanto, del tiempo mensurado por las revoluciones planetarias, que van desde 27,321 días del mes sideral lunar hasta los 90727 días del ciclo de Plutón, o sea, de 1 a 3320 aproximadamente. Las mismas octavas musicales se mueven a un nivel menos complejo, puesto que son pocas…
-Aplicado este sistema a los 6 milenios, tendremos una «edad de oro» de 2400 años; una «edad de plata», de 1800, que llega, por tanto, hasta el 200 d.C.; una «edad de bronce», de 1200, que termina en 1400 d.C.; una «edad de hierro», de 600, que concluye en 2000 d.C. Si lo aplicamos a los aproximadamente 2000 años de la Era cristiana, obtendremos como duración respectiva de las cuatro edades, 800, 600, 400 y 200.
-Las 4 edades determinan sobre la circunferencia arcos respectivos de 144, 108, 72 y 36 grados.
-Aplicar también a las distintas etapas de una biografía, aparte de las progresiones y tránsitos ya utilizados para describirlas.
-El tema de Cristo es el del «nuevo Adán», raíz de la nueva humanidad, como el tema del primer Adán es el fundamento de la vieja humanidad.
-El «Apocalipsis» de Cristo se identifica con su pasión, muerte y resurrección. El de la humanidad entera está contenido en el de Cristo, que es el anticipo de la humanidad. El de cada persona es la fase final y reveladora de su existencia, y su sentido se extrae de una comparación del tema astral del sujeto en cuestión con el de Cristo (a efectos prácticos y puesto que el natal de Cristo nos es desconocido, pueden utilizarse el de la Era Cristiana o el de la muerte de Cristo).
-En cada caso puede utilizarse el esquema de las «4 edades». Y así el Apocalipsis se identificaría con la última fase, la «edad de hierro». Razonamiento que puede analógicamente trasponerse a cualquier ciclo o intervalo. De manera que su extensión equivaldría en cada caso a la décima parte del ciclo completo. Así, para la entera Era Cristiana la fase apocalíptica empezaría alrededor de 1835. Ello nos daría la clave para dividir el zodíaco local de la Era Cristiana, o el del ciclo considerado, en 4,3,2 y 1 partes, la última de las cuales, de 36º, definiría las características del Apocalipsis. En el Zodíaco vernal, iría desde 24º Acuario hasta 0º Aries (sus regentes, Urano y Neptuno); en el de la Era Cristiana abarcaría desde 4º Virgo hasta 10º Libra (Mercurio y Venus); en el de la muerte de Cristo, casi todo el signo de Leo y los primeros de Virgo (Sol y Mercurio).
-El sistema de las «4 edades» puede aplicarse, pues, al Apocalipsis, en cuyo caso el 4 ordinal describe el aspecto cualitativo del tiempo concreto y real. De manera que, supuesta una longitud aproximada de 2040 años para la Era Cristiana, la «edad de hierro» comenzaría hacia 1836, es decir, próximo a la época de las apariciones de La Salette.
-Por lo demás, el tiempo apocalíptico no es más que la «revelación» o la mostración de la verdadera realidad del tiempo existencial, el cual supone la base del tiempo cósmico, sobre el que se ejercen la libertad humana y la gracia divina. Y así, de un modo análogo a como el tiempo litúrgico se superpone al tiempo cósmico y nos ofrece la posibilidad de interiorizarlo, así el apocalíptico es la culminación de este proceso.
-Ahora bien, conviene distinguir entre la estructura del instante fenomenológico (u otros semejantes, como el existencial o el escatológico en el sentido de Bultmann) y la escatología propiamente dicha, la experiencia del fin, del advenimiento del Reino de Dios.
–Otra cuestión: puesto que nos las habemos con «triangulares» (sistema de las 4 «edades»), ¿tiene sentido ampliar el número de «edades», situándolo en 6 ó 7, a imagen de los «días» de la creación? A primera vista, parece que no. En el caso de que consideremos únicamente los «6 días», tendríamos: 6+5+4+3+2+1=21, de manera que las sucesivas edades tendrían una extensión proporcional a esos cardinales, y una cualidad de tiempo que es 1,2,3,4,5 y 6 respectivamente. Para un ciclo de 2040 años, las fases tendrían la siguiente extensión: 1ºdía….582,85 años/2º…de 582,85 a 1068,56/3º…de 1068,56 a 1457,12/4º…de 1457,12 a 1748,54/5º…de 1748,54 a 1942,82/6º…de 1942,82 a 2040.
