Comencemos por definir uno y otro tiempo.
El astral es continuo y viene determinado por el movimiento de los planetas y demás factores móviles. Marca el ritmo de los seres naturales, que se les impone desde fuera.
El espiritual es un flujo discontinuo y viene determinado desde dentro y por los actos del ente espiritual, que se sitúa en un ámbito inespacial e intemporal. Es propio de los espíritus puros, que no tienen relación con la materia.
En el ser humano concurren los dos, de manera que su cuerpo obedece de por sí a los ritmos astrales, mientras que su espíritu posee su propio ritmo interior. Hay, pues, una tensión entre ambos. Por eso el tiempo humano es siempre un tiempo espiritual encarnado, atento como está a los ritmos del cuerpo. No es, por tanto, un tiempo libre, interior y desencarnado como el de los puros espíritus.
El espíritu humano, por su unión con el cuerpo, experimenta el peso del tiempo astral y se ve inclinado a sufrir los vaivenes de éste. En este sentido, la referencia es siempre el cuerpo, que es el campo propio de los ritmos astrológicos. Y el espíritu trata de ejercer su libertad a partir de esta «materia».
De ahí la importancia del saber astrológico, puesto que su descripción del mundo parte siempre del referente «corpóreo». A partir de él, el espíritu, sirviéndose de los símbolos, procurará trascenderlos. Desde la situación corpórea, el espíritu se elevará a otros niveles del símbolo («Como es arriba, así es abajo», tomando siempre la referencia inversa: interior/exterior, etc.). Y es que cuerpo y espíritu se relacionan entre sí como original y reflejo. El conocimiento del espíritu puede partir del cuerpo y viceversa.
¿Cómo se relacionan espíritu y cuerpo y, por tanto, tiempo espiritual y tiempo corpóreo? Como lo no sujeto al espacio-tiempo concreto y lo sometido al «aquí y ahora», como lo universal y lo particular. Por ejemplo, el Neptuno del plano espiritual se asemeja al del plano corpóreo en que ambos implican fusión o indistinción. En el segundo caso se trata de «hechos de fusión»; en el primero, de «esencias».
¿De qué índole son dichas «esencias»? Desde luego, no están limitadas por el espacio-tiempo. La capacidad abstractiva del intelecto, la memoria y la voluntad supone un estar liberados de los hechos físicos y concretos, un mundo que, por otra parte, ha de ser asumido por el espíritu. La distancia, pues, entre el mundo de los hechos y el de las esencias da a entender lo que es la libertad del espíritu, pues el pensamiento y el lenguaje, como también la voluntad se mueven más allá del «aquí y ahora».
A qué distancia se sitúen dependerá de la jerarquía del pensamiento, del lenguaje y de los actos de la voluntad. Cuanto mayor sea el grado de abstracción de los mismos, mayor será la libertad.
Eso sí, la abstracción deberá ir acompañada de la asunción de lo concreto. ¿Cómo se efectúa dicha asunción? Hundiendo las raíces de la abstracción en los hechos más «bajos», «atómicos».
¿Y cuáles son los hechos «atómicos»? Los que se sitúan en una parte infinitesimal del espacio y del tiempo. Es decir, lo que ocurre, por ejemplo, durante el intervalo de una respiración o, en su caso, de un latido cardíaco («El tiempo es respiración o sístole-diástole»). A cada inspiración corresponde una espiración y a cada sístole una diástole.
De por sí, el espíritu se sitúa por encima del «aquí y ahora», aunque se encarne en él y lo acoja. Lo cual quiere decir que a cada grado de interioridad va aparejado otro de exterioridad: a la esencia «humanidad» le acompaña la totalidad de los seres humanos; a la esencia «vida», la totalidad de los vivientes, un colectivo más amplio que el anterior.
O, como dice la Lógica, «a mayor comprensión (abundancia de notas, complejidad), menor extensión, y viceversa»). Así el concepto «ser»
tendrá por correlato la totalidad de los entes.
¿Cómo aplicar este principio a los símbolos astrológicos? Nos encontramos aquí con «categorías» o «predicamentos» que se dicen de todos los entes, desde el nivel más elevado hasta el más bajo. Lo cual hace especialmente difícil su definición.
Y, puesto quela astrología esuna topología universal, los planetas y los signos habrá que comprenderlos como otros tantos lugares o esferas, susceptibles, por otra parte, de interpretación temporal.
Y si todo se basa en una topología, la noción de orden numérico se impone, a saber, el fundado en las sucesivas distancias al centro del sistema y en los periodos de revolución. La subsiguiente observación del simbolismo asociado a cada signo o planeta sirvió para componer la lista de cualidades atribuíbles a cada uno, pero el principio de todo es el orden topológico.
