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PARA UNA REFLEXIÓN RADICAL: ETAPAS

1) En primer lugar, investigar sobre la «naturaleza», es decir, sobre la realidad humana «previa» a la efusión sobrenatural. ¿Cómo encontrarla? A partir de la razón «natural», que se ejerce de distintas maneras y mediante diferentes sistemas categoriales. Y así en cada pensador hallamos un sistema, lo que hace difícil encontrar un terreno «objetivo» en el ejercicio de la razón «natural».

 

2) Por eso conviene adoptar un punto de partida común: el lenguaje. Éste, a través de las etimologías, nos lleva a las raíces de las palabras en cada lengua y, al término, a las proto-raíces, las cuales se reducen en último extremo a las letras. En el caso del hebreo, la propia escritura desarrollada de las letras nos lleva a las «authiot» o palabras primordiales.

 

 

3) En cada lengua, el alfabeto se compone de un determinado número de letras, lo que establece una relación primordial entre letra y número, algo que en el hebreo posee un carácter originario. Eso hace posible calcular el valor numérico de un vocablo.

 

4) Habida cuenta de que la noción de número es intuitiva y originaria, cabe distinguir en ella dos dimensiones: una cuantitativa, ligada al acto de contar; y otra cualitativa, vinculada a la jerarquía de los números. La primera va ligada al tiempo, es «diacrónica»; la segunda, al espacio, es «sincrónica». En la primera, la unidad es el número más pequeño; en la segunda, el mayor.

 

 

5) La pluralidad de las lenguas plantea el problema de su jerarquización y, eventualmente, de su reducción a una lengua primordial en la que el pensar se exprese de manera plena y en toda su riqueza.

 

6) Supuesta la elevación al orden sobrenatural, que conocemos por la Revelación contenida en la Sagrada Escritura, se deriva una conclusión lógica: que la historia de la humanidad se desarrolla en el ámbito de lo sobrenatural.

 

 

7) Ahora bien, establecido esto, surge una pregunta fundamental: ¿qué es lo que aporta el hombre y cuál es la aportación de Dios? Puesto que Dios es trascendente a la totalidad del mundo y, en particular, al ente humano, resulta obligatorio rebasar cualquier semejanza con la realidad divina mediante una desemejanza mayor. De manera que en toda acción humana y en todo conocimiento o especulación se impone la sentencia: «Pero Dios sabe».

 

8) ¿Cómo proceder en concreto en el análisis de cualquier situación como en la edificación de cualquier saber? Mediante los sistemas categoriales a nuestro alcance, ya sean filosóficos o de otra índole, eso sí, basados en el principio de analogía, a saber, en la doble dimensión del símbolo, la que dice relación a la identidad y la que se refiere a la diferencia. Y, sobre todo, a través de la consideración del lenguaje y de sus constitutivos últimos, las letras-números, pues son las nociones más simples e intuitivas.

 

 

9) Aquí es fundamental la jerarquización de los números que señalábamos más arriba y de la que ya hicimos alguna aplicación en el «post» «Para una ontología basada en el alefato». Y, más allá de toda estructuración el «Pero Dios sabe».

 

 

10)  Por último, supuesta cualquier estructuración «natural», es necesario añadir la referencia al plano sobrenatural, que supone la disimetría entre semejanza y desemejanza entre Creador y creatura.