-En el supuesto de los «7 días», tendríamos: 7+6+5+4+3+2+1=28. Para el ciclo de 2040 años, las fases tendrían la extensión siguiente: 1º….de 1 a 510/2º…de 510 a 947,13/3º…de 947,13 a 1311,41/4º…de 1311,41 a 1602,83/5º…de 1602,83 a 1821,39/6º…de 1821,39 a 1967,1/7º…de 1967,1 a 2040.
-En apoyo de esta división del tiempo en 6 ó 7 «edades» está la costumbre de algunos Padres de la Iglesia y teólogos de dividir el tiempo en «edades», sean o no de la misma extensión.
-¿Cómo conciliar la división de un ciclo basada en «triangulares» con la distribución fundada en las revoluciones planetarias? En el primer caso nos las habemos con números enteros; en el segundo, con magnitudes no expresadas en números enteros. Frente al ámbito ideal, el terreno fáctico. Frente al espíritu, el cuerpo. Los «triangulares» nos hablan del tiempo «arquetípico»; los números planetarios, del tiempo «cósmico» o «fáctico». Entre ambos, el tiempo «psicológico» o «existencial» participa del uno y del otro. Por consiguiente, el sistema de las «edades» o de los «7 días» marca el tiempo espiritual; el de los tránsitos o progresiones, basado en las revoluciones planetarias, señala el tiempo corpóreo.
-De la interacción de ambos sistemas brota el tiempo anímico, existencial o psicológico. Por lo demás, el diferente ritmo que adopta el tiempo en cada edad puede ponerse en conexión directa con la estructuración según las «4 edades» o las «7 edades». Es lógico entonces que el tiempo transcurra más lento en la infancia, más rápido en la ancianidad y a velocidad intermedia en las otras edades. Si el «triangular» se calcula sumando al número considerado los eslabones anteriores hasta la unidad, parece lógico suponer que, conforme «retrocedemos» (mentalmente, puesto que el tiempo es irreversible) hacia ella, la cualidad del tiempo sería más simple, mientras que, en el momento actual, nos encontraríamos ya «al final del tiempo» y, por tanto, en el más «concreto» de los tiempos. Y esto explica que la longitud de los distintos periodos se exprese con cardinales cada vez mayores según nos acercamos al tiempo de los orígenes. Y de ahí que al cardinal 4 corresponda el ordinal 1; al cardinal 3, el ordinal 2; al cardinal 2, el ordinal 3; y al cardinal 1, el ordinal 4. He aquí el principio de la estructuración fenomenológica del tiempo.
De todos modos, es posible en principio extrapolar la cualidad del tiempo hacia el futuro, siempre a expensas de que Dios nos conceda la gracia de vivirlo. En tal caso, la división en 7 edades parece la más adecuada para esquematizar un ciclo, puesto que 7 es «contiguo» a la unidad y señala el «sábado», el día del «reposo divino»).
-Hay que observar, además, que los ciclos abarcados por «triangulares» siempre han de ser expresados en números enteros, múltiplos exactos del «triangular» considerado. Así, los ciclos medidos por el «triangular» de 7 han de ser múltiplos de 28; los medidos por el «triangular» de 8, múltiplos de 36, y así con todos los demás.
–Una aplicación importante: el número 360, tan decisivo para comprender la astrología, es múltiplo de los «triangulares» siguientes: 3 («triangular» de 2), 6 (de 3), 10 (de 4), 15 (de 5), 36 (de 8) y 120 (de 15). He aquí, pues, las posibilidades de dividirlo.
-El sistema de las «edades», ya sean 4 ó 7 puede conciliarse con el ciclo litúrgico. El comienzo de la primera edad coincidirá entonces con el del año litúrgico, a sabiendas siempre de que en tal caso la aplicación es derivada, puesto que se trata no del ciclo global de la Era Cristiana, sino de uno menor.
-¿Cuál es el sistema de división más adecuado a la hora de dividir el Zodíaco? Si atendemos a la exactitud del cociente, es indudable que el de las «4 edades»; pero si consideramos que 7 es el número cíclico por excelencia(ya que la división por él hace que se repitan circularmente los decimales 142857), así como el «número del tiempo» o de la perfección según la Biblia, tenemos que decidirnos por las «7 edades».
-Es curioso constatar cómo en todas las reuniones de estudio he preferido utilizar el ritmo del «triangular» de 7, que es 28, el segundo número perfecto.