Dicho orden va de la unidad a los demás números y puede considerarse de dentro a fuera o viceversa. De manera que si el centro está en la Tierra; el 1º cieloserá el de la Luna; el 2º corresponde a Mercurio; 3º a Venus; 4º al Sol; 5º a Marte; 6º a Júpiter; 7º a Saturno; 8º a Urano; 9º a Neptuno; y 10º a Plutón. El más abarcante será el de Plutón, seguido del de Neptuno, etc.
Otro ordenamiento es el que toma al Sol como centro y entiende los distintos «cielos» por orden de proximidad al mismo. Evidentemente, nos las habríamos en este caso con un ser y una conciencia solares como puntos de referencia.
Volvamos al ordenamiento geocéntrico. Si aplicamos el principio lógico arriba aludido («A mayor comprensión, menor extensión» y viceversa), Plutón representaría (en el sistema tradicional este papel lo desempeñaría Saturno) la menor comprensión, algo así como el concepto «ser», y la mayor extensión, pues abarcaría a todos los entes; un tema astral con Plutón en IX se caracterizará, pues, por la indagación metafísica.
Análogamente, Neptuno sería el segundo en la jerarquía de los conceptos; en cuanto al Sol, a pesar de su posición en el 4º «cielo», simboliza en su condición de estrella lo que de más esencial hay en la jerarquía del ser; no en vano Platón veía en él el símbolo del Bien, de donde procede toda luz y toda vida.
Y la Luna sería entonces el concepto de mayor comprensión…¿Qué simbolizaría entonces el eje de los nodos lunares? Los puntos de contacto entre los planos extremos: el del espíritu, es decir, el más abstracto y, por tanto, el de menor comprensión y mayor extensión, y el más concreto, esto es, el de mayor comprensión y menor extensión.
Retrotraigamos lo anterior a las reflexiones sobre el tiempo:
El tiempo es tanto más discreto cuanto más elevado es el nivel de las esencias a que corresponde. El del Sol es más discreto que el de Plutón; éste aventaja al de Neptuno, etc., hasta llegar al tiempo lunar, el más próximo al mundo de los hechos.
¿Qué tiempo atribuir a los signos del Zodíaco? Puesto que se trata del plano de la eclíptica, la caracterización del Zodíaco es estática, inmóvil, sincrónica, no conectada propiamente con el tiempo a no ser a través de la sucesión de los «cielos» planetarios. El ordenamiento coincide entonces con el de los «cielos», a excepción de la posición del Sol, que ocupa un lugar contiguo al del «cielo» lunar, como para subrayar la referencia a la Tierra, a la vez que la situación central de la estrella.
Y así, por orden de lejanía decreciente y, por consiguiente, de abstracción, los signos se ordenarían del modo que sigue: Capricornio-Acuario/Sagitario-Piscis/Escorpión-Aries/Libra-Tauro/Géminis-Virgo/Leo-Cáncer.
¿Y a las casas? Dado que son el campo de la concreción por antonomasia, podemos entenderlas por analogía con los signos. Y así, las que están bajo el horizonte serían las más concretas; después, las próximas al eje horizontal; y, por último, las más alejadas de la horizontal serían las más abstractas. Dígase algo semejante en lo que respecta a la vivencia del tiempo.
La definición del espíritu es inseparable de la del cuerpo, expresada en el tema astral. No vale, pues, decir que existe un solo espíritu (como un solo intelecto) para toda la humanidad, como decía Aristóteles, al menos según la interpretación averroísta. Si «la individualidad fuese cosa exclusiva de la materia», no se ve cómo podría existir vida espiritual individual.
Conforme nos elevásemos en la jerarquía del espíritu accederíamos a cotas cada vez más altas de «identidad», opuesta a «diferencia» o «individualidad». (Pero véase el equilibrio trinitario entre unidad y diferencia!).
Y es que la personalidad no equivale sin más a la individualidad, aunque haya de concebirse por analogía con ella.
Las reflexiones anteriores sobre comprensión y extensión ayudan a resolver la dificultad, ya que nos permiten comprender el afrontamiento de espíritu y materia, universalidad y concreción.
Y así, desde la simbología astral,la espiritualidad habría que concebirla, pues, como una conjunción del espíritu (signos y planetas y sus respectivas gradaciones) con la materia (casas). En un tema astral, la situación ideal, la que más favorece(en teoría) el desarrollo espirituales la que aúna los valores de un planeta con los del Sol, la Luna y el eje nodal, todo ello conectado con el Ascendente, tomando siempre como referencia principal la IX, el sector por antonomasia de la espiritualidad.
Habrá que considerar también los significadores generales de la IX: Sagitario, sus regentes Júpiter y Neptuno, sus conexiones con Sol, Luna, «Sol negro», «Luna negra», eje nodal y ASC., sin hablar de las relaciones entre los significadores generales y los particulares.