-¿Cómo denominar a cada edad en este sistema? Por sus números, sin más, y agrupando en cada edad el cardinal que señala su extensión con el ordinal que indica su cualidad temporal. Es decir: edad del 7 y del tiempo 1; edad del 6 y del tiempo 2; edad del 5 y del tiempo 3; edad del 4 y del tiempo 4; edad del 3 y del tiempo 5; edad del 2 y del tiempo 6; y edad del 1 y del tiempo 7. O, también, a imagen del «Génesis»: edad de la luz; edad de la división del firmamento; edad de la separación de lo húmedo y lo seco; edad de la creación de los astros; edad de los peces y las aves; edad de los animales y del hombre; edad del descanso.
-¿Se puede relacionar el 28 con alguno de los números más habituales? 58 es el de «iesvh» (“Jesús”, el pentagrama terrestre, como lo llama Bardet), 68 el de «smiM»(“los cielos”), 48 el de «arX»(“la tierra”), 38 es el del «tiempo» y 28 el de «dM» («sangre»). Hemos de tener en cuenta, además, que 28 son las «casas» lunares, cada una de las cuales abarca 12,8º, de manera que el Zodíaco consta de 12 repeticiones de 28 (336º) más un resto de 24º. Y si hablamos del año, de 13 ciclos de 28 días (364, que es igual a 52 semanas, como en la Liturgia) más 1. Y si consideramos que 13 es «como 1», podremos decir que el año es «como 28″+1. Ahora bien, 28 es «como 7». Y así, el año es «como una semana». La adición del 1 abre indefinidamente el ciclo, en lugar de cerrarlo sobre sí mismo, como en la eternidad. El año, entonces, equivale a 13 periodos de 28 días que suponen un «crescendo» hasta la «unidad» del 13 (valor de «ajd», “uno”), que se abre de nuevo por el día que falta hasta completar 365. Debemos aplicar entonces al tiempo en general, a cualquier ciclo, el mismo proceso, dividiéndolo entonces en 13 ciclos de 28 años. Y la diferencia entre el 365,25 del tiempo solar (corpóreo) y el 364 del tiempo espiritual, arquetípico o «eónico» nos dará la medida del tiempo existencial.
-Por lo demás, el año litúrgico se divide en 52 ó 53 semanas, siendo 52 el número de «aleiM»(“Elohim”).
-Si 13 (=1) periodos de 28 días forman un año (añadiendo 1 día y 1/4), eso quiere decir que el «triangular» de 7 puede utilizarse para medir cualquier ciclo. Se trata de reducirlo a años (365,25 días), pues si lo redujésemos a 364 días no nos percataríamos de la índole indefinida del tiempo. Ahora bien, puesto que el tiempo tiene principio y fin, quizá no sea inadecuado efectuar esta reducción, que, sin desembocar por sí misma en la eternidad, sí puede darnos una idea del tiempo cristiano.
-Y así, tanto el año (364+1,25) como otro ciclo mayor o menor son divisibles entre 1,2,3,4,5,6 y 7. En el caso de los 364 días, los periodos que resultan son los siguientes: 1º…91 días/2º…78/3º…65/4º…52/5º…39/6º…26/7º…13. En cuanto a la cualidad del tiempo, los periodos citados son, respectivamente, de la cualidad de 1,2,3,4,5,6 y 7. (Si aplicásemos al año de 364 días la división de las 4 edades, tendríamos 145,6 días para la primera edad; 109,2, para la segunda; 72,8, para la tercera; y 36,4, para la cuarta).
-¿Y cuál sería el punto de partida del ciclo de 364 días? Evidentemente, el 1º domingo de Adviento, aunque pueda utilizarse también para cada ciclo o existencia y desde su propio «origen».
-¿Cómo se relaciona el sistema de las «7 edades» con el de las 4? 7=4+3, es decir, «tierra»+»cielo».
-La unión hipostática asume el tiempo a partir de la eternidad. ¿Podemos expresarlo en números? Si, como decía Platón, «el tiempo es la imagen móvil de la eternidad», ¿existe algún número especialmente adecuado para expresar el tiempo? Indudablemente el 7, puesto que, desplegada la creación en los 6 primeros días, el 7º asiste a un retorno al principio. Por otra parte, la eternidad sólo podemos simbolizarla mediante el “1 sin segundo”. Quizá por eso a la unión tiempo-eternidad se la designa como «el octavo día» (7+1).
-Una cuestión que surge a propósito de la interacción tiempo/eternidad: ¿Cómo hacer continuamente presente al pensamiento la presencia de Cristo en la Eucaristía? A través de la oración: el modo de abrirse a esta presencia continuada es un acto de conciencia ligado a una voluntad asistida por el amor de Dios.
-Dicha unión, principiada en Cristo, viene participada a la humanidad entera y alcanzará su consumación al fin del mundo. De ahí la especial índole del tiempo cristiano, que, lejos de limitarse a ser «imagen de la eternidad», viene asumido por ella, de manera que, desde la venida de Cristo, el tiempo está transido de eternidad. Ahora bien, de un modo análogo a como en Cristo coexisten ambas naturalezas en la unidad de la persona, en los humanos coexisten por gracia las dos naturalezas, de modo que, más allá de la muerte, por la resurrección, la naturaleza humana quedará transfigurada en la divina y permanecerá así por toda la eternidad. Sin embargo, y éste es quizá el sentido de los «nuevos cielos» y la «nueva tierra», la humanidad gloriosa no será anulada o destruída en la resurrección, aunque su tiempo poco tiene que ver con el tiempo anterior; en todo caso, se asemeja al tiempo primordial, eso sí rebasado por la misericordia y la bondad divinas. Pues, de un modo semejante a como el Cristo terrestre culmina por la resurrección en el Cristo glorioso, la humanidad caída y redimida desembocará en la humanidad gloriosa.
-¿Cómo interpretar el apocalíptico «Y no habrá más tiempo»? No solo como el fin de la historia del hombre caído, sino también como el comienzo de una espiritualización del cuerpo que le otorga una existencia a la medida del espíritu. ¿Será algo así como el «aevum» en el que viven los ángeles? No, sino más bien como el modo de existir de la naturaleza humana de Cristo (asumida en la eternidad por la unión hipostática), eso sí, de modo participado a través de la gracia?
-¿Tiene sentido decir que el hombre continuará siendo una creatura temporal tras el fin del mundo? Puesto que su estado de gloria (o, en su caso, de reprobación) es una participación gratuita en el ser divino, hay que decir con santo Tomás que «la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona». Por lo cual no parece descabellado pensar que a los bienaventurados puede asignárseles una misión que tenga que ver con otras creaturas humanas que vivan todavía en el tiempo. Pero entonces el fin del mundo de que habla el Apocalipsis no tendría un carácter universal, sino que sería restringido a un parte del universo, la «centrada» en la Tierra. De todos modos, ¿habría un estado último, en el que cesa la existencia histórica, o siempre cabe imaginar una colaboración de los bienaventurados con las creaciones siempre nuevas del Dios que es Amor y, por tanto, difusivo? Aquí se plantearía la cuestión de si hay otros mundos habitados, una cuestión ante la que algunos teólogos se han mostrado abiertos desde la perspectiva católica…
-¿Hay alguna alusión a ello en la Escritura o existe algún instrumento intelectual o espiritual que nos permita abordar con cierta garantía esa cuestión? El pasaje paulino que habla de los «dolores de la parto de la entera creación» apunta en el sentido de una culminación del cosmos en la humanidad terrestre. En cuanto al Salmo que empieza «los cielos cantan la gloria de Dios…» o el cántico del Deuteronomio que menciona a todas las creaturas, que dan gloria a Dios cada una a su manera, parecen ir en la misma dirección.
-A este propósito, conviene no olvidar los distintos aspectos del simbolismo cristiano (cf. «El bestiario de Cristo», de Charbonneau-Lassay). Por cierto, ¿es posible referir al esquema zodiacal el simbolismo de los animales que sirven de representación a Cristo? Sólo hasta cierto punto, ya que se trata de sistemas simbólicos diferentes.
-Por último, si la influencia astral se manifiesta directamente en el plano corpóreo e indirectamente en el del espíritu, ¿puede referirse cada signo o planeta a una «categoría» o «predicamento» al modo aristotélico? ¿A cuál de ellas? Al parecer, a todas, puesto que conceptos como «Saturno», «Júpiter» o «Marte» son aplicables tanto a la sustancia como a la cantidad, cualidad, acción, etc. De manera que constituirían «tipos» de sustancia, cantidad, cualidad, acción, pasión, etc. Es verdad que se referirían directamente a la realidad material e indirectamente a todas las demás, con lo cual habría que efectuar en cada caso la debida transposición.